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May's pov


—Vivieron felices y comieron perdices —Terminé de leer un cuento clásico a las hijas de la señora Baley. Eran tres, una rubia -Madelen- y dos pelirrojas -Claire y Monet- muy graciosas. Resultaron ser de origen francés, de ahí aquellos nombres, aunque la señora Baley nunca adoptó el apellido de su esposo francés: Duffaut.

Las niñas me hablaban mucho de su padre, pero nunca lo vi por allí. Era un espectro con nombre, historia, ropa, familia e incluso olor. Ni una foto visible mantenían de él. No quise preguntarle a la adulta pues quizás no era lo adecuado, no me entrometería de más. Sería muy mal educado, pero miento si digo que no me gustaría saberlo.

—¿Crees en los príncipes azules? —Madelen preguntó tumbada en su cama ya siendo recibida por la noche.

En breve yo debía irme al «Moulin» a trabajar.

—Si —mentí —, pero yo no quiero ninguno —cierta verdad había en mis palabras, pues solo un hombre rondaba mi mente este último año y medio ya.

—Yo tampoco —la pelirroja Claire de ojos grises y saltones me repitió con inocencia y queriendo mi aprobación.

Sonreí.

—¿Por qué no? —Madelen preguntó de nuevo con cara seria y extrañada. Era muy princesa ella. Graciosa, bonita y encantadora. Le recordaba en cierto modo a Amy, mientras que Claire a Jo y Monet a Beth.

—No creo que yo sea una princesa para tener a un príncipe —dejé el libro en un estante un tanto desganada —. No como vosotras.

—Pues yo si creo que lo seas —Monet habló mostrando sus paletas separadas—. O un hada, si no ¿Como explicas que cantes tan bien? Algo de magia tienes.

La observé. Esa niña parecía una vieja sabia hablando, como si hubiera estado aquí hace más años que el arroz.

—Tendrá un príncipe y no nos lo quiere decir —Claire habló riendo a sus hermanas.

—No tengo uno, sino tres—sonreí sarcástica de lado y señale a Claire —. Uno en Francia, otro aquí y el último está en un barco pirata, pero shhh —puse mi dedo índice en mis labios para que guardaran aquel secreto.

Las tres abrieron la boca. No se si se lo creyeron o no, pero así las despedí pues llegaba tarde al bar.

Salí de la casa con rapidez despidiendome de los todavía despiertos alemanes y el profesor Friedrich Bhaer quien leía un libro clásico francés «Los cantos de Maldoror». Era un hombre bohemio que por la forma que preguntaba sobre Jo me llevo a deducir que tenía sentimientos hacia ella. Le hice saber a mi hermana en una carta que vivía junto a él, que viniera a visitarnos, no se arrepentiría.

A pocos callejones ya del restaurante la completa noche ya me había invadido a mitad de camino. Eran las doce y tres minutos, lo miré en mi pequeño reloj de bolsillo. Llegaba tarde, eso significaba una riña por parte de Mercy delante de todos y limpiar las escupideras cada hora.

En cuanto vi la puerta llena de personas extremadamente acicaladas esperando a entrar al bar, corrí hacia la parte de atrás del bar y entre por el servicio.

Agarré mi delantal blanco, me mire en un espejo viejo que por allí había. Estaba despeinada y agitada pero me retoqué un poco el pelo y salí a la barra.

—¡Hasta que por fin llegas! —Mercy me tiró un trapo que agarré en el aire y corrí a limpiar todas las mesas de polvo o restos de cerveza.

—Estaba acostando a las niñas —ella ya sabía quien eran, le hablaba de todo a Mercy. Era la única amiga que tenía o tuve en mucho tiempo. Nunca llegue a tener amigas como las tuvo Meg o Amy, para mí mis hermanas eran mis amagas, por eso quizás nunca tuve interés de buscar a otras chicas.

Un par de ojos verdes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora