Cap 8. La Redención -Parte 1-

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  Al terminar su relato, Madiel solo pudo ocultar su rostro contra la mesa mientras lloraba. Valentina también terminó limpiándose las lágrimas, que se asomaron al terminar de escuchar aquella historia.

Madiel no se recomponía, solo continuaba llorando con fuerza, y algo agitada. La doctora Francis se levantó de su silla y la rodeó con ambos brazos mientras trataba de calmarla. Fue entonces que Valentina notó que ella también estaba llorando.

—Doctora —dijo Valentina, —voy a apagar la cámara, para que podamos atender a Madiel y así ella pueda...

—No —respondió Madiel. Levantó el rostro, mostrando ahora todo su labial que se había corrido. Tenía los ojos hinchados y rojos por tanto llanto, y su cabello, antes perfecto, ahora dejaba caer varios mechones despeinados sobre su frente. Madiel solo siguió negando con la cabeza. Intentó frenar el llanto por un momento con su ejercicio de respiraciones, pero volvió a llorar de nuevo, esta vez presionando su rostro contra el pecho de Francis, quien la consolaba apretándola en los hombros.

Valentina estaba perpleja. No sabía que hacer, si apagar la cámara o unirse junto con la doctora e intentar también calmar a Madiel.

—Fueron mis vecinos quienes me encontraron al día siguiente —dijo Madiel sollozando, con su cabeza aún apoyada en la doctora.
—Habían escuchado mis gritos la noche anterior y se preocuparon en la mañana, cuando llamaron a mi puerta y no respondí, llamaron al conserje, pero debieron esperar hasta medio día para que llegara con las llaves de mi apartamento. Era domingo, así que ese día no iba a trabajar. Él les abrió la puerta y me encontraron, en el suelo de mi cuarto, desmayada.

—¿Las cortadas en tus manos Madiel? —preguntó Valentina.

—No, nada de eso estaba, solo el bulto en mi cara. Ya estaba tan hinchado que casi no se podía ver el ojo. Debieron pensar que me había caído y quedado inconsistente, así que llamaron una ambulancia y me llevaron al hospital.

Madiel logró tranquilizarse un poco, aun así sus labios temblaban suavemente cuando hablaba, y de sus ojos cada cierto momento, una lágrima salía y rodaba por sus mejillas.

—En el informe médico se expresó que Madiel presentaba un cuadro grande de fatiga y debilidad, por las horas sin comer ni tomar agua —respondió la Doctora Francis, —además de un shock postraumático, tenía los valores muy bajos, así que le suministraron suero vía intravenosa y calmantes, ya que se comportó agresiva con el personal médico cuando recobró la conciencia.

—Yo no sabía diferenciar que era real y que no —dijo Madiel —durante mucho tiempo tuve tanto miedo a la oscuridad, que creía que de cualquier sombra aparecería aquella anciana.

Francis soltó a Madiel y caminó de nuevo hasta su silla, miró su reloj y comenzó a escribir en su cuaderno.

—¿Quién cuidó de ti todo ese tiempo? —preguntó Valentina.

—Mi Mamá, —Madiel hizo una pausa antes de continuar. —Mi mamá llegó una hora luego de que yo llegara al hospital, al principio no quise hablar con ella, la verdad no quise hablar con nadie. Los primeros días solo lloraba y tenía episodios de pánico. Cualquier ruido fuerte o luz apagada me alteraba, tenían que darme pastillas para dormir, porque tampoco quería hacerlo por mi cuenta. Cada vez que lo hacía tenia aquellas horribles pesadillas, todas giraban en torno a esa anciana.

—¿Qué fue lo que logró sacarte de esa mala situación? —dijo Valentina.

—Pues... mi hermano —respondió Madiel. —Él llegó días después. Ya no vive aquí en Barquisimeto, así que tuvo que viajar desde Caracas, para apoyar a mi mamá conmigo. Cuando lo vi entrando a mi habitación me sobresalté tanto, que casi me arranqué  la vía de mi mano en un tirón. Nos abrazamos fuerte y yo solo le pedía disculpas, llorando sin parar. Él no entendía qué pasaba, pero igual me regresó el abrazo con tanto cariño, que por fin logré sentir algo de paz, luego de tantos días de angustia.

—¿Le contaste a tu hermano lo que pasó?

—Sí, fue la primera persona con la que pude hablar. Le dije que quería conversar con él a solas, así que mi mamá y la enfermera salieron de la habitación. Primero le conté sobre Royer. Le confesé cómo había sido yo la culpable de su muerte y que jamás me atreví a contarle la verdad.

—Y ¿cómo lo tomó?—preguntó Valentina.

—Pues, vi como sus ojos se humedecían y unas pocas lágrimas lograron salir de ellos, aun así me abrazó y me besó en la frente mientras me decía que estuviera tranquila, que ya todo había pasado, que éramos niños y que entendía perfectamente el por qué tuve miedo de contarle la verdad. Me abrazó de nuevo y sentí un alivio tan enorme dentro de mí, cuando me dijo que no tenía nada que perdonarme, que me amaba y se alegraba de que yo estuviera bien. Sé que contarle la verdad sobre Royer le dolió, y lo hice reconectarse con ese recuerdo tan amargo, pero también sé que su perdón hacia mí fue sincero.

—Tienes un hermano muy valioso, Madiel. —dijo Valentina asintiendo y regalándole una ligera sonrisa.

—Sí, es el mejor. Javier se convirtió en un gran hombre, es un excelente profesional, dirige una cadena de restaurante. Comenzó en Barquisimeto, trabajando para un chef famoso, que de verdad no recuerdo cómo se llama, prácticamente fue quien salvó que el lugar cayera en quiebra. Ahora desde la capital se encarga de administrar casi todas las sucursales. También formó una familia hermosa, con una buena esposa y dos hijos pequeños que me escriben cada semana por WhatsApp. Sé que al tiempo de que le conté la verdad sobre Royer, se atrevió a llevar un cachorro a su casa. Ya hoy es un perro enorme y le dio alegría a mis sobrinos como no te imaginas. Javier no quiso tener nunca una mascota luego de Royer, así que sé que ese día una gran herida sanó en nosotros dos.

—¿Te atreviste a contarle todo lo demás? ¿Sobre la aplicación, la llamada y la anciana? —preguntó Valentina.

—Sí claro, ese mismo día. Luego de hablar sobre Royer, Javier quiso saber que fue lo que me había ocurrido.

—¿Y como se tomó tu hermano toda la historia?

—Obviamente, pensó que me había vuelto loca. "Te pegaste muy duro en la cabeza" me dijo. No le conté la historia tan detalladamente como lo hice hoy contigo, pero sí me aseguré de contarle lo más importante.

—Ve a mi apartamento, busca en el celular y verás la aplicación y los mensajes, pero júrame Javier que no intentarás usar la aplicación —ecuerdo que se lo dije llorando, justo antes de que llegara la enfermera a sacarlo porque había terminado el horario de visitas.

Esa fue la primera noche que pude dormir sin tener pesadillas, en cambio, soñé con Royer, estábamos en un enorme parque verde, que parecía no tener fin. Ahí sobre la grama yo estaba sentada y Royer tenía su cabeza apoyada en mis rodillas. Lo acaricié detrás de las orejas y él me lamió las manos, como hacía con mi hermano.

Sé que fue la idea de ver a Javier por última vez, y pedirle perdón lo que me salvó esa noche. De no ser por mi hermano, estoy segura de que me hubiera abierto la garganta con el cuchillo.

Al día siguiente, me desperté más tranquila, y cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue a Yoselin sentada en mi cama, justo a mi lado.

LOS PECADOS DE MADIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora