90- Calle

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La televisión estaba encendida en la pared, pero yo no dediqué ni un
segundo a verla. Quería pedirle a alguien que me trajera el ordenador para poder trabajar un poco, pero sabía que María José perdería los estribos si se enteraba. Había pasado por mucho y yo no quería presionarla.

Juan Carlos estaba sentado en el sofá que había junto a mi cama con un brazo apoyado en el respaldo. Tenía la vista puesta en el televisor la mayor parte del tiempo, y entre nosotros se extendía un cómodo silencio, igual que me ocurría con Juliana.

Hacía aproximadamente cinco horas que María José se había marchado, y yo sabía que se había quedado dormida en cuanto había apoyado la cabeza en la almohada. Me había ocultado bien su agotamiento, pero yo sabía que se estaba viniendo abajo poco a poco. No había comido ni se había duchado desde que me habían ingresado en el hospital cuatro días antes. Echaba algunas cabezadas durante la noche, pero aquello haría sucumbir hasta a la mujer más fuerte a causa del estrés.

Me alegraba de que por fin se hubiera tomado algo de tiempo para sí misma.

—¿Necesitas algo, Daniela? —me preguntó Juan Carlos.

—No, gracias. Estoy bien. —Seguía postrada en la cama con una amplia
ventana a mi derecha. Desde mi planta podía contemplar la ciudad entera: era una vista preciosa que me recordaba a la que tenía desde mi ático.

—Mi hija te quiere de verdad. —Posó la mirada en mí, aquellos ojos marrones parecidos a los de María José—. Apenas fue capaz de hablar
durante todo el tiempo que pasamos en la sala de espera. Estaba hundida.
Nunca había visto a mi hija tan asustada en toda su vida. Perder a su madre fue una tragedia, pero esto ha sido algo muchísimo peor.

Sabía lo mal que lo había pasado María José. No me hacía falta verla sufrir para darme cuenta. Lo único que tenía que hacer era imaginar la situación a la inversa y la entendía a la perfección.

—Ya lo sé…

Volvió a girarse hacia el televisor.

—Parece que las cosas van bien entre ustedes.

—Sí, sí que van bien —dijo—. Y me siento agradecido. Me alegro de
haber podido sentarme con ella en la sala de espera. Agradezco haber tenido el privilegio de consolarla, de estar a su lado cuando más necesitaba a alguien. Agradezco haber conseguido ser un padre para ella… después de todo el tiempo que perdí.

—Yo también lo agradezco.

—Ha sido gracias a ti —dijo en voz baja—. Puede que mi mujer no esté
tan enfadada conmigo cuando la vuelva a ver…

Hacía muchos años que ya no estaba, pero él seguía adorándola como si su
amor no hubiera mermado por su separación.

—No estará enfadada contigo, Juan Carlos. Has compensado lo que hiciste
más que de sobra.

Esbozó una pequeña sonrisa que sólo duró un instante.

—Espero que tengas razón, Calle. —Cambió de postura en el sofá y quedó
de frente a mí con una pierna cruzada. Eran las cinco de la tarde y María José tardaría mucho en volver—. Bueno, ¿tienes alguna idea para la boda?

—No he pensado en ello demasiado.

—¿Qué te parece pensarlo ahora?

—Bueno… Sé que quiero algo pequeño. Sólo nosotras y algunas personas más.

Asintió.

—En algún lugar donde no se vuelvan locos sacándonos fotos. Francia, a
lo mejor.

—Francia es una maravilla.

Las Jefas- (Adaptación Cache) Terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora