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Capítulo 29 |Un villano al descubierto

Guianna


El embarazo me tiene bastante glotona de dulces, por lo que las doncellas han traído dos platos amplios plagados de comida llena de miel, frutos secos y crema. Mientras disfruto de mi budín de naranja con glase me dispongo a escribir mi historia que tanto postergué por varios motivos. Se puede decir que tuve una especie de bloqueo artístico y no lograba sacar una palabra de mi mente, estaba embotada en ella, pero hace dos días que la inspiración volvió y no paro de hacer lo que me encanta.

La trama es muy adictiva de escribir y fácil de seguir.

«Los sentimientos hacia María por el príncipe Ricardo seguían allí a pesar de todo lo que había sucedido. A pesar de que el príncipe estaba pronto al trono y se hallaba comprometido con Julissa, la princesa del reino vecino, pudiente y adinerado, no podía dejar de lado la relación con María, su primer amor.

Ricardo no estaba seguro de si podría ascenderla al trono antes de casarse con Julissa porque su padre seguro se lo impediría, pero ¿cómo podría ser feliz al lado de la mujer que nunca amo y solo estaba por conveniencia?

Por esa razón fue a verla al pueblo, fue a ver a esa mujer de cabello pelirrojo y luceros aguamarina que tanto lo cautivaban como la primera vez.

En el viaje a hurtadillas por el centro se encontró con un niño tirado en el medio de la calle. No podía dejarlo ahí y que estuviera a riesgo de cualquier cosa, por lo que camino hacia él con lentitud. Tenía temor de que fuera una trampa que desencadenara en un asalto.

—¿Niño? —preguntó al pequeño quien se hallaba de costado—. ¿Estas bien?

Quien era llamado se dio la vuelta. En ese momento Ricardo tenía una tensión menos en el pecho: no estaba muerto.

—¿Por qué estas tirado en el medio de la calle? ¿Dónde están tus padres?

—Yo…

En eso se escucho otra voz fuera de escena, algo lejana.

—¿Enrique? ¿Dónde estás, niño?

Esa voz la reconocería en una multitud y a kilómetros de distancia.

Ricardo se dio la vuelta y vislumbro en la penumbra de la noche a María que llevaba un vestido para nada llamativo, pero que a él le resultó encantador. Creía que el verde musgo le iba de maravilla.

—¿Ricardo? —Sonó perpleja, demasiado le pareció al muchacho, pero era de esperarse porque luego recordó que el no era cualquier persona. A veces le costaba aceptarlo—. ¿Qué haces aquí?

El rubio se puso de pie y se aliso el pantalón.

—Venia a verte a ti.

María se halló estupefacta, pero intentó ocultarlo. Quería conservar la poca dignidad que le quedaba.

—¿Por qué? Ricardo, no es seguro que andes por estas calles a esta hora. ¿Y que si alguien te ve solo y desarmado?

Ricardo iba a replicarle que tenía su espada como solía hacerlo, solo que al llevar la mano a la zona que solía descansar el arma de hierro envainada solo tocó aire.

«Mierda» exclamo internamente. En la desesperación de la noche se había olvidado hasta ponerse las botas. Ahí estaba la razón por la cual sentía los pies helados.

—¿Puedo hablar contigo un momento? Solo será un minuto. Sé que es tarde y debes hacer tus cosas…»

La pluma deja de escribir, por lo que llevo la punta al tintero sin alzar la vista de la hoja, pero me extraña el no sentirla entrar en el frasco. Y más me extraña ver que no está allí ni en ningún lado de la mesa.

Pasión entre sombras PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora