XXXVII: Un plan para la última noche de primavera

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—Te puedo ayudar a prepararte, si quieres —la voz de Damien irrumpió en la habitación de Carwyn, con una de esas sonrisas burlonas, mientras el príncipe se encontraba terminando de arreglarse en el baño. Abrió la puerta con un resoplido de paciencia mientras observaba a Damien mirarle de esa manera tan suya.

—No, gracias.

—¿Te queda mucho? —quiso saber el asesino, ya adaptando un tono de voz serio y acercándose a la puerta—. Priscilla y Aria ya están casi. Insistieron en vestirse juntas, así que me tuve que marchar de ahí.

Carwyn le echó un vistazo y en ese momento se percató de que ya iba vestido y preparado a la perfección, con una máscara sacada de quién-sabe-dónde en la mano. En realidad no podía negar que iba bastante guapo: un traje negro con transparencias en el torso por el que mucha gente en el reino se habría escandalizado, junto con unos pantalones negros y una americana del mismo color encima. La máscara que al parecer pensaba ponerse cubría toda la cara (tal y como debía ser). Estaba decorada con colores blancos y negros y en el borde de arriba asomaban algunas plumas negras.

En definitiva, no podía imaginarse unas ropas más suyas.

Carwyn no respondió, en silencio mientras organizaba sus rizos pelirrojos. Justo en esos instantes, unos cuidadosos golpes se hicieron oír en la puerta, seguidos a continuación por unas voces que Damien reconoció perfectamente.

—¿Alteza?

Damien leyó en los ojos del mencionado que pensaba ir a abrir, de modo que en ese instante, se pegó a él para ponerle un dedo en los labios e impedirle el paso, indicándole así que ni se atreviera a mover un dedo en dirección a la entrada de la habitación. Carwyn abrió mucho los ojos ante esa reacción y bajó la mirada hasta él, pero no trató de caminar ni de moverse: en su lugar, permaneció allí parado, a las órdenes de Damien.

Las voces femeninas al otro lado de la puerta sonaron algunas veces más, llamando al joven heredero, pero al ver que no recibían respuesta, terminaron marchándose escaleras abajo, alertando a todo el pasillo de ello gracias al sonido de sus tacones.

Por fin, Damien se separó del contrario, soltando todo el aire que había estado reprimiendo casi sin darse cuenta. Carwyn apenas tardó unas milésimas de segundo en preguntar.

—¿Qué pasa?

Damien se alejó para sentarse en la cama, y el pelirrojo volvió a su tarea de mirarse en el espejo para dominar su pelo mientras esperaba una respuesta que llegó unos segundos más tarde.

—No sé para qué venían, pero debe ser porque me buscan y no me encuentran, así que vienen a preguntarte a ti. Llevo días esquivando sus miradas en los pasillos —suspiró el asesino, frunciendo el ceño. Aunque no se había parado a pensar en ello más de lo necesario, era cierto que resultaba un poco molesto. Carwyn soltó una risita mientras se giraba hacia él y esbozaba una sonrisa burlona.

—Eso es porque les gustas, Damien.

El chico no pareció muy contento con la idea, lo cual le resultó a Carwyn un poco extraño. Siendo como era el asesino, se le hacía extraño que no estuviera emocionado por tener la atención de unas damas.

—Ya, bueno, pero no digamos que son muy de mi tipo —respondió Damien, con un leve fastidio en su voz. El heredero del reino alzó una ceja, sin acabar de entender el porqué de ese comentario. A pesar de ello, estaba demasiado centrado repasando sus rizos por fin dominados y mirándose al espejo.

—¿Y eso? Ni siquiera son tan feas.

Salió del baño con lentitud y buscó con la mirada la máscara amarilla y blanca que había dejado sobre la cómoda de la habitación, nada más entrar a la izquierda y junto al escritorio. Caminó a por ella al mismo tiempo que Damien le seguía con la mirada.

Rogando a la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora