18. Preocupación

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Mantenía sus ojos cerrados con fuerza, de repente, todo el bullicio de la pelea desapareció, no se escuchaba más que el canto de los grillos.

Su corazón palpitaba con fuerza, no quería abrir los ojos y darse cuenta que había regresado a su realidad.

Respiró profundo un par de veces y, antes de arrepentirse, abrió lentamente los ojos, rezando internamente porque su palabra clave no hubiera funcionado.

Grande fue su decepción cuando notó el techo blanco de su habitación, sintió su mundo caerse a pedazos, lo había hecho, los había abandonado a todos en medio de una batalla que no estaba seguro de quién podría ganar.

Notó su habitación oscura, aún era de noche.

Ni siquiera se tomó el tiempo de moverse de posición, se mantuvo boca arriba, con las manos sobre el estómago, recordando como hace unos segundos, un par de ojos azules le suplicaban que se pusiera a salvo. Vio a sus padres y a su pequeña hermana inconsciente. Vio el cuerpo sin vida del Alfa. Vio su vida dentro de su RD.

En medio de los recuerdos, lágrimas poco a poco comenzaron a caer de esas bellas esmeraldas.

Los dejó a su suerte. Él estaba a salvo, sí, ¿pero ellos? ¿Su manada también lo estaría?

Tal vez pasaron minutos u horas cuando trataba de asimilar su regreso, preguntándose por el bienestar de cada miembro de su manada y culpandose por haberlos dejado.

Lo volvió a intentar. Cerraba los ojos y contaba, deseando volver a su RD, pero al terminar su conteo, no había nada, no había aroma de menta y chocolate, no había ruido, no había nada.

Pronto, el sonido de su alarma interrumpió sus intentos, abrió los ojos y se percató de que había amanecido. Se talló la cara en signo de frustración y apagó el ruido.

Se dedicó a prepararse como lo hacía todas las mañanas. Al salir de su habitación, sentía que no reconocía su casa, no era igual de acogedora y cálida que la de su RD, ésta era fría y aburrida, sobretodo, silenciosa, sin una pequeña niña que corría feliz por todos lados en las mañanas, o el olor del chocolate caliente que su madre preparaba, o la voz de su padre deseando los buenos días.

No quería estar ahí, quería regresar a su verdadero hogar.

(...)

El día en la escuela fue pesado, más de lo que esperaba. Su mente trabajaba a mil por hora, pero no exactamente por el tema de las integrales que estaban en el pizarrón.

Le habían llamado la atención más de dos veces en el día por distraerse durante las clases.

Se le veía decaído, y Matt no dejó pasar ese detalle. Trató de preguntarle varias veces lo que le ocurría, pero fue reprendido por los profesores al hablar en clase y obligado a pasar al pizarrón a resolver ejercicios que no entendía.

Al terminar las clases, Harry iba decidido a la salida, se sentía asfixiado entre tantos adolescentes, pero fue interceptado por Matt.

- Ni creas que te me vas a escapar - se paró delante de él, respirando agitado, se notaba que había corrido para alcanzarlo - ¿qué sucede? - preguntó en cuanto recuperó un poco el aliento.

- No estoy de humor Matt, por favor - habló el rizado con la cabeza gacha. Sostenía firmemente las correas de su mochila, viéndose pequeño en su lugar.

- Oye - se acercó y, con cuidado, colocó sus manos sobre los hombros del contrario, dándole un ligero masaje mientras buscaba su mirada - habla conmigo, ¿qué pasa?

Esperó pacientemente la respuesta de su mejor amigo, importándole muy poco el hecho de que estaban frente a la salida de la escuela, obstruyendo el paso a algunos alumnos y maestros.

OMEGA // Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora