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Concord se abría en la estación de tren presentándose con una gran vegetación digna de retratar. El olor a jazmín y un poco a carbon. A madera y hierba. Ese olor que May tanto echaba de menos. El olor que le recibía cada día del año y que depende de la estación del año, cobraba un matiz diferente.

Ambos salieron de allí apoyados el uno del otro y abrazados por una pequeña brisa que traía el olor de las chimeneas.

La chica, con emoción miraba de nuevo aquellos edificios que la vieron crecer. La mercería, esa droguería, las casas de las chicas de la escuela. Todo.

A Teo se le iluminaban las entrañas cuando a ella también se le iluminaban. Observaba su perfil con determinación. Cada expresión de sorpresa y felicidad. Su índice señalando y boca explicando. Teo ensimismado en May: el pelo oscuro, su lunar en la mejilla... Y la segunda en su infancia.

—Cuanto añoro ser una niña —dijo la mujer ya, sorprendida por la presión en su pecho al recordar aquella época.

La gente del pueblo a su alrededor la reconocía. No por ser Mailyn la revelación, sino por ser May March, haberse convertido en una mujer, y haber triunfado de una forma tan vana, considerada así en la degeneración del pueblo.

—Quien diría que extrañaríamos la infancia, si lo único que deseábamos eta crecer —Él habló agarrando la mano de la joven y besándola con los dedos.

May soltó una pequeña risa nostálgica.

—¿De que te ríes? —Teo le empujó delicadamente con el hombro.

—He tenido un pensamiento —la chica giró una calle que se introducía en el bosque que llevaba a su casa. A la pradera.

      » Cuando vas creciendo los adultos se convierten en monstruos. Esos que creías que había bajo la cama, realmente te daba el beso de buenas noches. Monstruos corrompidos por la madurez y el mundo. Ahora, mi querido Teo, nos toca a nosotros convertirnos en monstruos.

—Un pensamientos pesimista para tener veintidós años casi.

—Una vez alguien me dijo lo mismo —susurró recordando un comentario que Laurie tuvo alguna vez. Cuando se embriagó tras ser rechazado por Jo.

—¿Quien? —Teo preguntó girando su vista al frente pues veía como la cara de May palidecía de nerviosismo.

Habían llegado a la pradera. Cruzada ya la mitad podían ver la casa de los March frente a la de los Laurence.

May miro la segunda. Tenia enredaderas, se veía descuidada dando a entender que fue desalojada por el joven que May recordaba como un chiquillo; luego giró hacia la suya. Pequeña y terracota como siempre.

—Esa es nuestra casa —señaló.

—Vamos.

—Como críos ¡Corre!

May se lanzo a correr hacia su casa como hacia con sus hermanas. Bajaba esa pequeña cuesta de margaritas que besaban sus pies celebrando su vuelta. La euforia recorrió su cuerpo y de pronto volvió a ser una niña de nuevo.

Hasta que paró frente al porche de la casa, que su cuerpo se llenó de nerviosismo y de algunos recuerdos no tan agradables.

—¿Me veo bien? —May se recogió el pelo con in palillo mientras buscaba la aprobación de Teo —Soy demasiado mayor como para llevar el pelo suelto, que ridícula.

—No pienses así de ti. Tu pelo es una seña de identidad —El chico le animó —, y a mi me encanta.

Se acercó a ella con un aire pícaro y felino, pero ella le puso la mano en el pecho.

Un par de ojos verdes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora