Capítulo XXVII: Judas.

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13 de Agosto de 1994.

Georgia, ajena al dilema por el que atravesaba su hija, seguía confiando en el amor y en el vínculo que compartían. Sin embargo, la oscuridad se cernía sobre ella de manera inevitable.

Con el paso del tiempo, la mujer comenzó a notar pequeñas señales de distancia por parte de Clemence. El brillo en los ojos de su hija se desvanecía y su sonrisa parecía forzada. Sólo cuando todos se iban a dormir, la joven podía ponerse en pie y liberar los sentimientos que consumían su alma. Para aquellos que viven detrás del sol, aferrados a la firmeza, un ser maligno se estaba impregnando en su piel, un ángel caído que la había elegido para ser suya, llevarla totalmente lejos para que nadie pudiera verla en el cielo.

Clemence, movida por la ambición y guiada por las palabras de su hermano, llevó a cabo su acto de traición. El paralelismo con la traición de Judas hacia Jesús se hizo evidente en su mente, añadiendo un peso adicional a sus acciones. Basfema, heterodoxa, sacrilegia, Dios sabía que Clemence tampoco quería ser un ángel.

Al igual que Judas, Georgina se vio consumida por la ambición y la sed de poder. Dejó que sus deseos personales se interpusieran en el vínculo maternal que había construido hacía Georgia, olvidando todo lo que su madre había hecho por ella durante años. La imagen de Judas, entregando a Jesús por un puñado de monedas, se grabó en su mente mientras forjaba su propio acto de traición. Se dice que cosechas lo mismo que siembras y el resultado para Georgia; la joven ambiciosa, astuta, la perfecta anticristo que gobernaría en nombre del pecado.

Una noche, mientras Georgia descansaba en su habitación, Clemence se adentró sigilosamente en la habitación contigua, dónde era el estudio de su madre. Dispuesta a pagar cualquier precio con tal de alcanzar su objetivo. Todo lo que deseaba, todo por lo que luchaba, se encontraba en sus manos en este mismo momento. Si cercanía a Satanás era cada vez mayor, encontrandolo en el silencio de la noche.

Clemence buscó entre los objetos personales de su madre hasta que encontró lo que necesitaba: un antiguo pergamino con un hechizo de protección que su madre había utilizado durante años. Era la única defensa de Georgia contra las fuerzas negativas. El mismo demonio la protegía, pero es bien sabido que a él se le conoce también por ser traicionero y por ahora tenía un nuevo trato pactado con sangre con Georgina.

Sin titubear, Clemence desenrolló el pergamino y comenzó a leer las palabras del hechizo en voz baja. Una sensación de poder recorrió su cuerpo mientras la magia antigua fluía a través de sus palabras. Sabía que, al robarle a su madre esta protección, Georgia se quedaría vulnerable y desprotegida ante las fuerzas que acechaban.

Cuando terminó de recitar el hechizo, Clemence guardó el pergamino en su bolsillo y salió de la habitación sin hacer ruido. Que nadie tema, el sol está a punto de brillar. El mundo brillando entre sus manos, habia tomado el puesto que le correspondía. Larga vida a la Reina Clemence Georgina.

En los días posteriores, Georgia comenzó a mostrar signos de debilidad. Su energía disminuyó y su aura protectora parecía desvanecerse lentamente.

El brillo de su mirar se desvaneció gradualmente, reemplazadolo por una mirada sombría y apagada. Sus ojos eran ventanas hacia un alma quebrantada, reflejando el dolor profundo que su aparente enfermedad había causado en su alma. Su sonrisa radiante se apagó, convirtiéndose en tristeza y decepción. Cada día, parecía que una parte de ella se desvanecía lentamente.

La pérdida de apetito se convirtió en una constante para Georgia. Los platos que antes disfrutaba quedaron olvidados en el plato, mientras que su paladar ya no encontraba el mismo placer en la comida. Su cuerpo, que antes era envidiado por muchas mujeres, se volvió más frágil, perdiendo el brillo y la vitalidad que una vez la caracterizaba.

Su caminar se volvió más cansado y vacilante, como si el peso de sus actos se hubiera instalado en sus hombros hasta el punto de llevarla a postrarse en su cama. Su voz, una vez llena de calidez y dulzura, se volvió quebrada y apagada. Cada palabra pronunciada parecía requerir un esfuerzo adicional. Por lo que Georgia se sumergió en un silencio absoluto, perdida en sus propios pensamientos, mientras la tristeza envolvía su ser. Su espíritu se vio opacado, y aquellos que la conocían bien podían sentir el dolor y la desolación que la consumían.

Su hija la observaba en silencio, con una hipócrita cara de preocupación. El deleite siniestro que experimentaba Clemence se mezclaba con un sentimiento de triunfo perverso. Había logrado engañar a Georgia, quien confiaba en ella ciegamente, les había demostrado que los sentimientos jamás se interpondrian en su camino.

-Mami, estaré a tu lado esperando que mejores.- expresó Clemence con lágrimas en los ojos.

-Mi pequeña, Clemence. Mi inmaculada princesa hecha aliento y piel.- dijo Georgia mientras acariciaba el cabello de su hija- Ahora mantengamonos ciegas, puede que tome un poco de tiempo.

-Todo lo que necesitas, todo lo que amas, está aquí contigo.

-Esas palabras, juro haberlas escuchado antes. Mi princesa, eres la única que puede hacerme llorar. Estaré tan sola, jamás quise ser un ángel.

Clemence se acercó a su madre y finalmente, sus labios se posaron sobre la mejilla de Georgia. Fue un beso frío, carente de amor y afecto, impregnado de una traición que cortaba como una daga afilada.

Con un último suspiro, Georgia cerró los ojos. La habitación se llenó de un silencio pesado, roto únicamente por los latidos del corazón de Clemence, que resonaban como un tambor triunfante.

La joven, carente de empatía y compasión, se acercó al cuerpo inerte de su madre, observándolo con indiferencia. No había rastro de remordimiento en su rostro, solo una mezcla de triunfo y satisfacción por haber eliminado a aquel que representaba un obstáculo en su búsqueda de poder y control.

-Mami, yo tampoco quiero ser un ángel.- dijo Clemence con una sonrisa siniestra.

La habitación se llenó de un aura lúgubre, como si el mismo aire estuviera impregnado de la maldad que había consumido a Georgina.

Los círculos de clemenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora