Capitulo 3 -Parte 3-

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  Los días siguientes no fueron mejores. Mi hermano menor se olvidó completamente de mí, y ahora todo su mundo giraba en torno a Royer. Mi mamá nunca fue buena para las conversaciones, así que no me sorprendió el que no me buscará en ningún momento para tratar de hablar conmigo sobre el tema… Esos días que pasaron de verdad me sentí muy sola en la casa.

Antes del colegio, evitaba en todo momento encontrarme con Javier y su perro, cuando llegaba de clases me encerraba en mi habitación. Sabes, es horrible esa sensación de no encajar en tu propio hogar, de pensar que ahí yo no hacía falta. Los días hubieran continuado así de no ser por aquel accidente.

Desayunamos juntos, como siempre. Royer estaba bajo la mesa, comiendo de lo que mi hermano le lanzaba. Mientras yo estaba en mi mundo, ignorando y, bueno, siendo también ignorada.

Recuerdo que mamá estaba contándome sobre que iba a faltar al trabajo para llevar a Javier a hacerle exámenes y lo más seguro es que eso les llevaría toda la tarde. Yo solo respondía con «Ajam» y «Ujum» mientras miraba mi comida.

Llegué esa tarde después del colegio, y tal como mi mamá había dicho, en la casa no estaban ellos… Solo Royer.

Entré y me detuve al tener al perro frente a mí. Me miró con sorpresa y giró la cabeza hacia un lado, bajando las orejas. Solo le di una mirada de desprecio y lo rodeé, lanzando mi bolso en el mueble de la sala. Ahora entendía que era lo que mi mamá me estaba tratando de decir en esa mañana, mientras yo vagaba en mi mente ignorándola. Seguro algo así como "Tendremos que dejar a Royer" o "Pendiente con Royer" "ábrele la puerta del patio para que salga y no termine cagándose en la sala".

Teníamos un patio, pero mi mamá no dejaba que Royer estuviera allí, "demasiados peroles", decía ella, y era verdad. El patio no era más que un terreno de tierra con pedazos de escombros, bloques y arena, que sobró de cuando construyeron la casa. Además de latones viejos, pedazos de hierro y repuestos del carro que mi mamá acumulaba.

Este "patio" quedaba en la parte trasera de la casa y no estaba conectado con la calle. Pero para llegar, había que bajar por una escalera de bloque sin barandas. Mi mamá no nos dejaba estar en el patio por temor de que sufriéramos alguna caída. Ese terreno era bajo con respecto a la casa y mi mamá siempre nos decía que si nos resbalamos la caída sería de 5 a 6 metros.

Me acosté sin siquiera quitarme los zapatos, en el mueble de la sala, y saqué mi celular. En ese tiempo tenía uno que a penas servía para mandar mensajes de texto y fotos por Infra Rojo. Le escribí a Yoselin, mi mejor amiga del colegio. Cuando sentí algo que se recostaba en mi pierna. Era Royer apoyando su cabeza en mí.

—¡Quítate! —le dije enojada mientras lo pateaba en el hocico. Royer solo se alejó unos cuantos pasos y se tumbó en el suelo viéndome fijo. Me habían respondido el mensaje, así que volví a distraerme en la conversación. Cuando escuche un pequeño llanto al frente. Era Royer, triste, sollozando o por lo menos haciendo el sonido típico de un perro cuando quiere decir que está triste.

—¿Qué? —dije secamente. El solo seguía Mirándome con aquellos ojos vidriosos, y yo seguía ignorándolo como toda una adolescente malcriada.

Royer continuó con sus lamentos mientras yo fingía que no lo escuchaba. —¡Cállate Royer!— grité antipática, cansada de aquel ruido. Entonces él se levantó en respuesta de mi grito y me ladró. No fue un ladrido en son de ataque, por lo menos yo no lo sentí así, era más como diciéndome: «deja de ignorarme, necesito que me prestes atención».

Me levanté enojada "¿Cómo se le ocurría a ese estúpido perro ladrarme?"

Caminé hasta la puerta que daba al patio y sentí como me seguía. —¡Fuera! —grité más enojada que antes, señalando a la escalera sin barandilla. Royer solo se detuvo en el marco de la puerta y levantó la cabeza para verme, "¿qué le pasaba a ese perro estúpido?" Pensaba "¿Acaso no tienes ganas de salir a hacer tus necesidades?"

—¡Fuera Royer!—volví a decir con fuerza, pero él seguía inmóvil, sin obedecer.

Fue entonces que decidí pasar a la acción. Tomé a Royer por el cuello y lo saqué agresivamente hasta la escalera. No me importaba si se insolaba, si ensuciaba su hermoso pelaje con tierra, o si se cundía de piojos y garrapatas. Estaba decidida a sacarlo, cerrar la puerta, trancarla y dejarlo allí hasta que mi mamá volviera.

Royer volvió a meter medio cuerpo en la casa, dejando las patas traseras apoyadas en la escalera. —¡Que Te Quedes Afuera Perro Idiota! —grité mientras lo pateaba en el cuello. Royer se tambaleó un poco, pero logró mantenerse firme en su posición.

Volvió a levantar la cabeza y viéndome fijo me ladró nuevamente, pero con más fuerza, esta vez. Aquello ya era el colmo para mí, me estaba retando. Obedecía en todo a mi hermano, pero a mí solo me ofrecía sus insoportables ladridos. Decidí en ese momento que le iba a enseñar que no me podía tratar de esa forma.

Puse ambas manos en el marco de la puerta, sujetándome fuerte para no desequilibrarme. Levanté mi pierna derecha y la contraje lo más que pude a mi cuerpo, para así agarrar más fuerza y también impulso. Royer adivinó al instante que se acercaba una nueva patada. Él solo tuvo oportunidad de cerrar los ojos y girar levemente cuando recibió mi súper patada en todo el lomo. Esta vez sí chilló al impacto, y al retroceder una de sus patas traseras quedó en el aire. La segunda pata le siguió y en menos de un segundo la mitad de su cuerpo estuvo colgando por el peso. La otra mitad delantera de su cuerpo cedió. Royer movió las patas de adelante, como si tratara de sujetarse inútilmente de algo en el último momento. Pude ver el miedo en su mirada, esa fracción de minuto que duró su caída.

Si Royer hubiera rodado por las escaleras, en vez de caer recto al vacío, estoy segura de que hubiera sobrevivido. Incluso si no hubieran estado aquellos bloques apilados esperándolo abajo, quizás no hubiera pasado de una pata rota y una visita al veterinario. Pero el pobre perro cayó con todo su peso y a gran velocidad al piso de tierra que lo esperaba abajo. Con tan mala suerte que su cabeza y cuello impactaron con los malditos bloques que se encontraban ahí.

El chillido fue horrible, acompañado del sonido seco de su cuerpo al impactar. —¡ROYEEER! —grité con fuerza, moviendo mis manos al frente como si hubiera tenido alguna oportunidad de sujetarlo en el aire.

—¡No! ¡No, no, no! —decía angustiada, bajando tan rápido cada escalón que casi me caigo yo también. Llegué hasta Royer y me arrodillé en el suelo, justo enfrente de él. Seguía vivo, pero de su boca salía tanta sangre, que en apenas pocos segundos tenía un enorme charco alrededor. En su nariz se formaban burbujas mezcladas de sangre y baba. Cada vez que trataba de respirar lo hacía con mucha dificultad. Su cuello mostraba ahora un sobresaliente bulto hinchado. Imagino que era el hueso que amenazaba con salir de su cuerpo. Todo mientras el pobre animal temblaba agonizando del dolor.

—Perdón Royer, yo no quería... perdón —decía, hecha ahora un mar de lágrimas. Mis pantalones se mancharon de aquella sangre que no paraba de brotar, pero ni siquiera lo noté en ese momento. Traté de sujetarle la cabeza, y él se sacudió con fuerza, como si al tocarlo le hubiera causado más dolor.

—No te mueras Royer, por favor, no te mueras —decía observándolo y llorando como nunca había llorado antes. Royer siguió temblando de aquella manera tan horrible por unos momentos más, y luego los movimientos se fueron ralentizando, poco a poco, hasta ser no más que leves contracciones. Royer volvió a mirarme con aquellos ojos tristes y vidriosos. —Perdón Royer, perdón —dije entre sollozos, mientras tocaba su hocico. Mis manos se llenaron de sangre, pero aquello no me importó. Acaricié su cabeza y nos quedamos mirándonos fijo el uno al otro. Hasta que Royer cerró sus ojos y lanzó un último aliento con las fuerzas que le quedaban. Su hocico se abrió y de este salió su lengua, que ahora colgaba hasta afuera. Por fin había dejado de temblar y noté que ya no respiraba. —No, no, nooooo —dije llorando, y recostando mi cabeza contra su lomo.

—¿PERO QUÉ CARAJO PASO MADIEL? —gritó mi mamá, desde el marco de la puerta.

Levanté la cabeza y la vi, observándome desde allí arriba. Al lado de ella, sujetándole la mano y con los ojos abiertos como dos platos, estaba Javier totalmente horrorizado.

LOS PECADOS DE MADIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora