Habían pasado algunos días desde que Steven regresó a la ciudad y Carly aprovechó para invitarme a su apartamento después del trabajo y no pude negarme. Había sido una jornada muy difícil, después de que varios clientes se enojaran con algunos de los meseros por no llevar su comida a tiempo.
—Leonard es un estúpido, siempre confunde las mesas —se quejó mi jefa.
—Deberías despedirlo —dije sin más— Creo que sospecha de lo nuestro.
De todos modos no me caía bien el tipo.
—¿Eso crees?
—Puedo ayudarte a conseguir más personal —ofrecí— Entrego volantes afuera de la cafetería para anunciar que hay un puesto libre.
La chica buscó sus llaves con impaciencia en su bolso, y cuando finalmente las encontró abrió la puerta para entrar. La seguí de cerca, y me invitó a quitarme los zapatos en la entrada cuando ella lo hizo.
—Tendría que hacer algunas entrevistas... —dijo, angustiada.
Me reí al recordar que mi entrevista de trabajo no duró ni cinco segundos y acabó muy bien.
—¿De qué te ríes? —preguntó, molesta.
—De que a mí me fue muy bien en mi entrevista de trabajo, ¿No crees? —me acerqué a ella de manera coqueta.
Ella rodó los ojos hacia el techo, abrumada y se hizo a un lado. Caminó hasta el sillón de su sala y se dejó caer, exhausta. El trabajo de Carly no era nada fácil, por muchos que podrían decir que trabajar en una cafetería era consa sencilla. Más para ella, que además de la jefa era también la anfitriona.
—¿Qué te hizo abrir una cafetería? —le pregunté con curiosidad, sentándome a su lado.
Se lo pensó por algunos segundos, hasta que sus ojos grisáceos fueron hasta los míos y sonrió con alegría, recordando algo.
—Mi papá era chef —dijo— Tenía el sueño de abrir una cafetería en esa zona, cuando por fin pudo hacerlo, él...
Suspiró y me di cuenta que estaba tocando un tema delicado.
—Él falleció justo después de abrirla —comentó, con un tinte de tristeza en su mirada.
Me acerqué a ella y subí sus piernas a mi regazo, acariciando su piel pálida con las yemas de mis dedos. Ella suspiró, recibiendo mis caricias, relajándose poco a poco.
—¿También era tu sueño?
—¿Perdón? —preguntó curiosa, regresando a la realidad.
—¿Abrir una cafetería? ¿También era tu sueño?
La mirada de mi jefa fue a parar a otro punto de la habitación, recordando algo que le causaba mucho dolor, puesto que sus ojos empezaban a cristalizarse levemente. Me odié por hacerla llorar, por lo cual me acerqué a ella para acunar su rostro.
—Su muerte es muy reciente todavía —me hizo saber, cuando un sollozo se le escapó.
La estreché contra mi pecho y acaricié sus hombros lentamente. No podía imaginar aquel dolor, ninguno de mis familiares había muerto todavía, lo cual me hacía un imbécil con suerte a su lado. De pronto me pregunté si en verdad Carly estaba a gusto con su trabajo, quizá tenía otras aficiones, otros sueños. Pero no quise preguntar.
—Tranquila, aquí estoy —la consolé de la manera más pacífica posible, mientras acariciaba sus hombros con delicadeza.
Ella elevó la mirada de una manera lenta y suave, para después juntar sus labios a los míos. Le devolví el beso con mayor intensidad hasta que me separé en busca de aire, pero en menos de dos segundos ella volvió a besarme.
Terminé recostandola en aquel sillón y empecé a besar suavemente su cuello, dejando leves lamidas y mordiscos que la empezaron a encender.
Sonreí contra su piel cuando un gemido se le escapó.
Sabía que la cosa podría descontrolarse. Una de mis reglas era no tener sexo en mi apartamento o en el apartamento de alguien más. En el pasado, me había acostumbrado a coger en moteles, baños de antros e incluso en fiestas a las que me había colado.
Sin embargo, cuando las manos de Carly fueron hasta mi cabello para acariciarme y atraerme más a sus labios no me pude resistir. Aquellas manos finas y suaves fueron hasta el broche de mi pantalón y con facilidad me desvistió.
El tiempo que el médico había recomendado para volver a tener sexo había pasado. Así que no veía problema en que lo hiciéramos justo ahí y ahora.
—Tan jodidamente sexy eres... —susurró y se apoyó con sus brazos para llegar a mis labios y volver a besarme.
Mis manos abrazaron sus piernas, acariciando su piel suave y caliente. Deslicé su falda hasta dejarla enrroscada en su abdomen. Fui dando besos por su cuello hasta enterrar mi rostro entre sus pechos, aún recubiertos por la tela. Aspiré su aroma desesperado por sentirla más cerca.
De un momento a otro, Carly me empujó sobre el sillón, dejándome sentado sobre la tela afelpada. Se sentó a horcadajas sobre mí y siguió besándome con intensidad, jugando con mi lengua, mordiendo mi labio...
—Quiero hacerte sentir bien... —susurró cerca de mis labios, acunando mis mejillas con sus manos cálidas.
Observé la intensidad en su mirada, y me sorprendió cuando se bajó de mi regazo y sus manos fueron hasta mi boxer. Lo deslizó hacia abajo, hasta que se deshizo de él.
Cuando la ví hincarse sobre la alfombra supe sus intenciones.
—¿Alguna vez lo has hecho? —pregunté en un susurro.
La rubia negó con la cabeza pero aún así se acercó a mis labios para besarme de nuevo y sus manos fueron hasta mi erección.
Acarició con suavidad la piel blanda de ahí y no pude evitar recostar la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y dejándome llevar por las sensaciones.
Las mano de Carly se movía hacia arriba, hacia abajo, lento y suavemente. Empecé a sentir el latir de mi corazón como loco dentro de mi pecho, y aquella emoción solo se incrementó cuando la ví llevárselo a la boca.
—Joder... —susurré en cuanto sus lamidas se hicieron presentes.
La observaba y no podía verse más hermosa. Para no haberlo hecho nunca, lo hacía bastante bien. Mis manos fueron hasta su cabello y acaricié con suavidad su melena dorada, mientras ella seguía lamiendo, chupando, hasta que aumentó el ritmo y sentí que podía venirme en cualquier momento.
—Carly... —me sorprendió a mí mismo, susurrar su nombre.
Sujeté con fuerza la tela del sillón mientras ella aumentaba la velocidad de sus lamidas. Empecé a gemir sin darme cuenta, suavemente, mientras ella continuaba.
Enredé mis dedos en su cabello, no para ejercer presión sobre ella, sino para acariciarla. Para que supiera que aquello me encantaba.
Ella se separó de mí después de algunos segundos y fruncí el ceño cuando sus lamidas se detuvieron. Volvió a sentarse a horcajadas sobre mí, quitándose el resto de ropa que la cubría en el proceso.
—¿Sabes por qué me detuve? —cuestionó en mi oído, susurrando— Porque quiero que acabes dentro de mí, quiero sentir cómo me llenas.
Sus palabras me erizaron la piel y su mirada se clavó en mí con tanta intensidad que no pensé en otra cosa que en terminar con aquello que habíamos iniciado.
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No preguntes por Aria
RomanceMi nombre es Blake. No soy un chico tierno ni cursi. Soy un chico directo y lo que me gusta lo tomo. Dejé de tener sentimientos hace mucho tiempo, no me interesa relacionarme con nadie. Al menos así pensaba hasta que conocí a una chica rubia en un...