Sin saber dónde me encontraba ni si seguía con vida, me sentía únicamente un espíritu. No había luz ni sensaciones. Sólo una ligera percepción de existir, aunque no en la Tierra realmente, sino en algún lugar del espacio.
Estaba segura de que había muerto.
Me pareció oír el fuerte pitido de un monitor.
Me pareció sentir cómo se le quebraba el alma a María José.
Me parecía estar experimentando cosas que era incapaz de comprender.
Y entonces vi algo.
Estaba en un antiguo edificio de Brooklyn, de pie en el pequeño estudio en el que vivíamos mi padre y yo. La pintura se desprendía de las paredes, las tablas del suelo estaba ajadas, el frigorífico emitía un zumbido constante como si estuviera en las últimas y el sofá amarillo seguía teniendo incontables agujeros por los que se salía el relleno.
Estaba en casa.
Yo solía dormir en uno de los sofás y mi padre se acostaba en la cama
plegable. Teníamos una vieja mesa de cocina que habíamos encontrado en el mercadillo, y sobre ella había dos tazas de plástico y unos platos que se me había olvidado fregar. Sobre la encimera había una foto de los dos de un día que habíamos pasado en el parque.Olía igual que siempre.
Noté cómo repicaban mis caros zapatos de tacón sobre el suelo de madera al moverme. Llevaba un traje de Suede, un conjunto que Connor había diseñado específicamente para mí. Tenía la misma edad que tenía antes de que aquella bala entrara en mi pecho.
Pero nunca había olvidado cómo fui en el pasado.
La luz del sol se filtraba por las ventanas polvorientas con vistas a las instalaciones de envasado de carne que había al otro lado de la calle.
—Mírate.
Me detuve al oír su voz, aquel profundo sonido que todavía me perseguía en sueños. Estaba lleno de una sonrisa perpetua, repleto de los recuerdos de mi infancia. Dejé de respirar cuando lo escuché y me sobrevino una cascada de emociones. Hacía diez años que había dejado este mundo, pero nunca había salido de mi corazón.
Me di la vuelta lentamente y miré a mi padre. Llevaba puestas las únicas
gafas que había tenido en su vida, con la montura cuadrada y las lentes
gruesas. Su indomable cabello castaño empezaba a encanecer y estaba
enmarañado. Llevaba unos vaqueros claros y su camiseta azul, uno de los
conjuntos que más se ponía. Tenía los dedos ásperos de sostener
constantemente la brocha de pintar.Estaba exactamente igual.
—Papá…
Cubrió la distancia que nos separaba y me agarró por los codos. El aroma
de su colonia me inundó.—Daniela, te has convertido en una mujer preciosa. Eres igual que tu
madre… Apenas puedo creerlo.Nunca mencionaba a mi madre cuando vivía.
—Creo que también me parezco a ti.
Su sonrisa se suavizó ligeramente.
—Sin duda alguna. —Me subió las manos por los brazos antes de
retroceder—. La mujer más rica del mundo… Me gustaría decir que me
sorprende, pero no es así. Siempre supe que conseguirías grandes cosas, pero algo tan inmenso… no me lo podría haber imaginado.Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero no eran lágrimas de dolor. Se
debían a algo totalmente distinto.—Quería cuidar de ti. Quería darte una vida mejor… Siento no haberlo
logrado lo suficientemente rápido.—¿Una vida mejor? —Ladeó la cabeza y me dirigió aquella mirada de sorpresa que solía dedicarme cuando decía algo que no tenía sentido—.
Daniela, tuve una vida maravillosa. Ojalá hubiera podido permitirme comprarte mejor ropa para la escuela y pagarte la matrícula de la universidad… pero tenía todo lo demás que me hacía falta. Te tenía a ti. Con eso siempre he tenido más que suficiente.—Papá… —Ahora las lágrimas me caían por las mejillas formando dos regueros por mi rostro.
—Cariño. —Volvió a cogerme por los codos—. No estés triste. No tienes
ni idea de lo orgulloso que estoy de ti.—Ya lo sé… Siempre lo he sabido.
—Y además publicaste mi libro. —Las gafas aumentaban la humedad de
sus ojos, mostrando las lágrimas que estaban por aflorar—. Hiciste realidad
mi sueño.—Claro que sí.
—Fue tan bonito por tu parte… —Me frotó los brazos de arriba abajo con
las manos—. No tienes ni idea de cuánto me alegro de volverte a ver. Pero también temía este día. No debería haber llegado tan pronto.Sus palabras cayeron sobre mí como una losa, impactándome con su
significado.—Eso quiere decir…
—Sí.
—Ah…
Me apretó los brazos con delicadeza.
—A menos que haya algo por lo que merezca la pena luchar. ¿Es así,
Dani?Me vino a la mente la cara de María José. De repente sentí su anillo en mi dedo y noté el peso del pequeño diamante. Levanté la mano y se lo enseñé a mi padre.
Lo examinó con la misma sonrisa infantil.
—Es precioso.
—Gracias… Ella te encantaría.
—Ya me encanta. María José Garzón… Es una mujer muy apuesta.
Volví a mirarlo a la cara, sintiendo los ojos y las mejillas hinchados.
—Entonces parece que sí hay algo por lo que luchar…
Asentí.
—Sí, sí que lo hay. Quiero quedarme contigo… Te echo de menos. Pero…
—Vete, cariño. Como he dicho, es demasiado pronto para ti. —Me soltó y dio un paso atrás—. Hay tantísimas otras cosas que tienes que hacer, Dani. Te has convertido en la mujer más rica del mundo con treinta años. ¿De qué más eres capaz?
—Siempre he querido formar mi propia familia.
—Bien. No hay una alegría mayor que tener un hijo. Lo sé por experiencia.
Mi sonrisa se desvaneció mientras las lágrimas seguían brotando.
Me cogió las dos manos y las unió entre las suyas.
—Vete, cariño. Lucha para volver con ella. Ya tendremos tiempo más
adelante.—Es que no tuvimos tiempo suficiente en un principio…
—Tenemos toda la eternidad. —Me apretó las manos antes de soltarme—.
¿Puedes darle un mensaje a María José?—Claro.
—Dile que tiene mi bendición.
Volvió a aparecer una sonrisa en mis labios.
—Y dile que se perdone.
Mi sonrisa se difuminó igual de rápido.
—¿Que se perdone por qué?
—Por no haber recibido esa bala por ti.
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Maratón: (2/3)
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Las Jefas- (Adaptación Cache) Terminada.
Fiksi PenggemarTodos los derechos a su autor, esto es solo una adaptación. No estaba acostumbrada a oír la palabra «no». No estaba acostumbrada a tener una contrincante que tuviera la misma seguridad que yo, la misma inteligencia. No estaba acostumbrada a que otra...