El alivio que sintió Carwyn en el instante en el que vio a Priscilla entrar a lomos de un caballo en el Gran Anillo fue indescriptible. Una sonrisa y un rayo de esperanza cruzó su rostro mientras veía que un caballo a su lado corría a la misma velocidad, esperando a ser montado.
Uno de los portones de madera, el que no pasaba bajo la torre de su padre, estaba destrozado por completo, a saber con qué, y sus trozos estaban esparcidos por los alrededores. Daba igual, lo importante era que podían escapar. Por fin podían marcharse.
Se giró hacia Damien, que recientemente se había por fin puesto de pie, y entonces vio a Aria allí tirada, con la flecha clavada en el pecho. Y fue como si le hubieran acertado otra a él también. A pesar de ello, miró a Priscilla que esperaba con el otro caballo, sin dejar de moverse hacia ellos. No había tiempo para lamentarse, ya lloraría por Aria cuando llegase el momento adecuado. Si dejaba que la sorpresa y la tristeza le paralizaran...
—¡Vamos, tenemos que irnos! —le gritó Carwyn, listo ya para montarse a lomos del caballo solo. El asesino volvió la cabeza hacia Aria, como si esperara que fuese a revivir, a levantarse y a seguir luchando.
Muerta. Aria estaba muerta.
Inspiró hondo y supo que antes de marcharse tenía que hacer dos cosas.
Así que agarró con fuerza su propia daga y, después de unos segundos apuntando hábilmente, la lanzó con todas y cada una de las fuerzas que podía reunir en su brazo. Y segundos más tarde, la daga voló a toda prisa para clavarse entre los ojos del guardia que había matado a Aria. Esbozó una sonrisa malévola mientras le veía caer por el muro hacia atrás.
Acto seguido, corrió hacia Aria otra vez y se arrodilló mientras sus rodillas chillaban de dolor. Escuchó a Carwyn gritarle que tenían que irse, pero Damien no se movió de allí mientras se cargaba a la cintura la daga de la chica y, después, le arrancaba ese collar con el sol rojo que su mejor amiga llevaba en conjunto con él.
Y desde el momento en el que se lo guardó en el bolsillo, supo que iba a ser su tesoro más preciado para el resto de su vida.
Se quedó unos pocos segundos mirándola. Realmente era bella, no sabía por qué nunca había llegado a apreciarlo tanto como ahora, que no estaba con él. Suspiró y supo que tenía que irse. Así que murmuró un último «adiós» solo para que ella lo escuchara y luego se levantó otra vez. Alzó la cabeza hacia el rey, en su balcón con el ceño fruncido.
Y por encima de todo el ruido, su voz se escuchó más clara que nunca.
—¡Algún día te mataré y te haré pagar por lo que has hecho! —bramó. Él tenía la culpa de la muerte de Aria. Él y sus estúpidos guardias, pero el padre de Carwyn era el principal culpable. A continuación, se dio la vuelta y corrió como nunca había corrido hacia el caballo sobre el cual Carwyn ya se encontraba y que ya había iniciado su marcha. El príncipe estiró su brazo para agarrar su mano y ayudarle a subir detrás de él.
El asesino giró la cabeza mientras el caballo aceleraba la marcha, enfilado a toda prisa hacia la puerta rota. Sintió que se le formaba un nudo en la garganta otra vez al ver a Aria allí tirada sobre la arena, con la ropa manchada de tierra y sangre. Le dolía dejarla allí. Después de todo lo que había hecho para salvarle, después de todo el tiempo compartido en el palacio, iba abandonarla en el Gran Anillo.
Se juró a sí mismo que, cuando llegara al Reino de la Oscuridad, encontraría la manera de devolverla a la vida aunque fuese como Hija de la Noche.
El aire le golpeó cuando salieron del Gran Anillo, haciéndose paso por las calles empedradas de Steelhills. Y ese dolor de Aria fue tapado levemente por la euforia repentina de saber que estaban escapando. Por fin estaban marchándose de ese palacio, yendo a cualquier parte. Y entonces, por fin iban a hacer el ritual para volver a su mundo.
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Rogando a la Luna
FantasyLIBRO 1 DE LA TRILOGÍA "CRÓNICAS DE LOS DOS MUNDOS". En el vasto Reino de la Luz, el joven príncipe heredero Carwyn ha crecido en un ambiente exigente. Dotado de una gran belleza y un carácter encantador, su mayor deseo siempre ha sido descubrir los...