XXVII: Una familia ficticia

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Carwyn trató de aprovechar ese rato de soledad que tenía. Unas sirvientas se habían llevado a Odette a comer a uno de los salones del palacio, y afortunadamente, el príncipe había sido capaz de convencer a su hermana de que no tenía ganas de ir por ahora, de modo que estaba solo en su habitación.

Estaba claro que ponerse a leer no era una opción, de modo que simplemente se tumbó sobre la cama, con la intención de descansar un poco antes de que su hermana volviera a aparecer por allí. La verdad era que no tenía demasiadas quejas sobre ella, pues era una niña educada y en general buena; sin embargo y como cabía esperar de cualquier chiquilla de su edad, era mucho más activa de lo que Carwyn llegaría a ser nunca. Realmente admiraba a Olga: si él tuviera que soportar a otra niña pequeña después de haber aguantado al hermano mayor durante años, probablemente se buscaría otro trabajo.

Justo cuando estaba a punto de caer dormido, una voz resonó, como si se hubiera metido en sus sueños. La voz, por desgracia, de Damien. Carwyn se revolvió un poco, molesto mientras le susurraba que se marchara. Y qué mala suerte que pareciera meterse en su cabeza.

—Carwyn —llamó—. ¿Se puede saber qué dices?

De pronto, esa voz pareció venir de fuera de su cabeza, como si fuese algo que Damien pudiera controlar. El príncipe entreabrió los ojos y dio un respingo en cuanto se encontró con el asesino a unos metros de él, quieto como una estatua mientras le miraba con una ceja alzada.

Se dio la vuelta, despertándose poco a poco y con ganas de gritarle que se marchara. ¿Cómo era posible que todo el mundo apareciera justo en los momentos en los que quería estar solo?

—¿Dónde está tu hermana?

—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó a modo de respuesta, irguiéndose y con voz molesta. Damien alzó un poco el mentón, cruzándose de brazos y avanzando unos pasos hacia él.

—Solo quería verte.

—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó Carwyn, apoyando la espalda en la pared—. Ve a comer con Aria.

—La he perdido de vista, es demasiado escurridiza. Y si me aventuro por estos pasillos seguro que termino eternamente perdido —explicó, aproximándose más a él. Se recostó sobre el ventanal abierto, a su lado, y entonces Carwyn recordó esas noches en las que el joven se colaba por allí. Qué lejanas parecían...

—Sí que te gusta molestarme...

—No lo hago para molestarte —cortó Damien, mirándole con seriedad. Carwyn se preguntó si por primera vez en su vida estaba diciendo la verdad respecto a ese tema. Le miró, tratando de descifrar la verdad en sus ojos verdes, que le miraban.

—¿Entonces? —inquirió. Damien sonrió un poco—. Pensaba que me odiabas.

—¿Sabes? Al final se te termina agarrando cariño, aunque seas un príncipe mimado —respondió, y Carwyn no respondió Realmente se le hacía extraño todo aquello... ¿Estaba siendo amable con él de verdad? ¿O tan solo le interesaba pedirle cualquier cosa y por eso estaba asiendo tan amable?

Bueno, de un modo o de otro, no pensaba rechazarle, ya que era consciente de que probablemente el joven estaba haciendo un esfuerzo para ser así. O quizás no. O... qué más daba.

—Lo mismo digo, a pesar de que seas un asesino arrogante —dijo, por su parte. Damien se acercó a la cama y la rodeó para a continuación sentarse en el colchón, bajo la mirada confundida de Carwyn. Quería preguntar qué hacía, pero terminó quedando callado.

—¿Por qué has venido aquí? Estoy seguro de que hay un séquito de bailarinas ahí fuera esperando para tener tu atención —comentó, pues era cierto. Había notado cómo miraban algunas de ellas al joven, y podía confirmar que lo que decía era cierto. Damien ladeó un poco la cabeza, a su lado.

Rogando a la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora