XXXII: En el estudio de baile

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Damien estaba dispuesto a fingir ese día que no había escuchado esos golpes en su puerta la noche anterior.

Porque claramente lo había hecho, pero no había estado dispuesto a abrir. Sabía de sobra que era Carwyn, más que nada porque no podía ser ninguna otra persona: Aria jamás llamaba tan suavemente, y no creía que nadie más tuviera la intención de llamar a su habitación.

El asesino no sabía cómo sabría el rey que se seguía juntando con Carwyn aunque fuese en su habitación en el caso de que lo hicieran, pero prefería no tentar a la suerte. Tampoco sabía quién era el soplón que le había estado pasando información al hombre, así que podía estar en cualquier parte.

Era consciente de que Aria se había dado cuenta de que le pasaba algo, pero por suerte no había preguntado al respecto. Y Damien había llegado a la conclusión de que no era culpa de la chica que el rey fuese un imbécil, así que era hora de comportarse como siempre con ella para intentar ahuyentar cualquier tipo de dudas que pudiera tener.

Cuando llegó al ensayo, la joven estaba apoyada junto a la puerta, en el pasillo, y le sonrió cuando le vio acercarse.

—Hola —saludó, con voz más alegre de lo normal—. ¿Cómo estás?

—Bien —respondió Damien, fingiendo que no notaba nada raro en ella. Quizás era cuestión de que se había levantado más alegre de lo normal, pero... Bueno, a él también le pasaba. A pesar de todo, en el fondo sospechaba que la chica creía que le pasaba algo. Es decir, no es que no fuese así, pero...—. Pero apenas he dormido.

No era mentira. Había pasado una buena parte de la noche pensando en alguna manera de vengarse del rey. Si él le prohibía ver a su hijo, entonces Damien iba a hacerle la vida imposible, de una manera o de otra. Lo primero que se le había ocurrido era matar a algún ser querido suyo, principalmente su esposa, la reina.

Luego se había acordado de que era la madre de Carwyn y había descartado la idea.

Pero la idea del ser querido o de alguna persona cercana a ese bastardo seguía en pie. Luego, había posado la mirada en el capitán de la guardia. Probablemente era alguien más o menos cercano al rey, pero si lo pensaba mejor, no parecía que ese hombre fuese a preocuparse por la muerte de ningún guardia.

Entonces tenía que seguir pensando. Quizás podía hacer otra cosa que no fuese matar, pero en ese caso no se le ocurría nada. Quería algo que dañase al rey, que verdaderamente le hiciese daño.

Ya se le ocurriría cualquier cosa.

—¿Por qué? —quiso saber Aria, mientras entraban en el estudio. A esas alturas, ya estaba bastante lleno de gente. Ese día en especial había algunas damas de la corte de la reina sentadas elegantemente con sus largos vestidos, por lo visto dispuestas a hacer de público esa mañana. Damien se encogió de hombros, mientras una incomodidad se asentaba en su cuerpo frente al hecho de tener a tanta gente mirando.

—No sé, quizás es por el calor que empieza a hacer. —No era de extrañar, pues quedaba ya muy poco para que el verano diera paso. Miró a Aria, con la esperanza de que la joven creyera su mentira. Afortunadamente, Damien no detectó nada en su expresión que indicara lo contrario.

—Ah, bueno —respondió ella—. En el fondo no es tan malo, supongo que en verano nos dejarán descansar un poco más a menudo que ahora.

Esperaba. Damien también lo hacía, pero en el fondo estaba seguro de que las cosas no irían así. Durante los meses de calor era cuando más fiestas importantes tenían lugar, de manera que probablemente tuvieran  más trabajo que nunca. Y, por Nioma, bailar bajo el calor del sol... Iba a ser infernal.

Rogando a la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora