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La palabra: no, en el Boss no aplicaba. Pese a las protestas de Eris y lo avergonzada que se encontraba, Malakai la limpió. La playera rota y el agua de una botella bastaron para ello. Malakai no le aceptó, un no por respuesta, pese a los ruegos y empujes. Siendo que por parte de él, abundaban para todos, incluyéndola.

Las gotas de lluvia comenzaron a caer. Eris estaba al tanto de que una fuerte tormenta se avecinaba. Ese era el motivo por el que no le gustaba andar en esa parte del bosque. Los cambios bruscos de temperatura y las lluvias duraban horas. Después el sól emergía con tal intensidad, secaba la tierra convirtiendo el aire en una humedad intolerable.

Las caricias y los besos del Boss seguían impregnados en su piel. Su sexo se humedeciá al recordar la facilicidad con la que se deshizo de placer sus brazos. Sin embargo, la intimidad que ambos compartieron, comenzó a hacer estragos en su conciencia. Su vocecita interna le decía que era una mala persona, incluso algo peor que las alimañas. ¿Por qué? Su corazón albergaba sentimientos por el Boss. Ese sentimiento le impulsó a cuestionarse, si aquello que callaba era importante. "Pero tampoco es que lo hayan preguntado". Se excusó.

Después de darle vueltas y llegar a la conclusión que estaba traicionando la confianza del Boss. Impulsada por la duda razonable, de que si aquello omitió, provocaría la muerte de muchas especies, respirando profundo, habló.

—Falta uno —dijo y detuvo su andar.

Malakai, quien no perdía detalle mínimo en ella, supo que algo andaba mal. Le dio espacio, pese a sus constantes suspiros y mirada perdida. Lo atribuyó a su falta de desahogo sexual, que él vino a saciar.

—¿Un que? —respondió y se agachó.

Mirarla desde su altura, le daba ese dominio que ansiaba sobre ella. Le fascinaba la facilidad con que podía leerla. Era como si cada respiro, movimiento y sonido, fuera tan natural sin la hipocresía de la humanidad.

—Es que yo —titubeó Eris mirando a todos lados menos a él—...yo. Hay otro Boss.

Sus dedos jugueteaban con el dobladillo de su camisa en señal de nerviosismo. Trató de respirar lento, pero la ansiedad no se iba. "No corras. No grites. No huyas". Pensó, enterrando los dedos en el suelo.

—El satélite...yo —continuó—...quise decirlo. Todos lo buscaban. No preguntaron. Pensé que no era importante.

La sinceridad de Eris no le produjo nada bueno a Malakai, en lo absoluto sus oraciones carecían de sentido. Dado que se propuso escucharla y comprenderla, calmó el impulso de gruñirle, al final de todo él era parte animal y ella una humana sin comprensión del peligro. Malakai no era un santo o un modelo a seguir. Las ganas de enterrar sus colmillos en su piel y beber su sangre sin medirse, no era buena señal. Ella le volvía loco y casi lo obligaba a perder el control.

—¿Qué es exactamente? —preguntó Malakai sujetando la barbilla de Eris, obligándola a encararlo—. Dame detalles.

Los ojos llorosos y el pequeño temblor en los labios de Eris, mantuvieron a Malakai pasivo. Dedujo que ella hizo algo, cuando le insistió en preguntarle si la sacaría del bosque sin importar que. Y por lo visto, existía algo que pasaron por alto.

—Deja de hacer esto —le ordenó limpiándole las lágrimas y modulando su voz.

Eris bajo la mirada. La valentía que reunió se fué volando. El Boss era intimidante y no deseaba acabar con lo que ambos tenían. Si es que tenían algo.

—Es que falta uno —respondió.

—¿Un que?

—Una parte del satélite —contestó y Malakai frunció el ceño—. Era uno. Se partió en dos.

ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora