2

9 0 0
                                    


Ratas, sí. A veces también merodeaban ratas por ese pasillo, y cucarachas, pero ninguno de estos seres ha ingresado nunca a mi celda, la cual tenía una sola abertura, atravesada por barrotes, que medía unos 40 centímetros cuadrados, a través de la cual me acercaban agua y comida, y a veces el doctor Hernan me hablaba, con la ayuda de una banqueta sobre la cual se paraba, ya que la abertura estaba a la altura de mis ojos.

Él mismo me habló de sus planes, de sus crímenes. Evidentemente, confiaba en que yo nunca podría escapar de esa celda y por lo tanto no lograría nunca contarle a nadie más esa información. La celda no tenía puerta. No entendía cómo había ingresado yo a ese lugar. Tenía que existir algún pasaje secreto, perfectamente disimulado, en algún sector, pero nunca pude encontrarlo a pesar de haber explorado una y otra vez el polvoriento ámbito de esa prisión. Hernan me dijo que mi cuerpo había sido reducido, y colocado allí a través de la pequeña abertura con barrotes a través de la cual me hablaba, y que posteriormente recuperó su tamaño habitual, pero su explicación me pareció casi una broma, aunque no dudo de que su siniestra mente haya podido idear una droga capaz de causar esas transformaciones. 

La oscuridad nunca variaba en ese recinto. Yo sabía que anochecía porque el clima se volvía, como ya comenté, más frío, y aunque en la noche el silencio era absoluto, me costaba mucho dormir. No podía dejar de pensar en el terrible proceso al que se me había destinado, ni en esas cámaras en las que había un enorme pene de color negro, de unos 70 centímetros de largo, congelado, al igual que los ojos celestes de un niño que ya nunca más volverá a ver. Pensaba yo que, en cualquier momento, podría volver a perder la consciencia, y descubrir, al despertarme, que ahora mi cuerpo era el del doctor Hernan, y ver mi cuerpo anterior merodeando por ese ambiente sombrío, entre cajas y camillas, con unos radiantes ojos celestes y un enorme órgano sexual cuyo color contrastaba con el del resto del cuerpo, resultando más que notorio que pertenecía a otra persona. Aunque los ojos no, los ojos podrían armonizar con el tono original de mi piel, aunque este efecto podría haberse logrado a través de unos lentes de contacto coloreados. No había sido necesario matar a un niño, sin dudas que no.

EnanensteinWhere stories live. Discover now