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En la gran ciudad, llamaradas de agua caían del cielo. La arena del suelo se convirtió en fango y las piedras de la calzada resbalaban como si fueran hielo. Los pobres caballos de los carruajes daban todo por no ceder sus rodillas. Eran las seis de la tarde y May acababa de llegar a la estación de Nueva York. Impresionada estaba pues había miles de personas que simplemente esperaban un solo tren.

En las calles los hombres vestían galanes con largos sombreros de copa, bombines, largas chaquetas y bastones. Todos réplicas con largos bigotes. Y eso solo los más ricos. Las mujeres llevaban vestidos larguísimos a la cintura con bullones a la cadera dignos de faldas polonesas de colores llamativos, mientras que las más pobres, y aquí se incluía May misma, llevaban colores apagados y vestidos simples.

La joven estaba empapada y se cubría con su maleta como paraguas. Se disponía a llegar a la que tenia planeada que fuera su residencia por un tiempo. Era una especie de hostal en el que te quedabas a cambio de un servicio, aunque debías pagar una pequeña renta. La calle de la casa era poco transitada, y debías pasar por pequeños y oscuros callejones para llegar a ella, cosa qué a May no me gustó ni un pelo.

Encontró la casa. Fachada gris y una puerta alta color marino. Seis ventanas en cada piso de la casa formaban la primera vista del lugar, se veía un sitio grande.

May tocó la puerta tres veces y esperó treinta segundos a ser atendida.

—Buenas tardes —una señora regordeta con el pelo recogido y vestida del mismo azul que ma puerta abrió —. ¿Qué desea?

—¿Prestan alojamiento aquí? —May preguntó con timidez. No estaba acostumbrada a hablar con gente que no fuera de Concord.

La mujer asintió e invitó a May a entrar, pues se estaba calando con la lluvia.

—Muchas gracias —May susurró.

—Tengo una habitación con baño propio —La mujer sacó una libreta mientras acomodaba a May junto a la chimenea —Ha tenido suerte. Dígame su nombre.

—May March.

—¿March? ¿Pariente de Josephine March? —May no sabia si decir que sí o renegar, pues no sabia si a partir de su respuesta el trato de la señora cambiaria con ella.

—Eh... —la jovencita dudó —Si, es mi hermana, señora...

—Baley.

—De hecho, ella me recomendó este lugar —May confesó.

—Mmm... ¿y eres igual de apasionada que ella? ¿Escribes? —la mujer se mostró curiosa.

—Canto.

La mujer entrecerró los ojos ante la información.

—Una familia de artistas —La mujer se sentó frente a la chica —. Entonces si ella le envío, sabe que debe prestar un servicio a cambio. Su hermana era maestra de mis hijas, ya tienen una, así que dígame sus habilidades.

Habilidades.

May quedó pensativa.

—Canto —repitió. Nunca había pensado en nada más que se le diera bien más que eso, así que comenzó a inventar cosas —. Se mucha literatura, estudie un poco de ciencias en Paris, y se coser.

La señora Baley apuntó todo en su pequeño cuaderno y aceptó a la chica.

—Espero no arrepentirme de adoptarte en mi hostal —se levantó —. Tienes vecinos, un profesor francés, dos mellizos alemanes y algunos estudiantes. No suman más de seis personas en realidad.

—De acuerdo —la chica siguió a la señora hacia la habitación con concentración en todo lo que decía.

—Las puertas y luces se apagan a las doce, los sábados comemos todos juntos en el comedor. Prohibición total a traer hombres a tu habitación —May negó rotundamente —, y por supuesto, mantén una buena higiene, al fin y al cabo vivimos en comunidad.

Un par de ojos verdes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora