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La primera semana tras su partida, ninguna carta o información sobre Laurie llegó. May y Jo preguntaban todos los lunes para ver si el correo había llegado, pero nada.

«Espero que se encuentre bien» May pensaba a modo de suplica todas las noches.

A la tercera llegaron dos cartas con retraso, desde el barco encallado ya en Europa, pero no databa de ningún país. No decía nada del ahora, si no de los aburridos días en el barco.

«Por lo menos me pregunta como estoy» May pensó al terminar de leer los papeles.

Al mes de su ida, las cartas dejaron de llegar, y en el pueblo ya no se hablaba de él. Se había evaporado, y las March temían de que algo le hubiese pasado.

«Dios, protégelo con tu voluntad» Marmee a veces le dedicaba una pequeña  oración al joven.

El tiempo pasaba y lo único que se sabia es que su última carta había sido escrita y enviada desde España. El chico dejó de dar señales de vida, quizás no quería pasar más tiempo con las March. Con May. A lo mejor se había cansado de ellas.

La preocupación sobre él no cesaba, pero con el tiempo, los corazones de aquellas mujercitas se iban endureciendo respecto al tema, y poco a poco, decidieron olvidarle. Aunque todos sabia que cierta mujercita no podía.

May

May seguía enferma, sin embargo, podía sustentarse. La fiebre cada vez iba más a menos, pero su piel era cada vez mas áspera por las ronchas gracias a ésta. Meg le preparaba ungüentos y cremas para la piel, pero no surtían efecto.

La chica, a pesar de estar aliquebrada por la completa evaporación de Laurie, un mínimo de esperanza sentía. No por él, si no por Teo.

Aquel pintor fugaz del barco.

Vivía en Nueva York, a pocas horas de ella, y ambos habían prometido ir a visitarse. Sobre todo Teo, que al enterarse de la salud de May sintió la necesidad de ir a visitarla, pero no sabía cuándo seria posible. Mientras tanto, una carta de él llegaba cada semana.

—¿Como decías que se llamaba la mujer que te prestaba alojamiento en Nueva York?

May habló sentada en la mesa de la cocina frente a Marmee y Jo. Ambas comían y conversaban hasta que la más joven las interrumpió.

—La señorita Baley —Jo respondió —, era un poco cascarrabias.

May asintió con disimulo.

—¿Por qué?

—Curiosidad —May se llevó un trozo de pan a la boca.

Marme sonrió de lado, pues no solo era curiosidad.

—Bueno, es que este año ya cumplí diecinueve y me gustaría trabajar en una gran ciudad.

La sala calló por completo. Incluso Hannah, quien todavía visitaba de vez en cuando en la casa optó por retirarse.

—Sigues enferma.

—Quiero aspirar a algo más —May ignoró las palabras de su hermana. No quería que fueran impedimento alguno.

—Estas enferma —Jo alzó la voz levemente —. No voy a dejar que esa maldita enfermedad se lleve a otra de mis hermanas.

—Pero estoy mejor —May quiso calmarla —. Podemos traer al doctor y que me de el el visto bueno. Seguro que lo hará.

Marmee observó a su hija menor con sosiego, inteligencia y admiración por su fuerza de voluntad. Sabía que aunque le prohibieran aquello, May lo haría aún así, y a decir verdad, se sentiría fatal si dejara a su hija no hacer lo que sentía. Menos en aquellos momentos tan duros.

—Es tu decisión —fueron las únicas palabras que la madre March marcó en aquella mesa.

May sonrió de lado con emoción mientras miraba a su hermana Jo con victoria. Josephine solo estaba preocupada, tenia miedo, y otro duelo más la llevaría a un vacío innato.




•••



Meses después la menor de las March logró recaudar el dinero suficiente para poder sobrevivir en una habitación alquilada durante al menos, un mes. Preparó algunas de sus pertenencias, pero no en exceso. De lo que si se aseguró fue de llevar sus cosas más destacada y lujosas, que pocas eran, pues para destacar como cantante había que llamar la atención.

—Es una locura, y una decisión rápida —Meg le decía a May en las puertas de la estación de tren —. Todavía estás a tiempo de cambiar de idea —acarició mano.

May pasó su mirada desde derecha a izquierda, comenzándo por el señor Brooke y Meg; siguiendo con Hannah, Joh y por último Marmee.

—Es lo que creo correcto —May habló hacia todos —. Si me equivoco, os juro que volveré y os pediré perdón a todos, pero tengo que intentarlo.

El claxon del tren avisó de su partida y este fue una alarma para que todos y cada uno de ellos abrazaran a la chica a la vez. Ella disfrutó el abrazo, pues no olería ese olor, ni tocaría esas pieles en mucho tiempo.

—No pidas perdón por lo que quieres —Jo susurró al oído de su hermana menor y escarbó sus dedos en su pelo despeinándola.

—¡Ey, basta! —se separó riendo de su hermana mayor —Me tengo que ir —agarró su maleta del suelo y May corrió hacia el tren que la llevaría a sus propio destino.

La familia, ya a metros de ella comenzó a hablar.

—Se le olvidó que sigue enferma —el señor Brooke habló en tono gracioso.

—Eso es porque no lo esta —Marmee —, si esta convencida de ello dejará de estarlo en breve.

—¡Dios te oiga! —Meg exclamó en tono desesperante.

Mientras May miraba por la ventana del tren como su familia hablaba.

Finalmente el tren se puso en marcha y May desapareció de Concord, igual que alguna vez, cierta persona hizo hace medio año ya.






•••

Laurie's pov

Me levanté de aquella cama , en la que mi cuerpo ya quedaba marcado del tiempo que pasaba en ella, bebiendo y disfrutando de los placeres mundanos. Mi pelo estaba ya enredado, había perdido su suavidad, mi barba cada vez crecía con menos delicadeza y mi mente divagaba cada vez más.

Nadie sabe lo que me arrepiento de haber abandonado Concord. Ciertamente, estar allí con ella era mi razón de vivir, p quizás no de vivir, pero si era una de las razones.

Ella era la arena de la playa en cuanto me separé de ella me di cuenta de que no sabía nadar. La dejé en el peor momento, y ahora ella me detestará para siempre.

Pero debía volver. Haber dejado cabos sueltos en Europa solo me trajo mala suerte.

—Debes irte —le dije a aquella mujer que se encontraba semi encuero bajo las sabanas de mi cama.

Había recurrido a mujeres jineteras*, había vuelto a las apuestas, al alcohol y a las fiestas. Me encantaba este mundo, pero no tanto como me encantaba May.

Si volvía a Concord y me la encontrase, entendería su i deferencia u odio hacia mi. Si yo fuera una mujer, tampoco centraría mi vida en un hombre como yo. Sería una completa pérdida de tiempo.

—Laurie —la mujer en la cama gimoteó —, vuelve aquí.

—¡Necesito que te vayas! —grité con frustración en aquella oscuro cuarto.

La mujer asustada se levantó, agarró sus cosas u huyó de allí.

Me mire al espejo, flaco, feo, ya no me veía como antes. O eso yo pensaba.

—Menudo bastardo estas hecho, amigo —me recriminé con el dedo en el espejo.



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*Forma evasiva de decir prostituta.

Un par de ojos verdes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora