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2 de febrero de 1900

Tras un tiempo, indiscutiblemente, casi todo había vuelto a la normalidad. La primavera era primavera para los nuevos en el mundo, para los ya experimentados solo era nostalgia. El césped era verde, un verde conmocionado. Las flores eran mujeres sabias que te hacían llorar con sus palabras, y la brisa. Eso era lo mejor. Era un agua limpia para la piel. Fugaz y majestuosa.

La casa March seguía fría, pero su calidez no iba a volver hasta que la próxima criatura la pisara. Aquella pequeña, la hija de los Laurence. Aquella niña con aquel par de ojos verdes, como los de su padre, y su cabellera rubia, como la de su madre. Apenas comenzaba a gatear y ya era toda una curiosa. Su virtud como buena descendiente March seria la naturaleza.

Mientras tanto, la joven ya de veinticuatro años se contemplaba nerviosa al espejo. Tapeaba el faldón de su vestido y acomodaba su cabello tras sus hombros, pues ni en esta situación May se recogería el pelo. 

Sus ojeras ya habían desaparecido y su mirada estaba más feliz que nunca. La tristeza, aquella nube gris y el alcohol ya no formaban parte de ella. Era May March de nuevo, ya no era un parasito, si no una mujer al completo.

Una mujer a punto de casarse.

Sus hermanas vociferaban nerviosas a sus espaldas mientras se rizaban el pelo y bendecían el lugar implorando la buena suerte.

—Va a ser un gran día —Jo agarró los hombros de su hermana menor y la admiró en el espejo —El banquete ya esta listo en casa de la tía March.

—¿Cuando comenzarás la escuela? —May cambió el tema para evadir sus nervios.

—Tras el verano —sonrió orgullosa la escritora —. Recaudaré todo el dinero, mi obra esta siendo un completo éxito.

—Te dije que lo sería —May susurró sonriéndole con emoción. Estaba demasiado feliz para ser verdad —. Mujercitas va a ser historia, mi querida Jo.

Beso su mejilla sintiendo la electricidad por todo su ser.

Un exagerado suspiró disparado del pecho se oyó en la puerta de la habitación.

Marmee observaba a su hija pequeña con aquel vestidos blanco, sin volumen más que en las mangas y hombros con bordados color perla. May se gastó todo un sueldo en él.

—Mi niña esta preciosa —las lágrimas de la casi anciana comenzaron a salir de aquellos dulces ojos.

—Oh... Madre —May se dirigió a ella con pucheros y los ojos cristalizados. Ambas se unieron en un emotivo abrazo que les invadió el pecho de felicidad. Les invadió el pecho de aire, y sintieron que estaban vivas.

—Te mereces esta felicidad mas que nunca, mi May... —la madre susurró en su cuello —. Disfrútalo. Recoge las rosas mientras puedas, chiquitita. Haz que tu vida se vuelva extraordinaria.

May se separó y la conmoción llegó a su ser de nuevo.

—Lo haré por todas nosotras —May se abrió a sus hermana y les dio la mano formando un circulo en aquella vieja habitación en la que solía dormir en su infancia.

May miró a todas, y reparó su melliza con los ojos llorosos.

—La extraño muchísimo —una lágrima cayó del ojo de May y sus hermanas la acogieron en un abrazo.

—Lo sabemos —Meg susurró —, pero nos esta viendo ahora mismo. Ella esta en este abrazo.



•••

En el piano junto al altar, aquel que perteneció a Beth March, sonaba una de sus propias partituras en honor a su ausencia.

May caminaba lentamente de la mano de su querido y viejo padre, quien ya había llevado ante el matrimonio a dos de sus hijas. Con May tres.

Un par de ojos verdes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora