36.- ESPERA

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Los pequeños filamentos enterrados en el brazo de Malakai, uno a uno iban cayendo. Eris, con sus hábiles dedos y un cuchillo, los pellizcaba y jalaba con delicadeza. Hacia hasta lo imposible para que esa hinchazón supurante no empeorara o la salpicara. Ella conocía bien la sensación de mareo, quemor y calor que la piel del reno causaba. Porque cuando exploró se topó con una cría abandonada. Su curiosidad ante un animal tierno e indefenso, la llevó a cargarlo para quedarse con él. En cuanto sus manos lo tocaron, pequeños pinchos se incrustaron en su piel y el animalito la mordió. Por fortuna, uno de sus escondites estaba cerca y el mal rato lo pasó completamente segura, entre calenturas y delirios.

—Ya casi termino —dijo enfocada en su tarea.

La conciencia del Boss iba y venía. Despertaba, dormía y repetía el proceso. Aun cuando ella le dijo que era peligroso meterse dentro de la cueva subterránea porque podría ahogarse, él se negó a pasar la noche afuera y la llevó a rastras pese su mal semblante.

—¿Este lugar...? —murmuró Malakai sin poder terminar la oración.

Su boca reseca, el mareo y el ardor poco a poco iban desapareciendo. Sin embargo, su audición y olfato se mantuvieron sin cambio. Olía a la hembra junto a él y escuchaba el suave palpitar de su corazón, respuestas que lo reconfortaron y sumieron en un estado de paz. En el que poco a poco la lucidez y la fuerza aumentaba, con cada extracción de los filamentos.

—¿Cómo lo encontré? —inquirió Eris—. Explorando. Marcando las piedras. Con lianas amarradas —contó con cierta nostalgia—. Todo ya estaba aquí. Solo lo tomé y usé a mi favor.

Recordar los cientos de días que le llevó hallar cada escondite, guarida y comida, provocaba recuerdos encontrados. Se sentía orgullosa de sobrevivir sola y al mismo tiempo, triste por estarlo.

—Dime de Philippe —le ordenó incorporándose.

—Espere —le dijo y suave lo empujo—...faltan cuatro y acabo. Puedo lastimarlo si se mueve.

La noche cayó y la lámpara de lava creaba sombras que le dificulta extraerlos. Eran como alambres delgados, negros, puntiagudos y filosos. Ella se sentía culpable, su heridas eran las consecuencias de protegerla. Presurosa y sin darse cuenta de sus acciones se subió a su regazo para mantenerlo quieto.

La acción de la hembra le provocó a Malakai una ligera sonrisa. El dolor que experimentó durante sus entrenamientos no era comparable con lo que ella hacía, sin embargo su atrevimiento le gustó. Incluso su mente vino la idea de volver a agarrar otro de esos renos con tal de tenerla así: encima de él, curándolo con su suave tacto y dándole agua en la boca como si fuera un discapacitado.

Mientras ella seguía enfocada en limpiar su piel y aplicarle compresas de algas, sintió los dedos de Malakai acariciando la mordida en su cuello.

—No duele —se apresuró a decir.

Mmm...¿Quieres que duela? —contestó deslizando sus dedos a lo largo de su espalda hasta llegar a su cadera para acomodarla—. Lo tomaré como una sugerencia.

Pasado el malestar, venía la calma tanto para él, como para ella.

La dureza de Malakai, tensó a Eris. Él presionaba su cadera hacia abajo en un vaivén suave que la estaba provocando y justo en ese instante recordó que ambos estaban desnudos. Su sexo expuesto justo sobre el creciente miembro de Malakai, mientras sus generosos pechos frente a su rostro. Él estaba tan cerca que su cálido aliento contra su piel la estremecía. Era como si con un solo toque del Boss, el cuerpo de Eris respondiera dispuesta a aceptarlo todo.

La humedad entre sus muslos floreció incomodándola. Ella era una sucia anhelando las caricias del Boss. Él estaba herido y no debía aprovecharse de él en un estado tan vulnerable.

ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora