Las Jefas- (Adaptación Cache) Terminada.

37- Poche

Valentina entró en mi despacho sonriendo como si estuviera en la cima del mundo.

―¿Ya me echabas de menos?

Le había pedido que se pasase cuando estuviera en la ciudad.

Normalmente iba mucho de aquí para allá, yendo adonde la llevara el negocio automovilístico.

―Yo nunca te echo de menos.

―Pues no lo parece. ―Se sentó y cruzó las piernas con un aire bastante
arrogante para estar sentada en el despacho de otra persona.

―Gracias por soltárselo todo a Calle. ―Sabía que mi hermana tenía las mejores intenciones, pero no me hacía ninguna gracia que lo fuera largando todo por ahí como una maldita idiota. Por suerte, ella no
estaba enfadada conmigo. Si aquello hubiera pasado unas cuantas semanas
antes, las cosas podrían haber salido de un modo bastante diferente.

Afortunadamente ella ya sabía que la quería.

―¿Qué?

―Conmigo no te hagas la tonta. Me contó lo que le dijiste en la cafetería.

―Yo no le dije nada.

―No, pero esa mujer es una genio. Se le da de miedo leer entre líneas. Calle es una fuera de serie, te conviene no olvidarlo.

Su sonrisa desapareció al darse cuenta de que yo estaba realmente molesta.

―No iba con segundas intenciones. Simplemente no me gusta cómo te está haciendo esperar.

―No me está haciendo esperar.

―Pues lo parece.

―De hecho, ya hemos estado hablando y me ha dicho que quiere
estar conmigo.

La sonrisa de Valentina reapareció, pero esta vez no había arrogancia
en ella. Era auténtica, del tipo que se contagiaba a los ojos.

―¿De verdad? ¿Va a dejar a Juliana, entonces?

―Sí.

―Bien. Así que por fin te decidiste a mover el culo y luchar por ella.

―Algo parecido ―contesté en voz baja.

―O sea, que Daniela Calle es oficialmente tu novia.

―Bueno, oficialmente no. Todavía no se lo puedes contar a  nadie, no hasta que Calle esté preparada.

Puso los ojos en blanco.

―¿Por qué con ustedes todo tiene que ser un secreto?

―Porque así es como ella lo quiere. Bien, ¿puedo confiar en que mantengas la boca cerrada?

Volvió a poner los ojos en blanco.

―Yo nunca te la jugaría, eso lo sabes.

Lo sabía.

―¿Y ahora ya puedo dejar de fingir que no sé nada cuando vea a Calle?

―Sí. Pero déjale muy claro que no vas a ir contándolo por ahí.

―De acuerdo, lo haré. ―Vale apoyó la barbilla en las puntas de los dedos y se me quedó mirando.

―¿Qué sucede?

―Te veo feliz. Es un cambio agradable.

Era feliz. En vez de ir por ahí sombría y taciturna todo el tiempo, tenía un motivo para sonreír. No sólo me había enamorado finalmente de alguien, además había encontrado a la mujer
perfecta. Había encontrado a alguien a quien adoraba, a quien respetaba y con quien disfrutaba de verdad. Yo siempre había pensado que si alguna vez sentaba la cabeza, mi esposa sería un ama de casa que se gastaría mi dinero cubriéndose de regalos o un esposo que se dedicará a lo mismo que yo.