VI: La Prueba de la Sangre

64 13 0
                                    

Carwyn tuvo que recordar cómo se respiraba, la mirada clavada en el joven frente a él, que continuaba sonriendo de manera que ahora al príncipe se le hacía más siniestra que otra cosa. Tragó saliva y apartó la mano de forma algo brusca. El tal Damien se separó de él unos pasos más.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Carwyn, como si lo conociera de toda la vida. Le miró con los ojos muy abiertos, comenzando a sospechar poco a poco lo que sucedía lo que el contrario había querido decir con aquello de «pasar la eternidad juntos, incluso en el Más Allá». Damien le miró, sin mover un músculo. También se encontraba observando al príncipe heredero, como si se estuviera preguntando si realmente era lo suficientemente tonto para no haberse dado cuenta todavía de la situación.

—Alteza, disculpe si le molesto, solo buscaba a mi Alma Gemela. —A Carwyn le molestaba demasiado cómo aquel chico pasaba de tratarle de usted a tutearle, aunque pudiese ser un motivo estúpido de enfado; sin embargo, por una vez ignoró ese pequeño detalle. Frunció un poco el ceño. Estupideces. Ese extraño no estaba diciendo más que estupideces.

—Es imposible que tú seas mi Alma Gemela. —Su jehdiel. Miró al techo durante unos segundos, como si estuviera observando el cielo desnudo sobre él. Dioses, ¿cómo pondrían a un asesino junto con un príncipe heredero como jehdiels? Algo tenía que estar mal. Se suponía que jehdiel era una forma de llamar a las Almas Gemelas, que todos tenían a alguien en el otro mundo y que algún día serían felices después de la muerte. ¿Cómo iba a ser feliz Carwyn con una persona como aquella?

Damien le dedicó una pequeña sonrisa. Acto seguido, sin mediar palabra, se quitó el guante verde de su mano derecha, revelando bajo él una piel igual de pálida que la de la cara y el cuello. Una piel llena de marcas y heridas. La huella de años de entrenamiento, de sufrir y sangrar y sudar. A Carwyn le horrorizó en cierta manera.

—¿Quieres que lo averigüemos? —preguntó. El tono de voz que usó, la mirada que le dirigió, no le gustaba en absoluto al contrario, que no movió ni un músculo mientras observaba lo que fuese que tenía planeado hacer Damien. Este ladeó la cabeza, arqueando una ceja, cuando vio que Carwyn o bien no entendía de qué iba el asunto o bien no estaba dispuesto a colaborar—. Amore, ¿sabes lo que es la Prueba de la Sangre?

Hablando de sangre, a Carwyn se le heló la suya al escuchar eso. Le miró otra vez, intentando detectar algún tono de sarcasmo o de burla en su voz; sin embargo, en aquella ocasión sí parecía bastante serio. Y sí, sabía lo que era ese extraño ritual: muchos escritos antiguos hablaban sobre él, sobre cómo servía para averiguar si dos personas eran almas gemelas, pero, por supuesto, Carwyn nunca lo había llevado a cabo, y tampoco pensaba que fuese algo pensable siquiera. 

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Carwyn. Por alguna razón, no le gustó en absoluto el leve tono débil que adquirió su voz al decir eso. Damien no respondió a la pregunta, sino que en su lugar, tomó el puñal que descansaba sobre la cómoda, junto a una de las velas que pintaban de color la habitación. No respondió a su pregunta, no mostró ninguna emoción, tan solo agarró con delicadeza la mano del príncipe heredero.

Este hizo ademán de apartarla, pero la dureza de su mirada hizo que se lo replantease. Había leído en varias ocasiones cómo se realizaba la Prueba de la Sangre y la idea no le gustaba nada. Por no mencionar que odiaba el contacto físico con aquel asesino. Su mano agarrándole le causaba escalofríos y le hacía querer huir bien lejos. De él, de esa habitación y de ese castillo. No despegó la mirada del puñal que Damien sostenía, imaginando cómo sería el dolor. Porque estaba claro que iba a doler, y a Carwyn le mataba no saber el momento exacto en el que el arma iba a cortar su piel, le mataba el no tener una cuenta atrás frente a él, solo para prepararse.

Rogando a la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora