Literatura, Pasión y vida

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Minho

Las seis de la tarde. Salón de mi casa.

Tengo a mis padres sentados delante de mí, la frente arrugada en un gesto de infelicidad. Por lo visto, el director ha llamado a mi madre porque no he ido a clase a tercera hora, ni he aparecido en las clases de cuarta, quinta, sexta y séptima hora.

Mi padre sigue vestido con el traje con el que ha ido a trabajar. Es el que habla, básicamente.

—¿Dónde estabas?

—Estrictamente hablando, justo delante del instituto.

—¿Dónde delante del instituto?

—En el río.

—¿Qué demonios hacías en el río en horas de clase y en invierno?

Con su voz calmada y tranquila, interviene mi madre:

—Cariño...

—Sonó la alarma de incendio y salimos todos, y Han quería que viese una rara grulla asiática...

—¿Han?

—El chico con el que estoy haciendo el trabajo. Ya lo conocen.

—¿Cuánto te queda para terminar ese trabajo?

—Tenemos que visitar un lugar más y luego tendremos que montarlo todo.

—Minho, estamos muy decepcionados —dice entonces mi madre.

Es como una puñalada en el estómago. Mis padres nunca han creído en castigarnos, ni en quitarnos el teléfono o el ordenador, ni en ninguna de esas cosas que los padres de Vernon o Giselle les hacen cuando los sorprenden quebrantando las normas.

Sino que hablan con nosotros y nos dicen que se sienten muy decepcionados.

Conmigo, quiero decir. Hablan conmigo.

—Esto no es propio de ti —continúa mi madre, meneando la cabeza.

—No puedes utilizar la pérdida de tu hermana como excusa de tu mal comportamiento —añade mi padre.
Deseo, aunque sea solo por esta vez, que me manden a mi habitación.

—No estaba comportándome mal. Es solo que... ya no soy parte del cuerpo de delegados. He dejado el consejo estudiantil. Me harté de la orquesta. No tengo amigos ni pareja porque el resto del mundo no se ha detenido, ¿lo entienden? —estoy subiendo el volumen de la voz paulatinamente y no puedo evitarlo —. Todo el mundo continúa con su vida, y es posible que yo no pueda seguir ese ritmo. O a lo mejor es que no quiero. Destacaba en algo, y me resulta imposible seguir haciéndolo. Ni siquiera quiero hacer este trabajo, pero podría decirse que es la única cosa que tengo en marcha.

Y entonces, porque sé que ellos no lo harán, me envío a mí mismo a la habitación.

Me voy cuando mi padre empieza a decir:

—En primer lugar, hijo, destacas en muchas cosas, no solo en una...

Cenamos casi en silencio, y después mi madre sube a mi habitación y examina la pizarra de corcho que tengo colgada encima del escritorio.

El mundo nos destruye a todos | minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora