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Después de la charla en la cantina, no volví a ver a Colman, por una razón que luego especificaré. Pero esa charla debió de haberme sugestionado bastante, porque durante los días que le siguieron empecé a percibir ruidos, y a ver ciertos detalles que nunca antes me habían llamado la atención. Por ejemplo, el sonido de una serie de pasos en el techo del departamento, y un frecuente maullido, que también parecía provenir de esa región del inmueble. La aparición repentina y breve de algún gato negro, que se paraba en la cerca que rodea el pequeño jardín que está junto a la entrada principal y que luego saltaba de allí y desaparecía, también se volvió frecuente, y cuando revisé el techo del departamento, por el lado exterior, encontré que algunos sectores de la pintura que lo recubrían estaban arañados. No podía, desde donde yo estaba, distinguir muchos rasgos especiales en él, pero podía estar seguro de que se trataba de un gato, un gato completamente negro. Y si bien se trataba de un gato común y corriente, cuando, una noche, yo lo observaba a través del ventanal y él me miró, aunque estaba bastante lejos, sentí que su mirada no era la de un animal, sino la de un ser humano. Me observó de un modo tan penetrante, fijo y tétrico que sentí que el animal me había reconocido, que alguna vez nos habíamos cruzado, como esta vez, en algún lugar del mundo, y que él recordaba ese encuentro con total claridad. El flanco izquierdo de su cuerpo estaba lastimado, y el pelaje oscuro se volvía, en ese sector, rojo, supongo yo porque estaba manchado de sangre. Pero solamente eso, y sus ojos, es todo lo que lograba discernir desde el ventanal de mi habitación.

Y como dije anteriormente, estas imágenes y sensaciones podían deberse a ese estado de ánimo tenso y angustiante en el que mi mente estaba sumergiéndose, principalmente a medida de los días pasaban y yo no encontraba una manera de interpretar esa información que Colman le había ocultado a la prensa y me había confiado a mí. Porque era entendible que, en medio de ese desmantelamiento que estaba sufriendo aquella casa, y por el cual el laboratorio, y otros sectores importantes del recinto, quedarían destruidos, el doctor Hernan se haya visto obligado a apurar el trasplante y haya recurrido a cualquier individuo, sea humano o no, para deshacerse de su cuerpo. Porque la aversión que él sentía hacia su cuerpo no tenía motivos exclusivamente estéticos. Le resultaba difícil lidiar con el peso de su desproporcionada cabeza, y sus manos eran muy pequeñas, pero el problema principal era que una de ellas era mucho más pequeña que la otra, y lo mismo ocurría con sus piernas: una era mucho más corta que la otra. De manera que le costaba caminar, llegando incluso a caerse en varias ocasiones, y no lograba manipular con exactitud los elementos del laboratorio, recurriendo continuamente al auxilio de su fantasmal compañero.

Además, Colman, durante aquella charla, me dijo que una de las piernas del cuerpo que estaba sobre la camilla estaba partida. Presuntamente, alguno de los bloques de cemento que se estaban desprendiendo del techo durante el derrumbe produjo esa lesión. De lo cual se deduce que su dificultad para caminar se había agravado, y es razonable que en su desesperación le haya pedido a Carl que lleve a cabo la operación de inmediato, ya que le resultaba más difícil que antes correr y escapar de todo ese caos. Pero toda esta explicación no respondía la pregunta esencial, la que realmente me atormentaba y me mantenía despierto durante las madrugadas: dónde estaba ahora el cerebro de Hernan, en qué cuerpo, y qué sucedió con Carl. ¿Acaso su leal compañero se había evaporado como un fantasma luego de la operación?

EnanensteinWhere stories live. Discover now