XXXIII: Suposiciones

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Carwyn sabía que todo aquel asunto no iba a ser nada fácil de solucionar, ni tampoco nada rápido, pero lo que definitivamente no esperaba era estar cinco días sin hablar con Damien.

En todo ese tiempo no había dejado de darle vueltas a la cabeza con todo el asunto de por qué podría estar enfadado el joven, además de preguntarse una y otra vez a qué se refería el vidente con todo lo que había dicho. Era obvio que sin Damien no iba a poder llegar a ningún sitio, pero la situación no era muy buena cuando este le rehuía por los pasillos y se negaba a hablar con él.

Aria, por su parte, no había conseguido averiguar nada sobre lo que le pasaba a Damien. Al parecer, el asesino estaba perfectamente con ella y con cualquier otra persona que se le acercase, lo cual no mejoraba el estado de ánimo de Carwyn.

No se había dado cuenta de lo que apreciaba a Damien hasta todo aquel suceso. Quizás fuese un imbécil, pero, tal y como había dicho una vez, en su habitación, se le terminaba agarrando cariño.

Y, bueno, puede que también le gustara un poco.

Pero solo un poco, y eso en el mejor de los casos. En verdad no sabía si todo aquello era amor (aunque en mínimas cantidades) o solo era que le consideraba un buen amigo. Estaba tan poco acostumbrado a tratar con chicos de su edad que tal vez no era más que un sentimiento extraño que había crecido en él.

De cualquier modo, no le gustaría tener que añadir ese tema también a la lista de cosas sobre las que sobrepensar por la noche, así que se había esforzado por ignorarlo todo lo posible hasta que tuviera la cabeza un poco más despejada.

Siguiendo con el asunto del enfado de Damien, el príncipe heredero había terminado tomando la decisión de dejarlo estar. No quería perder su relación con él, pero quizás la solución era dejarle un poco de tiempo para que el enfado se pasara poco a poco, si es que existía esa posibilidad.

Y aunque él también había tomado la decisión de olvidarse del tema, le estaba resultando algo bastante complicado, teniendo en cuenta que cada vez que había la luna en el cielo se acordaba de él y que cada vez que pasaba por al lado del estudio de baile le daba una punzada el corazón.

—Carwyn, ¿me estás escuchando? —La voz de Priscilla le sacó de sus pensamientos, encontrándose con la joven a unos centímetros de él, para intentar así que le prestara atención. Carwyn sacudió la cabeza y le miró.

—¿Qué?

—Déjalo —terminó diciendo, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia. Se giró y comenzó a caminar una vez más, siendo seguido por el heredero—. ¿Todavía no estás bien con Damien?

—No —contestó, moldeando su voz de manera que pareciese que estaba perfectamente bien, que no pasaba nada. Pero Priscilla le conocía demasiado bien como para creerse ese engaño. La joven le miró con algo de pena en los ojos.

—Bueno, no te preocupes, seguro que todo se soluciona enseguida. Parecíais muy unidos en cierta manera, así que no creo que vaya a destrozarlo todo ahora. —Carwyn también lo esperaba desde lo más profundo de su maldita alma, pero en ese tiempo que llevaban siendo amigos el asesino y él lo había conocido demasiado bien como para saber que las cosas con él nunca eran así de fáciles. Si al menos se dignase a hablarle...

El heredero no respondió, convenciéndose a sí mismo de que todo iría bien. Por otra parte, no todo en su mundo giraba en torno a Damien y tenía que darse cuenta. Que se hubiera enfadado con él no convertía al resto del planeta en oscuridad, existían más cosas que podía hacer, de las que podía preocuparse, como escoger las flores más bonitas de los jardines reales.

Lo cierto era que su vida había cambiado más de lo que se había llegado a dar cuenta desde que conoció al asesino. Antes tan solo se preocupaba de estudiar de vez en cuando y de pasar las mañanas y las tardes con Priscilla hasta que los guardias del palacio les obligasen a regresar a las habitaciones bien entrada la noche. Y desde la llegada de Damien, apenas podía sacárselo de la cabeza. Tal vez se debía a que simplemente no había acabado de procesar toda la situación: su jehdiel, su alma gemela, había sido expulsado del Reino de la Oscuridad y como consecuencia le había buscado a él, colándose en el mismísimo palacio y haciendo un trato para que le ayudara a regresar a su mundo.

Sí, la verdad era que resultaba bastante surrealista.

Y era como si Damien tuviera una especie de imán... 

Salió de sus pensamientos cuando vio a Priscilla girada hacia él y con los ojos entornados. Inspiró hondo con aire de sospecha y, acto seguido, abrió la boca para decir justamente lo que el príncipe no quería escuchar.

—No te gustará Damien, ¿verdad? —preguntó despacio, como si eso fuese a ayudar a que Carwyn confesara. A pesar de la pregunta, en el fondo parecía estar muy segura de cuál era la respuesta independientemente de lo que pudiera decir el contrario. Carwyn abrió mucho  los ojos.

—¿Qué? No, solo me parece guapo —respondió, aunque en ese punto no estaba seguro de si mentía o decía la verdad. Necesitaba un poco de tiempo para aclararse, y hasta entonces no tenía muchas ganas de hablar del tema. Por no mencionar el hecho de que tal vez estuviera enamorado de un asesino. Por la Luz, a sus padres les iba a dar un ataque al corazón si se enteraban.

Volviendo con Priscilla, el chico se percató de que no parecía creerle en absoluto. Cruzó los brazos y frunció el ceño. Luego avanzó un paso, intentando intimidarle así para que confesara. Y, a pesar de que medía menos que él y se podía considerar inofensiva, siempre conseguía  causar un efecto extraño en el chico.

—¿Crees que puedes mentirme, Carwyn? —inquirió—. Te conozco perfectamente, sé que cuando te pasas la mayor parte del tiempo con la cabeza en las nubes y te pones así de nervioso, entre otras cosas, es porque te interesa alguien. ¿Te acuerdas aquella vez con el cocinero? Resultaba más que obvio.

Ah, el cocinero. Aún lo recordaba. Hacía dos años, cuando recientemente había cumplido los quince, había un joven en las cocinas que debía tener tres o cuatro años más que él y que le gustaba mucho. Por esa época, siempre se colaba allí con Priscilla para pasar tiempo con él de manera discreta, pero al cabo de unos meses acabaron echándolo del palacio porque, según decían, tenía muy poca experiencia como para estar cocinando para reyes y príncipes.

Pero tampoco entendía por qué Priscilla sacaba ahora el tema.

—No me gusta, te estoy diciendo la verdad —insistió el heredero, un poco incómodo. Priscilla mantuvo  los ojos clavados en él con mirada acusadora por unos segundos más, hasta que terminó soltando un suspiro y dándose la vuelta. A pesar de esto, Carwyn sabía que la conversación no se había dado por finalizada y siguió tras ella, sin ningún otro remedio.

—Pasas mucho tiempo con él y últimamente no haces más que pensar en todo lo del enfado.

—Priscilla, es lógico. Es uno de los pocos chicos que he podido conocer bien desde hace años y ahora que nos hemos hecho amigos no quiero perder su amistad por un motivo que ni siquiera sé —explicó, tratando de que entrara en razón y dejara el tema de lado. Si no... Sabía que a partir de ahora sería horrible estar con Damien y su mejor amiga en la misma habitación. 

—Oye, no pasa nada si te gusta —consoló Priscilla, con una voz de repente más calmada. Se rio un poco—. Peor es que te guste una persona de otra ciudad y que tu mejor amigo tenga que escribir una carta para traerlo al palacio. 

Carwyn no respondió, resoplando. Si Priscilla supiera toda la verdad y todas las cosas que Damien era... 

( . . . )

El príncipe heredero del reino se encontraba tumbado sobre la cama, pensando y pensando. Era lo único a lo que se dedicaba desde hacía días. Seguía sin sacar conclusiones sobre lo que había dicho el vidente, y el hecho de que la única manera de obtener pistas fuese hablando con Damien no ayudaba.

Hablando del asesino, seguía sin saber nada de él ni de por qué estaba enfadado. Y aunque Carwyn había intentado no pensar en todo aquel tema sobre qué sentía hacia él, se le había hecho imposible. En definitiva, necesitaba aprender a hacerse caso a sí mismo.

Por mucho que había pensado, todavía seguía con dudas. Y, por el dios de la Luz, estaba harto de pensar.

Rogando a la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora