XXXVI: Disculpas aceptadas

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Damien sabía que aquello era lo que debería haber hecho desde el principio, pero el hecho de que lo dijera Aria tan solo se lo había confirmado. El rey y sus estúpidos guardias se podían ir al infierno, él iba a disculparse con Carwyn y a solucionar las cosas.

Los pasillos estaban inmersos en un silencio sepulcral en el momento en el que Damien los cruzó a toda prisa, sus pisadas lo único que se escuchaba en lo que parecía ser el palacio entero. Su corazón comenzó a acelerarse cuando vio al fondo del corredor las escaleras de caracol que accedían a la habitación del príncipe y relajó los pasos.  

Le entraron las dudas, el miedo a cómo podría reaccionar el contrario. Suspiró y sacudió la cabeza mientras reanudaba la marcha. ¿Desde cuándo él era así? ¿Desde cuándo tenía tantas dudas y era tan blando? 

Llegó hasta las escaleras y miró hacia arriba, solo para encontrar allí la puerta de la habitación cerrada (como de costumbre). Por debajo se filtraba una tenue luz que indicaba que Carwyn probablemente todavía estaba despierto. Entonces recordó que no era de noche, como la mayoría de veces, sino que todavía no había anochecido siquiera. Mejor así. Subió los peldaños con sumo cuidado, como si se fuesen a desprender de repente, y se detuvo frente a esa puerta de madera que tantas veces había cruzado, a la que tantas veces había llamado.

Estaba dispuesto a entrar, claro estaba, pero estaba nervioso. Había optado por no organizar nada en su cabeza sobre lo que diría, sino dejar que simplemente su boca soltase lo más adecuado. Y conocía a Carwyn, sabía que él probablemente no estaba enfadado, pero aun así le temía a la reacción que este pudiera tener.

Bueno, no le quedaba otra opción.

Suspiró profundamente y dio unos suaves golpes que no estaba seguro de si se habrían escuchado al otro lado. Esperó en tensión, aguzando el oído para escuchar pasos que se acercaran, voces que hablasen.

Solo percibió de lo segundo.

—Adelante.

El corazón del asesino dio un vuelco al escuchar la voz del príncipe heredero dentro de la habitación. Inspiró hondo, tratando de calmarse. No estaba acostumbrado a las disculpas, pero suponía que allí el único que tenía que pedir perdón era él. Así que puso su mano sobre el pomo de la puerta y empujó para abrir la puerta.

Se encontró de frente con la habitación del príncipe, esa que tantas veces había pisado pero que ahora, por alguna razón, le parecía muy lejana. El joven tuvo que darle las gracias a Nioma por haberle concedido el privilegio de no encontrarse de cara a Carwyn: en su lugar, el heredero del reino estaba sentado frente al gran ventanal de su habitación, en una silla  y observando el paisaje que mostraba tras los cristales, el sol descender por el cielo al atardecer.

Damien se aclaró un poco la garganta y dio unos pasos hacia adelante, justo antes de que el contrario volteara su cabeza y se encontrara con el asesino ahí parado, mirándole sin saber exactamente.

Algo parecido a la emoción brilló en los ojos de Carwyn mientras se levantaba de la silla, sorprendido. Le miró de arriba a abajo, como si quisiera asegurarse de que era él y no ninguna otra persona, e hizo amago de avanzar hacia él; sin embargo, se detuvo en seco y no se movió de donde estaba.

—Hola —saludó Damien, con unos pinchazos de culpabilidad en el corazón al ver a Carwyn tan emocionado de verle, a pesar de que lo intentara ocultar en su interior. Sus ojos le delataban, esa pequeña sonrisa que luchaba por mostrarse en el rostro del joven. 

—Hola —respondió, sin sentarse aún en la silla. Damien avanzó con cautela hasta llegar junto a Carwyn y sentarse en el suelo, con su asiento al lado.

Rogando a la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora