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Las despedidas eran las cosas más tristes que May había experimentado en toda su vida. Despedirse de sus hermanas para ir a Europa no fue nada fácil, y ahora volvería a despedirse de Teo. Un gran amigo forjado en muy poco tiempo, por eso mismo, a lo mejor tenían tanta complicidad.

—Nos veremos, May —Teo susurró en un abrazo en aquel repleto puerto.

Laurie esperaba a su joven con él equipaje, un poco más apartados de donde ellos estaban.

—Nos veremos, Teo —besó su mejilla.

Cuando se separaron se llevaron una mirada cómplice asegurando su reencuentro en un futuro.

—He de irme, mis compañeros me esperan —el comenzo a alejarse con apuró.

—¡Que te vaya bien! ¡Te deseo lo mejor! —May comenzó a batir su pañuelo color turquesa por el aire en forma de despedida.

—Se nos va el tren, May —Laurie avisó.



•••

Los dos jóvenes entraron al tren y de sentaron en sus respectivos asientos. No pasarían más de seis hora allí dentro, ni mucho menos se quedarían a dormir, solo unas tres horas de viaje.

—Traigo libros —May dijo mientras los sacaba de su equipaje. Laurie los miró con fastidio —. Hay que matar el tiempo de alguna forma, Laurie.

Laurie simplemente la miró con una gran sonrisa.

—No, vamos a leer —dijo la joven con carácter queriendo acallar los pensamientos del chico frente a ella.

—¿Que? —el chico alzó sus manos a la defensiva —Ni si quiera he dicho una palabra.

—No es necesario —May quiso disimular la sonrisa ladeada que infundia su rostro. Laurie la inserción con la misma expresión mientras abría su libro.

—Cumbres borrascosas, ¿enserio? —Laurie habló quejicoso al ver el libro.

—Vas a leer a un auténtico genio, Ellis Bell, aunque se dice que fue escrito por Emily Bronte bajo un seudónimo —May informó y el chico alzó las cejas juguetón —¿No piensas que una mujer pueda ser un genio?

—No, por supuesto que podéis, por supuesto —comenzó a leer —. Pienso que deberíais expresar vuestros talentos bajo vuestros verdaderos nombres. Debéis ser reconocidas por lo que sois.

May sonrió dulce ante el pensamiento del joven, pues en su viaje a Europa se topó con muchos hombres que le dictaban como debía hacer las cosas.

—Buen punto de vista —Sin embargo, May no pensó que debería ser algo que felicitar. Que un hombre pensara así debería ser lo más común en este mundo.

Una hora pasó y ninguno de los dos se separó de sus respectivos libros, pues estaban enganchados a ellos como una uña a la carne. May estaba como en una parálisis. Quieta y sin decir ni una palabra, solamente pendiente al libro. Embelesada en el hasta que sintió como la mano de Laurie se abría paso en la suya. Todo sin que ambos quitasen atención a su novela.

La mano de Laurie acariciaba la palma de la mano de May y viceversa. Mas tarde comenzaron a acariciar sus dedos.

Un gesto tan diminuto lleno de cariño.

Tan embelesados estaban que cuando menos se lo esperaron, el tren ya había llegado a la estación de tren de Concord. May, con ansias, cogió su equipaje y agarró a Laurie del brazo para arrástralo hacia la puerta del tren, y más tarde, hacia su casa.

Pasaron por la antigua escuela de May, por el bar donde un día May encontró ebrio a Laurie, y por la panadería donde la joven compraba las galletas favoritas de Jo.

Los recuerdos avivaban la mente de la joven, y no se resistió a volver a comprar aquellas deliciosas galletas.

—Buenos tardes, señor Ramsey —la joven con ilusión entró a la tienda. Aquel hombrecito gordinflón quedó anonadado ante la joven.

—¡Señorita March! —el hombre habló —Cuanto tiempo, y que grande esta. ¿Que edad tiene ya?

—Casi dieciocho —ella rió hacía Laurie.

El señor se aproximó a su calendario navideño —Dentro de tres días exactamente.

—Nunca se le olvida, señor Ramsey.

—Por supuesto que no —el hombre volvió al mostrador limpiando sus guantes de panadero en su delantal —. Todos hablaban de ti y tu melliza, que habíais ido a Europa a casaros. Fuisteis la envidia dd todas las mujeres del pueblo. ¿Él es su esposo?

—Oh, no señor Ramsey, no estamos casadas. Solo fuimos a ampliar nuestro... conocimiento ante el mundo.

—Unas jóvenes modernas —el río con su característica risa que se escuchaba a metros —. Las galletas de siempre, ¿verdad?

—Las de siempre.

Volvía a estar en casa, y era recibida como siempre. Desde que se adentró en el mundo europeo sentía que algo de ella había cambiado. Ya no era la misma, pero el haber vuelto a su hogar le hizo saber que no. Que era ella, y no había cambiado para nadie.

Una vez las galletas fueron servidas de dirigieron a la puerta.

—Nos vemos, señor Ramsey.

—Hasta pronto, señorita March.

Una vez fuera del lugar partieron hacia el prado frente a la casa de las March. Todo era verde pero no como antes. Un aura un tanto triste rodeaba el lugar, aun así la ilusión de la joven no cesaba.

—No me lo puedo creer —la joven saltó de la mano de Laurie mientras el reía.

—Honestamente, tengo miedo —el chico paró en seco y May le miró con confusión —. Tengo miedo de Jo, de no caerle bien o que me odie, o algo peor.

—Laurie, si no tuviste miedo aquel día que le dijiste lo que sentía, no lo puedes tener ahora —ella acarició su mano para relajarlo.

—Pero en aquel momento pensaba que me quería —el chico agachó la cabeza. May quedó perpleja ante el sentimiento y comentario del joven, pues le hizo dudar de su nulo amor por Jo. Por uña milesima de segundo -y no más- dudó.

—Laurie, claro que Jo te quiere, no seas tonto —la joven intentaba animarlo pues no quería que el vinculo de la familia Laurence-March desapareciera —. Es imposible que te odie, habéis sido mejores amigos siempre, seguro volvéis a recuperar esa amistad.

Antes de que Laurie volviera a hablar May le interrumpió sabiendo lo que Laurie diría.

»Ya se que no querías una amistad con ella, pero no pasa nada, a veces el amor no es correspondido. De amor nadie se muere, Laurie. Estamos de nuevo en casa, no quiero que nadie este mal por pensamientos negativos, así que ahora voy a llamar al timbre, vas a poner tu mejor sonrisa, y vamos a ayudar a Beth son su enfermedad, que es lo que vemos venido a hacer

May alzó el tono progresivamente. Se dio cuenta por la cara sorprendida de Laurie, entonces respiró hondo, soltó el aire y se volvió hacia la puerta con una buena imagen para después tocar el timbre.

La puerta se abrió dejando a ver a una feliz pero agotada Jo.

Un par de ojos verdes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora