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La vida puede cambiar simultanea y repentinamente. Con un hecho, una palabra, o algo tan simple como una caricia. La vida empieza con un llanto y termina con un suspiro que lo cambia todo.

Cambiar, cambiar, cambiar... Algo que May odiaba, pero odiaba porque le daba miedo. Le daba miedo no adaptarse. Le daba miedo el dolor, la tristeza y lo desconocido. Todo aquello se hacia presente en sus momentos de ensoñación y en sus propios sueños.

—May... —Marmee trataba de despertar a su hija menor tan temprano como pudiera, pues había que hacer tareas y hoy les tocaba hacerlas a May —Cariño... —la tambaleó.

May suspiró repentinamente, y exaltada se sentó de golpe.

—¿Que ocurre? —la chica preguntó con el corazón encogido —¿Beth está bien?

Marmee sonrió ante el despertar de su hija. Movió la cabeza para que su hija viera que su hermana estaba detrás de sí, y entonces, May respiró con tranquilidad.

—Santo cielo —May puso su mano en su pecho para relajarse. Su querida madre le abrazó.

—Ay, mi niña, te preocupas demasiado...

May no respondió. Pocos segundos después ambas mujeres salieron de la habitación dejando descansar a Beth y comenzando con las tareas del día. Comenzarían limpiando el polvo de la casa y preparando el desayuno. A éste se unió Laurie pues debía ir con May a la casa de los Hummell a llevar comida.

—Por desgracias, varios de su bebé fallecido de escarlatina, la misma enfermedad que Beth tiene —May le informaba a Laurie mientras cruzaban el bosque hacia la cabaña de aquella humilde familia.

—Que horror —Laurie susurró sin saber que decir —. ¿Sabes? No existe palabra que describa la perdida de un hijo. Por ejemplo, existe eso de ser «viudo», pero es tal el dolor de una madre por perder a su hijo, que es inefable. No se puede explicar, ni tampoco renombrar.

May quedó pensando en silencio sin que Laurie adquiriese una respuesta.

—Al fin al cabo, el dolor es un sentimiento un tanto inexplicable.

May paró en seco delante de una casa de madera grisácea.

—Llegamos.

Pasaron un buen rato jugando con los niños y conversando con la madre de todos hasta que llegó la hora de irse. Allá sobres las nueve de la mañana, pues ellos también debían desayunar.

—Eres muy dulce con los niños —May le dijo a Laurie parando en el pequeño riachuelo que había en el bosque.

—Son seres demasiado puros —él sonrió inocentemente. Se acercó a May hasta quedar a centímetros de ella observándola por completo. Sus ojos verdes, sus lunares, su graciosa y recta nariz, y sus labios.

—¿Que estas haciendo?

—Mirándote —sonrió ante su simple respuesta.

Una pequeña respuesta para un gran gesto.

May solo volvió su vista al río dudando en si preguntar lo que su mente no paraba de formular.

—Laurie... —frenó por unos segundos —¿Crees que... podrías volver a amar a Jo? —la joven se atrevió a decir volviendo su miraba hacia el chico y buscando una respuesta sincera.

—¿Que tratas de decir?

—Trato de decir que si te puede volver a gustar Jo, ya sabes.

Laurie calló por unos largos segundos. Atrevidamente treinta. Treinta segundos de mal trago que tenían a May sumergida en una enorme incertidumbre.

Laurie chistó con la boca para, seguidamente, mover la cabeza con confusión reflexionando la pregunta.

—De acuerdo... —May susurró aceptando la derrota. Aceptando que el silencio era una respuesta. No era afirmativa, ni negativa tampoco, pero era una respuesta.

Se levantó agarrando el ligero vestido para no caer al suelo o llenarlo de barro.

—Estas siendo cruel —soltó May mirándole a los ojos con las comisuras hacía el suelo.

Caminó de frente para llegar finalmente a su casa y esperando que Laurie le siguiera. Y así lo hizo, ambos sé dirigieron hacia el hogar de las March, pero Laurie caminaba tras May, pues quería dejarle su espacio.

May pasó todo el camino cabizbaja regocijándose en su genuina tristeza. No entendía porque Laurie dijo todo aquello el último día del barco, si después era incapaz de cumplirlo.

Una vez el prado, Laurie paró en seco.

—May, para —ordenó llamando la atención de la nombrada. Se giró con cansancio y pesar esperando unas dolorosas palabras del joven.

—Si vas a decirme algo que vaya a dolerme, será mejor que te retractes —fue bajando el tono en cada palabra que decía. Comenzó a morder el interior de su labio mientras miraba al suelo.

—Dije que te quería, y no era mentira —El chico dio un paso al frente —. No amo a Jo, May. Te quiero a ti, y no quiero volver a lo mismo de siempre. Peleas, peleas y más pleitos. May, quiero paz, y te juro por lo que mas quieras, que voy a ser capaz de cumplir todo aquello que te prometí.

May tragó en seco y frunció su ceño, pues unas inmensas ganas de llorar le entraron de golpe al saber la final respuesta dd Laurie. Aun así, no lo hizo.

—Vamos —se limitó a decir la joven llegando hacia la puerta de su casa, pues sinceramente, no sabia que responder ante las palabras del chico.

Cuando ambos llegaron a la casa todo estaba en silencio. No había rastro de nadie, cosa que hizo que los dos jóvenes se mirasen extrañados.

May dejó la cesta en el suelo y se aproximó a la cocina con Laurie en su espalda. Allí encontró a Hannah compadeciéndose de la señora March, la cual lloraba desconsoladamente junto a Jo.

La joven frunció el ceño, peor en cuanto se dio cuenta de lo que allí sucedía, su alma cayó al suelo.

—No —dijo firmemente —, no... —un nudo amenazó su garganta —, no.

El llanto inundo su cuerpo.

Un par de ojos verdes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora