Capítulo 27.

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Narra Adele.

Lo único que quería hacer era salir corriendo de allí e irme con ella, de su mano, a donde fuera, pero con ella. No voy a negarlo, algunas miradas sobre mí eran demasiado peso sobre mis hombros pero al final, era lo que menos importaba. Que el juicio se desvanezca en el viento, soy libre y dueña de mi propio destino, pues en mi corazón, latente sentimiento, de todas las miradas, yo soy el único signo.

Mi teléfono sonó. De hecho, el de todos los presentes. Un número anónimo envió una fotografía, la abrí y al descargarla, por una milésima de segundo se me enfrió la sangre. Victoria y yo besándonos. A César lo que es del César, había sido una fotaza, salíamos bien, guardé la foto en mi galería y bloqueé mi teléfono.

— Con chismorreo se pagan las membresías aquí. — Dije molesta, que sí, que me había gustado la foto pero en ningún momento autoricé ser fotografiada. Chasqueé mis dedos y un mesero se acercó casi de inmediato. — Averigua a quién le pertenece este número telefónico, me traes el dato y yo te sabré recompensar. — Le guiñé mi ojo.

De los cinco inversionistas y socios, dos habían tomado una actitud recia luego de ver lo que vieron. Cada segundo que pasaba significaba que esa foto se filtrara y se filtrara por las redes como agua.

En mi interior siento que esa reunión no salió como tendría que haber salido, no fue un desastre pero tampoco fue un éxito y tendría que haber sido un éxito sin lugar a dudas.

"¿Te tardas mucho aún?"

Me escribió Victoria por mensaje de texto.

"Estoy afuera esperándote y tengo a seguridad a pocos minutos de saltarme encima nuevamente".

Reí.

El levantarme de mi silla para dirigirme a la salida fue sinónimo de escuchar comentarios de todo tipo con cada paso que daba. Escuché la voz ronca y rasposa de George, el inversionista más veterano, llamaba mi nombre.

— Sí, dime, George.

— ¿Cómo se llama ella? — Preguntó con dulzura pero yo hice silencio, tal vez cobardía, tal vez instinto de protegerla a ella. — Ya está, no tienes que responderme, Adele, sólo quiero que sepas que me alegra que te des una nueva oportunidad, estás joven, eres una mujer bella, me alegro por ti, y también por ella.

— Gracias George. — Respondí.

En los iris, reflejos profundos y sutiles, se entrelazan juicios, ojos que no ocultan. Con miradas agudas, críticas como astiles, las almas examinan, sin razón que sepulte.

Mas no son los espejos, los claros culpables, sino quienes miran con lentes prejuiciosos. Las pupilas acusan, sus veredictos inquebrantables,
enjuician sin clemencia, ciegos y orgullosos.

Al cruzar la puerta principal la vi allí sentada en la acera jugando Candy Crush en su teléfono.

— No sabía que te gustaban los juegos de jubiladas. — Le dije muy cerca y ella se sobresaltó.

— ¿Quieres ir a la playa? — Me preguntó poniéndose de pie, la miré confundida pues ya casi caía la tarde.
— Sí, a la playa, ver el atardecer y no sé... — Expresó de forma tímida y a mí me parecía increíble lo difícil que es para ella expresarse.

— Quieres que vayamos a la playa y ver el atardecer juntas — Dije organizando el plan por ella. — Sí, por qué no.

— Sí, y tomarnos algo allí... esas cosas.

— ¿Brighton? — Pregunté y ella asintió. — Llegaremos justo para la puesta del sol.

Victoria subió al coche junto conmigo, abrochó su cinturón y comencé a conducir rumbo a Brighton, la dejé que pusiera la música que quisiera, disfrutaba verla en su mundo, cantando y bailando en el asiento del auto, admirando los paisajes, tomándole fotos. Recordé ese beso en el club y decidí no mencionar la foto en absoluto. No quise arruinar su momento y mucho menos arruinar mi vista. Llegamos a Brighton y tomé un desvío que permitía que el auto entrara hasta donde comenzaba la playa.

Only A Girl.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora