Capítulo 22.

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El delicado resplandor del amanecer se filtraba suavemente a través de las cortinas, iluminando la habitación con una luz dorada y serena. Y allí, entre mis brazos, descansaba Adele, en la misma posición en la que se había quedado durante toda la noche. Allí, tan quieta y apacible casi parecía imposible la intranquilidad que la inundaba. El simple hecho de tenerla cerca de mí, enredada en mis brazos, generaba una sensación de tranquilidad que no podía describir con palabras, incluso cuando es ella quien en este momento, ha encontrado esa tranquilidad en mis brazos.

Así, en el abrazo y el roce, en el contacto más simple, se declara el amor en su forma más íntima y sublime. Las caricias, palabras mudas pero llenas de emoción, una expresión eterna de amor. Comencé a acariciarla cuidando aún su sueño, su respiración era demasiado tranquila. Mi mirada ahora se fijó en su brazo y en aquel moretón, una corriente de ira me recorrió el cuerpo, mis manos se crisparon un poco pero de inmediato volví a suavizar mi roce.

Comencé a escuchar ruido que provenía desde la cocina y con mucho cuidado de no despertarla, me levanté.

— Buongiorno, nonna.

— Buongiorno, Vittoria. — Mi abuela estaba preparando un típico desayuno italiano, un buen café, unas buenas galletas de la toscana y también habían panqueques.

— Nonna, Adele pasó la noche aquí, sé que no eres muy amiga de traer a personas a casa sin avisar pero...

— Ya sé que está aquí, Alessandra me lo contó, madrugó a hacer no se qué al centro. Dicen que el amor entra por el estómago entonces espero que a Occhipinti le guste esto que estoy preparando.

— No tenías que molestarte, abuela. — Dije con una sonrisa en mis labios mientras la miraba darle vuelta a los panqueques para bajarlos al plato.

— Ve y dile que está listo, las espero en la mesa.

— ¿Mamá está? — Mi abuela negó.

Me retiré de la cocina y me dirigí a la habitación. Me puse de cuclillas en el borde de la cama y comencé a mover a Adele un poco para despertarla.

— Hey, bonita... despierta... — Despertó lentamente, sus párpados se abrieron con delicadeza, parpadeó un par de veces, frunció el ceño y de inmediato buscó refugio bajo las sábanas pues la luz que se colaba por la ventana le generó molestia en sus ojos. — Buongiorno, mia cara. — Me nació darle un beso en su mano.

— Siento como si hubiera dormido un año entero, me pesa el cuerpo. — Dijo extendiéndose en la cama boca arriba.

— ¿Descansaste por lo menos? — Asintió volviendo a cerrar los ojos. — Mi abuela está esperando por nosotras en la mesa, preparó desayuno.

— ¡¿Qué?! — Abrió sus ojos verdes de golpe y fue casi inmediato que sus mejillas se ruborizaron, lo que me hizo reír. — Dios, me siento demasiado apenada, yo...

— ¿Sí recuerdas cómo llegaste aquí?

— Sí, por supuesto. — Respondió y evadió mi mirada.

— Vale, por ahora, vamos, no me gusta la comida fría.

Extendí mi mano y ella la tomó, fuimos hasta el comedor así, tomadas de la mano, parecíamos un par de adolescentes, ella caminaba unos cuantos pasos atrás.

— Buenos días, señora Magdalena. — Dijo y yo la miré confundida. — Nos conocíamos ya, el día que estuviste en el hospital.

— Buongiorno, Occhipinti. — Por alguna razón, me parecía adorable que mi abuela se refiriera a ella así, Adele no entendió su referencia, y así estaba bien, era sólo algo entre mi abuela y yo. — El tuyo es ese, el que no tiene la miel encima de los panqueques.

Only A Girl.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora