Jisung
Subo al auto de mi madre y pongo rumbo a casa de Lee Minho por el camino de tierra que corre en paralelo a la carretera nacional, la arteria que cruza la ciudad de un extremo al otro.
Piso el pedal del gas y el coche acelera mientras el velocímetro sube a cien, ciento veinte, ciento cuarenta, la aguja tiembla cada vez más.
Aprieto el pedal y lo pongo a ciento cincuenta. Solo pararé cuando llegue a ciento sesenta. Ni a ciento cincuenta y cinco. Ni a ciento cincuenta y ocho. A ciento sesenta o nada.
Me inclino hacia delante, como si fuese un cohete, como si yo fuera el coche. Y me pongo a gritar porque a cada segundo que pasa, más despierto me siento. Percibo la velocidad y luego… lo percibo todo a mi alrededor y dentro de mí, la carretera, la sangre, el corazón latiendo con fuerza en la garganta, y podría terminar ahora, en un valiente clamor de metal aplastado y fuego explosivo. Piso con fuerza el acelerador y no puedo parar, porque soy más veloz que cualquier otra cosa de este mundo. Me precipito hacia el Gran Manifiesto y lo único que importa es esta aceleración y cómo me siento.
Entonces, en la fracción de segundo antes de que el corazón me estalle o el motor explote, levanto el pie y continúo avanzando por los trillados surcos del camino, el automóvil transportándome por su propia cuenta y riesgo, elevándose por encima del suelo y aterrizando con fuerza a varios metros de distancia, casi dentro de una zanja, y contengo la respiración. Levanto las manos y veo que no tiemblan. Están tranquilas, y miro a mi alrededor, miro el cielo estrellado y los campos, las casas durmientes y oscuras, y estoy aquí, hijos de puta. Estoy aquí.
Minho vive a unas calles, en una casa blanca, grande y con una chimenea de color rojo, en un barrio del lado opuesto de la ciudad. Detengo el vehículo y lo veo sentada en la escalera de acceso, envuelto en un abrigo; se la ve pequeño y solo. Se levanta de un brinco, se reúne conmigo en la acera y de inmediato mira más allá de mí, como si buscara alguna cosa.
—No era necesario que vinieras hasta aquí.
Habla en un susurro, como si fuéramos a despertar a todo el vecindario. Le respondo de igual manera.
—No es precisamente que vivamos en L. A., o ni siquiera en Cincinnati. Me habrá llevado poco más de cinco minutos llegar hasta aquí. Una casa muy bonita, por cierto.
—Mira, gracias por venir, pero no necesito hablar de nada. —Lleva el pelo recogido en una coleta, tiene el cabello crecido, y le caen algunos mechones sobre la cara —. Estoy perfectamente bien.
—Nunca pretendas ir de farol con un farolero. Reconozco una llamada de auxilio en cuanto la veo, y diría que tener que convencer con palabras a alguien para que no se lance desde una cornisa cumple de sobras con eso. ¿Están tus padres en casa?
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El mundo nos destruye a todos | minsung
Ficção AdolescenteJisung está roto. Minho está roto. ¿Pueden dos mitades rotas reconstruirse? Esta es la historia de un chico que aprende a vivir de otro chico que pretende morir; de dos jóvenes que se encuentran y dejan de contar los días para empezar a vivirlos. [ᴀ...