XXXVIII: El baile de máscaras

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—Oye —llamó Carwyn, no en voz muy alta por si alguien alrededor le reconocía. Damien se detuvo, al igual que Aria y Priscilla, y le miró sin soltar su mano. El príncipe tragó saliva mientras les miraba—. No tenemos invitaciones.

Damien abrió la boca al mismo tiempo que sus ojos se agrandaban como platos. Y Carwyn, por estúpido que sonara, únicamente tuvo miedo de que soltara su mano.

—¡¿Es en serio?! —preguntó, más enfadado que incrédulo—. ¿De verdad nos has dicho de ir a un baile al que no estás invitado?

Lo cierto era que, aunque ese tema de las entradas fuese de las cosas más obvias del mundo, el heredero no se había acordado en su momento. Carwyn miró a Aria y a Priscilla con algo de vergüenza, esquivando la mirada de Damien como si fuese un niño pequeño al que le estaban regañando.

Aria vio en sus ojos esa expresión de culpabilidad y suspiró. Después tomó al príncipe y a su mejor amiga y comenzó a guiarles hacia algún lado, apartándose un poco de la gente. Los cuatro se detuvieron en uno de los bordes de la plaza para asegurarse de que nadie les escuchaba. Aria se inclinó hacia ellos con sumo cuidado.

—He venido a este palacio cientos de veces como bailarina, conozco una manera de entrar —explicó. Pareció dudar por unos segundos—. Pero quizás nos ponga los trajes un poco perdidos.

A Priscilla pareció ofenderle el hecho de que Aria creyese que ese pequeño detalle era un impedimento para ellos.

—No importa —respondió la joven—. Muéstranos el camino.

Aria paseó su vista por Carwyn y Damien, buscando algún tipo de impedimento que estos pudieran poner; sin embargo, los jóvenes parecían completamente decididos de seguir la idea de Aria. De manera que la bailarina suspiró y comenzó a caminar en una dirección hacia uno de los laterales del palacio blanco donde tenía lugar el baile de máscaras.

Carwyn, Damien y Priscilla se apresuraron a seguirle con la cabeza baja, tratando de pasar desapercibidos. Por suerte, todo el mundo allí parecía estar demasiado ocupado en sus propios asuntos como para fijarse en ellos.

Se encontraron con que el del lateral del palacio se basaba en un callejón silencioso, casi solitario y sumido en sombras. En cuestión de metros, la gente se desvanecía por completo y el ruido de las voces y de las personas daba paso a la tranquilidad. Sería mejor así, ya que no les convenía de que nadie les viese hacer aquello.

—Podemos entrar por aquella ventana —señaló Aria, indicando con el dedo un ventanal alto en el segundo piso del palacio. Damien alzó la mirada, y Carwyn supo al instante que para él sería algo sencillo; sin embargo, el príncipe no se veía escalando esa altura, y ni se quería imaginar Aria y Priscilla con esos vestidos largos como la mismísima noche.

El grupo se mantuvo por unos segundos en silencio, hasta que Damien tomó la palabra, acercándose a la pared blanca. Posó sus dedos sobre él, como si quisiera comprobar si se mantendría en pie o no.

—Yo iré primero y os ayudaré a subir —informó. Aria retrocedió unos pasos para lograr ver a través de la ventana. Puso los brazos en jarra y, tras unos segundos, volvió a posar su mirada sobre Damien, que ya estudiaba el muro para saber dónde agarrarse para trepar hasta el ventanal.

—Esa ventana da a una estancia que, si no me equivoco, no debería estar ocupada por nadie. Una vez estemos allí, basta con volver al salón del baile pasando desapercibidos —comentó. Damien no respondió, tomándose unos segundos más para observar el muro, y, finalmente, encaramándose a una piedra saliente.

Carwyn no pudo evitar ponerse alerta, asustado ante la idea de que Damien pudiera caerse. Contuvo un poco la respiración, sin apartar la mirada de él. Inspiró hondo varias veces. Bueno, el asesino tenía muchos años de entrenamiento en la espalda, no creía que sucediera nada de eso. Al fin y al cabo, siempre era él el que trepaba al ventanal de su habitación en la torre cada noche, a cientos de metros de altura.

Rogando a la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora