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!!: el final del anterior capitulo fue modificado.

Con el tiempo, May aprendió a vivir en Nueva York. Lejos de Concord, de sus hermanas. Aprendió a sobrellevar la distancia, esa que aunque apenas se notase costó tanto sobre llevar. Y es que nadie sabe que May lloraba noches enteras esperando un atisbo de esperanza. De luz. Le echaba la culpa a la ciudad por aquel gran cambio. Esa inmediatez. Al alcohol que de vez en cuando probaba; las fiestas en el bar. Pero eso nada mas que era una forma de sobrellevar su tristeza.

La culpa la tenia ella misma, su mente. Se dejó martirizar tras la ida de Laurie, pero ¿como no hacerlo? Era imposible. Quiso mejorar, pero trató sobre llevar el vacío yéndose del pueblo. Mas en Nueva York se dio cuenta de que no funcionó, y lo sobrellevó como un viejo macerando en coñac.

Laurie era familia también, y Concord ya no se sentía igual con tal vacío. Sin Beth, sin Laurie, sin su padre -que venia de visita pero seguía viajando por ahí ayudando, pues era su vocación- de Amy. Su querida melliza, dato que ya hasta se le olvidaba. E incluso el vacío de la tía March.

Solo un apoyo en aquella gran ciudad encontró May a parte de Mercy. Aquel encantador chico que ya una vez conoció.

Teo Stiders.

Eran llamas gemelas con un cariño especial. Un amor como con el que amarías a tu hermano, a tu madre. Eran una misma alma. Una conexión inexplicable, un rayo que te parte al medio, dos energías que confluyen en búsqueda de una fusión extrañada.

May recordaba cada noche -cuando quedaba con él- la casualidad que fue reencontrarse en aquella ciudad:

«May iba montada en un carruaje. No sabia como, se las había arreglado para poder montarse en uno e ir a un conservatorio para hacer unas pruebas de canto. Miles de chicas de Nueva York y alrededores allí para saltar a la fama por su voz.

Llevaba sus partituras, letras y un reloj para medir el tiempo. Esta seria su gran oportunidad.

El cochero y los caballos que lideraban el carruaje iban demasiado apurados. Muy rápido. El carruaje se tambaleaba al igual que el nerviosismo de May. Las personas se apartaban corriendo del camino, y muchos gritaban al señor que conducía.

—¡Tenga cuida..! —May bramó para ser interrumpida.

Un tras píes por parte de los caballos, que cayeron al suelo con cansancio y sin remedio. El cochero, del impacto calló junto a ellos, y May fue estampada contra una puerta del carruaje y cayendo así fuera de éste.

Su vestido y papeles quedaron pringados de escupitajos y barro.

—No, no, no, ¡No! —May se angustiaba conforme iba viendo la catástrofe a su alrededor. Los papeles, su vestido, ¡El pelo! —Esto no me puede estar pasando a mi.

Saco su reloj de su bota. Quedábamos dieciocho minutos para la actuación, y se encontraba a quince del auditorio.

—No me da tiempo —pataleó ante el negativo pensamiento.

Agarró todos sus papeles como pudo. Los enrolló y sin pudor los enganchó en sus enaguas como pudo y asegurándose de que no salieran de allí.

Corrió hacia el cochero y sus caballos que estaban siendo socorridos por muchos.

—Señor, ¿se encuentra bien? —hizo hueco sobre la gente y le levantó.

—Señorita discúlpeme —hizo una reverencia avergonzada —. Podemos esperar a levantar a los caballos, poner esa rueda en el carruaje —El hombre señaló y May vio una rueda incrustada en un puesto de frutas —, y continuamos el camino.

Un par de ojos verdes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora