2. ¡Qué desastre!

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Minho había tenido una buena primera semana. Si excluía el incidente con el omega pecoso que tenía la boca sucia como un marinero, fue perfecta. La segunda se estaba complicando más de lo debido.

Era su segundo viernes en la guardería y los niños parecían especialmente desquiciados esa mañana. Entendía que era fin de semana, también quería irse de allí y encerrarse en su casa para hacer un maratón de series, pedir comida basura y arrebujarse debajo de una manta calentita. Lo que no entendía era ese desastre nuclear que tenía delante.

Había cuatro pequeños seres con la cara completamente cubierta de pintura y otros cuatro con más o menos manchas en cualquier parte del cuerpo. Se había distraído un segundo, un maldito segundo, era imposible que les diera tiempo de hacer ese caos en ese instante que tardó en colocar en la estantería los libros que ellos habían dejado tirados.

Oh, pero sí que pueden. Por supuesto, ahí tenía la prueba de que esos pequeños terroristas eran capaces de cualquier cosa.

—¿Qué significa esto? —preguntó, imprimiendo en su voz un ligerísimo deje autoritario. Tampoco quería asustar a los pequeños.

Hoshi levantó una hoja de papel con un borrón de los mismos tonos que tenía en la cara. Él siguió sin entender cómo ese folio podía justificar que tuvieran pintura por todas partes cuando faltaba menos de una hora para que los padres llegaran a por ellos.

—Eunji dijo que podíamos hacer como hacemos con las manos, pero con la cara —explicó Hoshi tímidamente. Obviamente, Jeong Eunji había sido la cabecilla, siempre era ella.

Minho resopló y rodó los ojos. Negó con la cabeza mirándolos a todos.

—Muy bien, ahora vamos a tener que limpiarnos, así que la hora de juegos queda cancelada —aseveró.

Un montón de cejas bajaron con tristeza y vio algún que otro puchero. Peleó consigo mismo para no caer en las redes de esos pequeños manipuladores. Casi cede ante ellos, pero sabía que no debía. En unos minutos los alineó y procedieron a limpiarse uno a uno en el lavabo adaptado que había en el aula.

Los pequeños se frotaron los mofletes y la frente con brío mientras el profesor supervisaba que el resto no estuviera destruyendo algo más. Cuando uno terminaba de limpiarse, se sentaba junto a la pared en una especie de "penitencia" por desobedecer al maestro. Poco a poco, consiguió que todos estuvieran más o menos limpios. Se sintió orgulloso porque ninguno se quejó, ni siquiera la líder de la manada. Jeong Eunji había aceptado el castigo igual que los demás.

—Ahora, ¿por qué no podemos hacer esto de nuevo?

—Porque la pintura es venenosa —contestó Han Suni, afligida. La pintura no era tóxica, pero había tenido a bien engañarlos "un poquito" para alejarlos de esas ideas locas—, podemos tragarla y enfermarnos. Y se nos meterá en los ojos y nos quedaremos ciegos y tendremos que andar con bastón y tener un perro amarillo de los que te guían. —Minho abrió los ojos ampliamente, sorprendido por esa locura.

—Los perritos son bonitos, ¿si me quedo ciego tendré un perrito? —preguntó Hoshi.

—¡No, no! —frenó aquella conversación con autoridad—. Vamos a centrarnos, nada de perritos. No podemos usar la pintura en la cara porque es tóxica y ya está. ¿Qué más? ¿Tienes algo que decir Jeong Eunji? —La pequeña apretó la boca con enfado.

—Antes de hacer algo hay que preguntarle al señor Lee —dijo la niña, con los brazos cruzados.

Minho se sintió satisfecho con la reprimenda y decidió terminar el castigo ahora que parecían haber razonado. Se sentó frente a ellos y sonrió con amabilidad, dejando que sus feromonas tranquilas calmasen los ánimos de los chiquillos.

LAVANDA  | Minsung | OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora