Las calles comenzaron a vaciarse a medida que el tiempo pasaba, convirtiéndose poco a poco en lugares fantasma. La gente comenzaba a irse a sus casas, y la soledad que inundaba la ciudad fue lo que le dijo a Damien que quizás deberían marcharse ya al castillo, de modo que se detuvo y se giró hacia Carwyn.
—Carwyn —llamó. Por algún motivo, al mencionado se le hizo extraño escuchar su nombre en boca del asesino. Normalmente solía usar con él ese horrible apodo, amore, o bien le trataba de Alteza—. Quizás es mejor que regresemos ya al palacio, solo por si acaso. Aquí ya no hay nada que hacer.
El príncipe parecía algo decepcionado por el hecho de tener que dar media vuelta ya; sin embargo, debía ser capaz de razonar y darse cuenta de que el contrario tenía razón. Allí fuera, sin apenas gente, tan solo se arriesgaban a que les sucediese cualquier cosa. Aunque Carwyn estaba seguro de que, en realidad, nada podía pasarle si estaba con Damien, más que nada porque este parecía estar impaciente por sacar sus armas y desquitarse con cualquiera. El heredero supuso que había estado haciendo un gran esfuerzo para no asesinar a nadie en el tiempo que llevaba fuera de su tierra natal.
—Está bien, vamos.
( . . . )
Damien no reaccionó precisamente bien cuando, una vez el sol había salido y brillaba en lo alto del cielo azul, unos fuertes y sonoros golpes en su puerta sonaron por toda la habitación. De hecho, no fue otro el motivo por el cual se vio obligado a abrir los ojos, envuelto en las sábanas y ocupando todo el colchón. Ah, a veces agradecía dormir solo.
Lo primero que le salió desde lo más profundo de su alma fue gritarle a quien fuese que estaba al otro lado de la puerta.
—¡Fuera de aquí! ¡Vete a molestar a otro!
Hundió la cabeza en la almohada mientras su voz de recién despertado podría haber alertado a todo el primer piso. Había regresado cansado de la noche anterior, con Carwyn, y lo único que quería hacer ese día era dormir hasta que volviera a ser de noche. Por Nioma, cómo odiaba la luz del sol.
Esos golpes en la puerta volvieron a presentarse, esta vez con más suavidad y cautela. Quien fuese que estuviera en el pasillo parecía haberse dado cuenta de que no estaba de humor esa mañana, pero no había querido dejar de insistir.
Damien resopló contra la almohada, esforzándose por ignorarlo. Apretó la mandíbula. Como se tratase de ese maldito príncipe y sus ganas de molestar... Damien cogería su cuchillo y se lo clavaría en la garganta hasta atravesarla de lado a lado.
El asesino estaba a punto de erguirse para dejarse la voz gritándole a la persona tras la pared, cuando un pequeño clic se escuchó por todos sus aposentos, acompañado de una puerta que se abría lentamente y con un chirrido. Damien giró la cabeza para ver de quién se trataba, esperando pero una cabellera pelirroja y unos ojos marrones inspeccionándole de arriba a abajo.
Se enderezó sobre la cama cuando vio que la persona que había estado llamando no era otra que Aria, con su cabello negro y liso perfectamente peinado, un vestido sencillo puesto y una sonrisa radiante.
Y a Damien el primer impulso que le dio fue agacharse para agarrar uno de sus zapatos y lanzárselo con toda la fuerza que su brazo le permitía, mientras le gritaba:
—¡¿Se puede saber qué haces?! —ladró, queriendo levantarse y hacerle cualquier cosa, por mínima que fuera, para desquitarse. Tuvo que reprimirse a sí mismo para no lanzarle una de sus dagas sobre la mesilla de noche.
Aria esquivó el zapato del asesino con el ceño fruncido.
—¿Te parece bonito recibir así a una dama? —protestó, aunque en el fondo en su voz se notaba que no estaba enfadada de verdad. Caminó unos pasos hacia la cama de Damien, que tenía el puño cerrado en torno a las sábanas, apretando de nuevo la mandíbula.
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Rogando a la Luna
FantasiaLIBRO 1 DE LA TRILOGÍA "CRÓNICAS DE LOS DOS MUNDOS". En el vasto Reino de la Luz, el joven príncipe heredero Carwyn ha crecido en un ambiente exigente. Dotado de una gran belleza y un carácter encantador, su mayor deseo siempre ha sido descubrir los...