XV: Ensayo en el estudio

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—¡¿Qué haces tú aquí?! —ladró Damien, caminando rápidamente y reprimiendo su ira hacia Carwyn, que esperaba en el pasillo del primer piso, junto a la puerta del estudio, para así poder entrar él también. No hizo falta que el príncipe explicara nada, porque ya resultaba bastante obvio a ojos de Damien.

—Me gustaría ver ensayar a «uno de los mejores bailarines que voy a ver». —Claramente se estaba burlando de él. Un ceño fruncido por parte del contrario hizo que retrocediera un paso, sonriendo de forma burlona. El asesino gruñó algo por lo bajo antes de seguir hablando.

—Vete, no tienes derecho a estar aquí. 

—Soy el príncipe heredero del reino, claro que lo tengo.

—Este es un lugar para los bailarines, no para los niños ricos —continuó diciendo Damien, colocando sus manos sobre los hombros del contrario y apretándolas, haciéndole daño. Carwyn se vio obligado a retroceder unos cuantos pasos más, pero sin una expresión demasiado preocupada. El asesino se acercó para mirarle, para intimidarle e intentar que así comprendiera que no le quería allí.

Por su parte, Carwyn se aguantó las ganas de soltarle que él no era un bailarín, técnicamente.

—¿Qué sucede, Alteza? —interrumpió Lancer, asomando la cabeza por el pasillo con suavidad. Damien se volteó y automáticamente apartó sus manos de los hombros del heredero y se alejó unos pasos. Carwyn, por otro lado, tan solo sonrió como si no pasara nada y metió las manos en los bolsillos, con expresión relajada.

—Nada importante, señor Rainberd. Solo estábamos hablando.

Lancer Rainberd les recorrió con la mirada en cuestión de segundos, al parecer sin terminar de creer del todo la mentira, y a continuación volvió a meterse en el estudio; sin embargo, su voz se hizo sonar desde la estancia más tarde.

—Flamewinds, vamos a comenzar ya.

( . . . )

A las damas del cuerpo de baile parecía molestarles levemente el hecho de que el apuesto príncipe heredero (que hacía tiempo que había reconocido que le gustaban los hombres) no mirase a nadie más que a Damien. Ese chico nuevo al que le gustaba vestir de negro y que nunca sonreía más allá de para burlarse. Y parecía ponerles de peor humor todavía el hecho de que este no reconociese ese privilegio, porque no hacía más que lanzarle miradas asesinas al príncipe cada vez que tenía la oportunidad.

Carwyn llegó al punto de pensar que Damien terminaría lanzándole sus cuchillos tan solo con la mirada, pero afortunadamente llegó el descanso y eso todavía no había sucedido.

El chico tampoco se molestó en hablar con él cuando al heredero se le acercaron algunas de las jóvenes que habían estado bailando para charlar. Damien se rio disimuladamente mientras veía a Carwyn rodeado de tantas mujeres y con aspecto tan incómodo. Quizás era él el único que lo percibía, después de todo.

Bueno, gracias a esas chicas, iba a tener un momento de paz sin soportarlo.

Se sentó en el suelo, con una rodilla flexionada y la otra pierna completamente estirada y un vaso de agua en la mano, observando a algunas personas hablar entre ellas. Suspiró, recuperando el aire y quitándose el pelo de la cara. Tenía la piel perlada por el sudor y la ropa pegada al cuerpo, pero probablemente seguía viéndose igual de bien que siempre. Lo único malo de todo eso era que probablemente luego le dolerían los músculos cuando quisiera pegarle una paliza a Carwyn por haberse metido en el estudio a verle bailar.

Se encontraba exhausto. Su profesión de asesino le había llevado a dejar de bailar por un tiempo, de manera que no recordaba lo que era terminar de esa manera. Además, Carwyn tenía razón cuando había dicho eso de que a los bailarines del palacio se les exigía mucho más que a cualquier otro.

Rogando a la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora