VII: Pacto de noche

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—Qué sencillo me lo pones, Alteza... —murmuró Damien, con esa voz entre seductora y burlona que tanto le molestaba a Carwyn. Se acercó unos centímetros más a él—. ¿Seguro que no quieres pedir nada más especial? Sería una pena malgastar mis habilidades de esa manera...

—No —contestó el príncipe, completamente seguro de repente de su decisión. ¿Qué iba a pedir si no? No podía solicitar cosas como dejar de ser el príncipe heredero o escapar de la familia real porque era algo que no estaba al alcance de Damien—. Quiero que me ayudes a salir más a menudo a la ciudad. 

—Está bien. —Damien levantó las manos en señal de aceptación, como si se estuviera rindiendo—. Ya que has manifestado cuál es tu deseo, te contaré yo ahora qué necesito de ti. 

El joven heredero sintió algo de miedo, un sentimiento de incertidumbre  que le envolvía las entrañas y amenazaba con dejarle sin respirar. No tenía un buen presentimiento respecto a eso, pero no podía negarle su ayuda, si es que el asesino finalmente iba a brindarle aquello que tanto deseaba.

Damien retrocedió unos pasos, mirándole con la cabeza ladeada. Sonrió un poco más y a continuación se sentó en el borde la cama de Carwyn. Este último tuvo ganas de agarrarle de ese mechón verde que llevaba y tirar de él hasta hacerle levantarse de ahí. ¿Cómo se atrevía a entrar a la habitación del príncipe heredero y además tocar siquiera su cama?

Apretó un poco los puños, pero no hizo nada por evitar aquello.

—Verás —empezó Damien—. Como te habrás dado cuenta, soy un Hijo de la Noche.

El solo término hizo que el cuerpo del contrario se viera recorrido por un escalofrío; sin embargo, dejó que hablara.

—Soy un conocido asesino en el Reino de la Oscuridad y he sido desterrado, motivo por el cual he terminado en este sitio que se suponía que era imposible que llegara a pisar —explicó Damien, la mirada clavada en Carwyn, expresión seria y ojos gélidos de repente—. Aquí me molesta la luz y me siento fuera de lugar, así que necesito que me ayudes a regresar al Reino de la Oscuridad.

Era algo esperable teniendo en cuenta la situación del chico, pero por algún motivo al príncipe le tomó desprevenido esa revelación. Tragó saliva, sin entender qué tenía que ver él en todo aquello. ¿Cómo le iba a ayudar? Pasar de un reino a otro era imposible, así lo habían hecho los dioses desde los cielos para evitar altercados y otra nueva guerra.

—¿Qué? —Había oído perfectamente, pero no pudo evitar que esa palabra saliera de su boca sin apenas control—. ¿Cómo piensas hacer eso? Si te han desterrado es por algo.

Se arrepintió de inmediato de eso último. Estaba seguro de que darle lecciones a aquel extraño no era algo bueno. Además, dudaba que decirle aquello fuese a ayudar a quitarle esa idea de la cabeza. Damien frunció el pequeño, enderezándose.

—Me ayudarás, eres mi jehdiel —sentenció, al parecer muy dispuesto a conseguir lo que deseaba. A Carwyn no le gustaba la idea de tener que hacerlo solo porque era su alma gemela. No era una obligación por su parte, el hecho de que fuesen jehdiels no implicaba ser un esclavo. La expresión del asesino se relajó un poco—. Además, no sería la primera cosa ilegal que hago.

El contrario suspiró. Definitivamente, había tenido una suerte de mil demonios con su alma gemela. Permaneció callado, evaluando la situación mientras intentaba procesar todo lo que había sucedido en tan poco tiempo. Estaba seguro de que negarse a ayudar a Damien no era una opción en esos momentos, pero tampoco le gustaba la idea de tener que ayudar a alguien como él, un asesino.

Además, tampoco estaba dispuesto a tener que recibirle en su habitación todas las noches.

—¿Cómo lo haremos? —preguntó el heredero con un suspiro, cediendo definitivamente. Una sonrisa se dibujó en el hermoso rostro de Damien, levantándose de su cama. Carwyn apartó la vista, reprimiendo el impulso de correr a alisar las sábanas inmediatamente.

Rogando a la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora