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Capítulo 26| Extraña cortesía

Guianna

Abro los ojos con terror, con la respiración entrecortada y el corazón desbocado. Lo que me encuentro logra alarmarme: no estoy en mi habitación, no estoy en la habitación que suele llevarme Francisco, ni siquiera estoy en mi castillo. Estoy en donde desperté hace unos meses, donde Francisco cuido de mí.

Caigo en cuenta que el me enterró su espada en mi pecho, entonces llevo mi mirada a esa zona, y lo que me encuentro me aterra: mi pecho esta vendado. Y no me sorprende el dolor que llega de repente, tan tortuoso y abrasador que logra hacerme soltar un jadeo ahogado. ¿Me desvistieron?

Y siento que alucino cuando veo al mismísimo Francisco pasar por el umbral de la puerta y caminar hacia mí con postura relajada.

Abro tanto los ojos que siento que se saldrán de las orbitas.

— Oh, luzbel. Ya despertaste.

Pestañeo para aclarar mi visión y darme cuenta de que estoy viendo correctamente. Pero es verdad, porque el aludido sigue parado frente a mi con una mirada arrogante.

— Lo sé, esto es extraño. Déjame explicarte.

Yo no puedo emitir palabra alguna.

Él murió ¿verdad?

— Resulta ser que use tu vida para que yo pueda volver al mundo de los vivos y luego te reviví. De nada.

¿Cómo?

¿Me quito la vida para el revivir?

¿Luego me trajo a la vida nuevamente?

¿Qué demonios?

— ¿Por qué me trajiste a la vida nuevamente? —pregunto con confusión, con voz titubeante.

— Porque quiero que veas como me encargo de tu esposo. Tanto esfuerzo le pondré que debes disfrutarlo, ¿verdad?

Sigo demasiando confundida.

— Creo que merezco un gracias, ¿no? —añade ante mi silencio.

Pero... ¿acaso sucedió algo que yo no sepa? ¿Esto será lo mismo que lo que pasó hace unos meses en este mismo lugar?

¿Este lugar estará encantado?

Debo estar soñando.

Sí, debo estar dentro de un pesado sueño y me despertaré con un pellizco.

Al hacerlo, no sucede nada. Sigo tumbada sobre la cama, con mi enemigo mirándome con burla.

—Estás viviendo en carne propia mis atenciones, luzbel. Estás viva y conmigo. —Sonríe con ironía.

Mi cara debe ser muy graciosa seguramente: mi boca abierta a más no poder, mis ojos desorbitados, y las cejas bien altas.

—¿Olvidaste cómo agradecer? —inquiere con un gesto arrogante.

Él. Me. Mató.

Y. Él. Me. Revivió.

¿Cómo asimilo esto?

Él me quiere muerta, ¿o no es así?

Sacudo la cabeza, y mi pecho arde como si un rayo me atravesara, haciendo que dé un jadeo de dolor.

—Quiero una explicación —suelto escuetamente—. Sobre todo.

Francisco rueda los ojos y, de la barra que divide la cocina de la sala, toma una petaca de cuero.

Pasión entre sombras PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora