XLVI: Un templo antiguo

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—¿Cómo ha dormido mi princesa?

—Te voy a pegar. 

Damien apartó la cara de Carwyn de cerca de él con un manotazo suave mientras se revolvía en la tela del suelo y el príncipe se reía un poco.

Se encontró con que la luz del sol intentaba arrancarle de su sueño al mismo tiempo que él intentaba resistirse; sin embargo, no resultó fácil cuando escuchó que Carwyn y Priscilla hablaban entre ellos mientras caminaban de un sitio a otro. Les escuchó guardar algunas cosas en la bolsa y de pronto notó que alguien arrancaba la sábana de debajo de él, dejándole tirado en el césped.

El asesino gruñó con molestia y por fin se dignó a abrir los ojos.

—Ah, por fin —habló la única chica que había entre ellos tres. Priscilla esbozó una amplia sonrisa mientras Damien se enderezaba y se sentaba. El día no había amanecido despejado precisamente: al contrario, unas oscuras nubes cubrían el cielo y amenazaban con dejarse caer por allí en cualquier momento—. Tenemos que irnos.

—¿Adónde? —quiso saber el moreno, mientras Carwyn le lanzaba una camiseta sacada de quién-sabe-dónde. Ahora que se daba cuenta, había estado todo aquel tiempo sin una parte de arriba como tal, ya que así era como le habían arrastrado hasta el Gran Anillo y así era como se habían escapado. Damien no dudó en ponérsela mientras el pelirrojo respondía.

—Hay rumores de que una bruja se esconde en una zona profunda del bosque, podemos ir a consultarla para tratar de dar con la pieza del ritual que nos falta —explicó. Damien no sabía si estaba muy de acuerdo con esa idea, pues la última vez que habían hecho algo parecido había sido con aquel vidente y las cosas no habían acabado especialmente bien.

A pesar de todo, decidió que era mejor no protestar y ver cómo surgían las cosas. Todo aquello teniendo en cuenta que encontraran a esa supuesta hechicera, si es que realmente había una.

Carwyn, por su parte, esquivó todas las miradas por parte del asesino. No es que se avergonzara de lo ocurrido la noche anterior (todo lo contrario, solo hacía que se le acelerase el corazón cada vez que lo recordaba), pero... No podía evitar sentirse un poco raro con Damien después de todo lo sucedido.

Ni siquiera cuando partieron después de desayunar, introduciéndose en el bosque otra vez, hablaron del tema. Entre los tres había un gran silencio (que solo Aria habría sabido romper), y aunque Priscilla iba unos metros por delante de ellos, ni una sola de las palabras que salieron de la boca de los chicos fue en relación al beso de la noche anterior.

Tanto tiempo caminando sin rumbo y siguiendo a su mejor amiga no había sido bueno para Carwyn. El chico había tenido el suficiente tiempo libre para darle vueltas al asunto. Si Damien le había besado y le había dedicado esas palabras, era por algo; no obstante, había algo en su interior que le hacía dudar. 

Él, desde luego, se había dado cuenta de que amaba al chico más que a nadie. Con sus cambios de humor, su oficio de asesino y esa arrogancia que por fortuna ya había empezado a dejar de lado con él.

La que menos esperaba que sacara el tema con el heredero fue Priscilla. 

Sucedió cuando el sol descendía ya por el cielo en un bonito atardecer y Damien había ido a bañarse a un río cercano, con la esperanza de que aquello acelerara la curación de sus heridas. Carwyn se encontraba sentado en el suelo, apoyado contra el tronco de un árbol y escuchando de fondo el curso del río. Acto seguido, Priscilla se acercó con cuidado y en silencio a él, solo para sentarse delante. 

—Oye —llamó, con la leve sospecha de que Carwyn estaba más en las nubes que en el mundo real. Este parpadeó algunas veces y a continuación le miró, atento—. Ayer escuché cómo Damien y tú os alejabais... ¿Qué pasó?

Rogando a la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora