Un pedacito de Jisung

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Minho

Me planto delante del espejo y estudio mi cara. Voy vestido de negro. Pantalones negros, zapatos negros y la camiseta negra de Jisung. Mi cara parece mi cara, aunque distinta. No es la cara de un adolescente despreocupado que ha sido aceptado en cuatro universidades, tiene unos buenos padres, buenos amigos y toda la vida por delante. Es la cara de un chico triste y solitario a la que le ha pasado algo malo. Me pregunto si mi cara volverá a ser algún día la misma de antes, o si siempre veré eso cuando me mire en un espejo: Jisung, Maggie, pérdida, luto, culpabilidad, muerte.

Pero, ¿serán los demás capaces de verlo?

Mis padres quieren acompañarme al funeral pero les digo que no. Están demasiado encima de mí, controlándome. Cada vez que me vuelvo, me encuentro con sus miradas de preocupación, con las miradas que se cruzan entre ellos y con algo más: rabia. Ya no están enfadados conmigo porque están furiosos con la señora Han, y seguramente también con Jisung, aunque no me lo han dicho. Mi padre, como es habitual, es más franco que mi madre, y lo oigo hablar sin querer de «esa mujer» y de que le encantaría decirle unas cuantas cosas, hasta que mi madre lo hace callar y le dice: «Baja la voz, que podría oírte Minho».

Su familia ocupa la primera fila. Y está lloviendo. Es la primera vez que veo a su padre, que es alto, ancho de hombros y guapo como una estrella de cine. La mujer sosa que está a su lado debe de ser la madrastra de Jisung, que cobija con su brazo a un niño muy menudo y con unas gafas enormes. A su lado está Hyunjin, y después la señora Han. Todo el mundo llora, incluso el padre.

Golden Acres es el cementerio más grande de la ciudad. Estamos en lo alto de una colina junto al féretro, mi segundo funeral en un año, por mucho que Jisung habría preferido que lo incineraran. El sacerdote está citando unos versículos de la Biblia y la familia llora, todo el mundo llora, incluso Giselle y algunas de las animadoras. Están presentes Chan y Vernon, y unos doscientos chicos más del instituto. Distingo también entre la gente al director, al profesor de geografía, mi psicóloga y el psicólogo de Jisung. Yo me he quedado junto a mis padres —que han insistido en venir—, Seungmin y Jeongin. También ha venido la madre de Seungmin, que reposa la mano en el hombro de su hijo.

Jeongin está con las manos unidas delante de él, mirando fijamente el féretro.

Seungmin mira a Vernon y al resto del lloroso rebaño, los ojos secos y la mirada rabiosa. Comprendo sus sentimientos. Todos los que lo llamaban «raro» y que jamás le prestaron atención, excepto para burlarse de él o difundir rumores, están ahora aquí comportándose como plañideras profesionales, de las que puedes contratar en Taiwán o en Oriente Medio para que canten, lloren y se revuelquen por el suelo. Su familia, lo mismo. Cuando el sacerdote termina, todo el mundo se acerca a ellos para estrecharles la mano y darles el pésame. La familia lo acepta como si se lo mereciera.
A mí nadie me dice nada.

Y lo entiendo. Muy pocas personas sabían de mi relación con Ji.

De modo que permanezco inmóvil, vestido con la camiseta negra de Jisung y pensando. El sacerdote ha dicho un montón de cosas y en ningún momento ha mencionado la palabra «suicidio». Su familia califica la muerte de «accidente» porque no han encontrado la nota de rigor y, en consecuencia, el sacerdote habla sobre la tragedia que supone que alguien muera tan joven, que una vida se acabe tan pronto, de las posibilidades que nunca se harán realidad. Yo, mientras, sigo pensando en que no fue un accidente, sino más bien una «víctima de un suicidio». Y tal vez Jisung no creyera que tuviera una alternativa, o tal vez no estuviera intentando matarse sino simplemente buscando el fondo. Pero eso nunca lo sabré, ¿verdad?

Y entonces pienso: «No puedes hacerme esto. Tú eras el único que me daba sermones sobre la vida. Eras tú quien decía que tenía que salir y ver lo que tenía delante de mí y aprovecharlo al máximo, y no desperdiciar el tiempo y encontrar la montaña, porque mi montaña estaba esperándome, y que todo eso iba sumando a la vida. Y luego te vas. No puedes hacerme esto. Sobre todo sabiendo lo que he pasado con la pérdida de Maggie».

El mundo nos destruye a todos | minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora