5.- CAUTELA

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La vergüenza y el pudor, dejaron de existir en el vocabulario de Eris semanas después del accidente. Olvidó lo que eran esas sensaciones hasta que los mercenarios se encargaron de hacerle recordar. Estar sin ropa frente a humanos modificados, por lejos era el peor de los escenarios que nunca imaginó. El terror hizo estragos en ella y su cuerpo respondió de la única forma natural que podía hacerlo.

—Los siento —susurró llorando mientras jalaba un poco de tierra para ponerla encima de la mancha de humedad entre sus piernas, esa que Malakai no dejaba de mirar.

Eris retiró las lianas de su muñeca y se limpió. Presurosa, inquieta y con un temblor en las manos, que no la dejaba en cada movimiento. Estaba al tanto que todos los humanos modificados tenían sus sentidos mejorados, y que el episodio de su vejiga, la especie lo notó y no estaba nada contento con ello.

Malakai no supo qué hacer. Se quedó estático y furioso consigo mismo. La asustó tanto, que le causó una respuesta involuntaria a su cuerpo. Aunque en el fondo, escuchar la aterciopelada voz de Eris, le alegró y calentó su cuerpo.

—Tranquila —susurró, tratando de suavizar su voz mientras se agachaba—. Fue culpa mía asustarte.

Eris intrigada, esperaba un golpe, zarandeo o gritos. Todo menos ver la enorme mano de la especie agarrando un poco de tierra e imitar sus movimientos. Su voz no paraba de darle escalofríos y presa del pánico, se quedó paralizada de nuevo .

Malakai se dio cuenta que no estaba funcionando. Necesitaba la información del satélite y aunque tenía muchas maneras de obtenerla, en todas ellas, la hembra saldría lastimada. Eso era lo que menos quería, cuando no podía dejar de mirarla y fantasear con ella. Decidió darle espacio, no sin antes quitarse la camisa y dejarla junto al ungüento frente a ella.

Eris no confiaba, no debía bajar la guardia. La humillación y degradación que recibió en menos de un día la mantenía alerta. Pese a que su cuerpo le dolía y no quería estar desnuda, no iba a aceptar nada. "Puede ser una trampa". Se dijo a sí misma. Mientras se debatía entre aceptar o no la ropa, el cansancio de nuevo la venció.



▃▃▃▃▃▃



Dos horas pasaron en el punto seguro. Aun así, Malakai mandó hacer rondas, no estaba dispuesto a bajar la guardia. El híbrido seguía vivo y de seguro los estaba buscando. La hembra era la clave. Entre más tiempo pasaba, el riesgo aumentaba para todos.

La información del satélite, útil o no, ponía en riesgo a todos los humanos modificados. Sobre todo con la confirmación de ocho grupos anarquistas, inmiscuidos en la localización de satélite. Aquellos humanos narcisistas, alardeaban de pureza en la sangre y no dejaban de darles guerra desde que el estado los aceptó.

—Puedo encargarme —le habló Riko a Malakai.

—¿De? —inquirió con desconfianza mientras arreglaba sus municiones.

—La hembra.

La sola mención de la hembra provoca en Malakai una oleada de celos. No los quería cerca de ella, luchaba contra la sensación de posesión cada que alguno de ellos la miraba. No era su dueño, era humana y sobre todo indispensable en la misión. Reprimió el gruñido que amenazaba con salir de su pecho como advertencia y respiró profundamente antes de contestar.

—¿Encargarte de que? —preguntó tratando de sonar normal—. Especifíca.

Riko noto la tensión en la mirada de Malakai. No era un tonto como para no darse cuenta que el Boss estaba poco contento con su propuesta. Sobre todo cuando lo observó colocarse en un punto donde vigilaba a la hembra dormida, cuando debería de estar presente en las rondas como siempre lo hacía. En cambio, estaba ahí parado alejando a cada integrante que se acercaba demasiado a ella.

ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora