A Carwyn le costó dormir esa noche, inquieto por lo sucedido con aquella persona desconocida. Si no la había visto mientras hablaba, quién sabía si la había estado observando mientras dormía, derrumbado sobre la cama.
Aunque al menos y por suerte, no escuchó nada que demostrase que era así, de modo que se esforzó por pensar que el extraño realmente se había marchado.
Y por otra parte, no sabía si quería ayudarle o no. Había mucha gente con problemas en ese mundo, problemas que requerían de la ayuda del príncipe heredero, pero que tenían que resolver sin contar con él. Y tampoco veía justo que ahora ayudase al primero que se colaba en su habitación para suplicarle cuando había gente antes que llevaba años con problemas.
Además, poco había pensado en eso de que se había colado en su habitación. Se había colado, tan solo porque le apetecía a él. Definitivamente, debía estar muy desesperado o muy mal de la cabeza.
Por no mencionar el hecho de que era un Hijo de la Noche. Solo Labded sabía cómo diablos había llegado hasta el Reino de la Luz, cuando era imposible que los habitantes de un mundo pusieran un pie en el otro. Así lo habían establecido los dioses hacía siglos y siglos y siglos. Y desde pequeño, a Carwyn le habían enseñado que los Hijos de la Noche eran lo más similar a un monstruo que se podía encontrar. Que su mundo había sido creado a partir de la avaricia y la maldad de Nioma, la diosa de la noche.
Y no le hacía especial ilusión tener nada que ver con ese tipo de gente. Ya no solo porque no sabía qué le podía hacer ese extraño, sino también porque, si su padre o la gente en general del reino se enteraba de que el príncipe heredero estaba teniendo cosas que ver en los líos de un Hijo de la Noche, iba a tener problemas muy serios.
( . . . )
Todavía estaba amaneciendo cuando Carwyn bajaba las escaleras del palacio hasta llegar al salón del trono, con una explosión de emociones en su interior: una mezcla entre tristeza y desamparo.
Allí, en el enorme portón de acceso al palacio por el cual hacía dos días había estado entrando gente por doquier para la fiesta, ahora solo había tres personas paradas.
Dos de ellas eran un guardia y un hombre que cargaba con una bolsa de viaje: la otra, por el contrario, se trataba de Priscilla.
La chica estaba allí parada, con un vestido azul y mirando hacia las escaleras en busca del príncipe heredero. Cuando lo vio aparecer, sonrió plenamente y algo le dijo a Carwyn que habría corrido directa hacia él si no fuese por los tacones que llevaba.
El chico se vio obligado a guardar las formas, pero aceleró el paso para llegar cuanto antes hacia su mejor amiga. Cruzó el salón a toda prisa, intentando esbozar una sonrisa que no era real. No estaba dispuesto a que la gente viera cómo estaba por dentro.
—Hola —saludó el joven, tratando de que su voz sonara bien, normal. Priscilla le abrazó brevemente y luego se separó de él—. ¿Te vas ya?
—Sí, pero te prometo que en unos días estaré de vuelta. —Priscilla se había visto obligada a partir hacia Mid Hackensaj para visitar a sus padres, que se encontraban bastante enfermos y cuyos hermanos ya no podían cuidar más tiempo porque no podían descuidar a sus familias y trabajos. Y al ser Priscilla la única que no tenía marido ni hijos, y además era joven, habían decidido que fuese ella la que cuidase a sus padres hasta que sus hermanos encontrasen una solución.
—Ten un buen viaje —le deseó Carwyn, con una media sonrisa.
—Claro que sí, voy bien acompañada —aseguró Priscilla, haciendo un gesto para señalar a los dos hombres que aguardaban a su lado. Luego se giró hacia el que llevaba las bolsas de viaje—. Vaya poniendo el equipaje en el carro.
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Rogando a la Luna
FantasyLIBRO 1 DE LA TRILOGÍA "CRÓNICAS DE LOS DOS MUNDOS". En el vasto Reino de la Luz, el joven príncipe heredero Carwyn ha crecido en un ambiente exigente. Dotado de una gran belleza y un carácter encantador, su mayor deseo siempre ha sido descubrir los...