7.- APOYO

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El suelo comenzó a moverse.

Un intenso vaivén mecía sus pies desequilibrándolos. Aunque no podían ver u oír, el origen que lo desencadenaba, aquello no era un terremoto. Cada poro de sus cuerpos se crispaba por reflejo ante una inminente amenaza. Espalda contra espalda, se cubrían en parejas con el arma en mano, preparados para lo que fuera.

Malakai saltó llegando a Eris. Rompió el detestable agarre de manos de ella y aquel macho, alzándola en brazos. Asustada, Eris intentó alejarse de su tacto, pero la fuerza de Malakai anulaba cada uno de sus movimientos. No quería herirla, sino protegerla. Con habilidad la sentó arriba de su cinturón de municiones, acomodandole las piernas para que le rodearan la cadera y con un brazo pegándola a él.

El temblor aumentaba al grado que la tierra bajo sus pies, ayudada por la lluvia, creó un lago de lodo. En aquellas ondas que sus cuerpos y el agua creaban, algo no estaba en sintonía y Malakai lo notó: varios grandes cuerpos nadaban bajo sus pies.

—¡Retirada! —su orden quedó ahogada bajo una suave palma.

Absorto y sorprendido ante la acción de la hembra, quien bajo esa capa de suciedad lo miraba con terror, pero no un terror dirigido a él, sino por algo diferente y que al parecer ella conocía muy bien.

Antes de pedir explicaciones, el grito de Gill resonó y debajo de la tierra emergió algo parecido a un topo, cubierto de escamas verdes y de enormes dimensiones. De su cara sobresalían varios dientes en forma de sierra que de un movimiento, arrancó otro pedazo de piel al pecho a Gill. Riko a su lado, impulsado por la ira de ver a su compañero caer al suelo, rasgó aquel animal con un cuchillo, llevándose la sorpresa de ver sus manos cubiertas de una viscosidad que lo quemó como ácido y comenzó a perforarle la piel.

El chiflido de Malakai, fue la señal para que una lluvia de balas iniciara ante la suplicante e ignorada mirada de Eris. La cobardía no era parte de ellos y quedarse en silencio sin moverse, los mostraba así. Preferían morir en combate como equipo, ayudando a los suyos, por lo que uno a uno se colocaron en un círculo de seguridad manteniendo a Riko y Gill en el centro retorciéndose de dolor.

Sin municiones, con sus cuerpos regenerándose del ataque anterior y sin suero contra las vacunas del estado, una victoria parecía imposible. Pocos sobrevivirían, sin embargo ninguno daba marcha atrás.

Eris, lunas atrás, estuvo en la misma posición persiguiendo a varios cazadores. Ellos eran su esperanza de volver a la civilización. Poco antes de abordarlos, tuvo la suerte de caer al lodo cuando topos gigantes emergieron del suelo y se centraron en los cazadores. Vio cómo uno a uno fueron masacrados y estaba segura que eso volvería a repetirse.

El número de esos topos gigantes se triplicó, sumado al incesante ruido que taladraba sus oídos. A los heridos se les unió Carlo y Philippe, con una miembro inferior casi arrancado. Las bestias más que morder, desgarraban y lamían su sangre.

Cuando las municiones se acabaron, los que podían permanecer de pie, se cortaron los brazos captando la atención de los topos para alejarlos de los heridos. Acabar con ellos cuerpo a cuerpo era difícil, cuando a cada puñalada, aquella viscosidad que supuraba de su cuerpo, quemaba.

Eris seguía en brazos de Malakai, inconscientemente se sujetó de las correas del chaleco buscando estabilidad ante los saltos hábiles que daba Malakai de un lado a otro, pero eran tantos topos, que dos de ellos los atacaron al mismo tiempo derribandolos. Eris cayó golpeándose el costado y Malakai fue desgarrado en el abdomen. Sin pensarlo dos veces Eris se arrastró por el lodo buscando esconderse, lejos de ellos. Pero la lluvia le jugó en contra lavando el lodo de su cuerpo y un topo la detectó. Con la mandíbula abierta, corrió a ella y Eris se agachó, esperando el dolor. En cambio lo que obtuvo fue una intensa luz roja, que aun tras sus párpados cerrados la cegó, mientras un intenso humo picante entraba en sus pulmones.

ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora