Se escucharon unos pasos, los pasos de unos pies pequeños, siniestros. La aguda y débil voz de un niño, en algún sector de la residencia, que hablaba con las plantas. "Hola, hola, papi ha vuelto y les ha traido agua", "un poco para ti, Clarisa, y un poco para Nancy. ¿Cómo amaneció Nancy hoy?"
-¿Por qué no se va de aquí?-le dije a Carl-. Ese hombre está loco. Libéreme, y nos escaparemos. La policía tarde o temprano los encontrará. Tienen que estar buscando al policía que ese loco asesinó. Ya saben que existe esta casa.
Carl me observaba a través de los barrotes de la abertura rectangular con una mirada melancólica e impotente. Yo pensé que algo lo ataba a ese enano siniestro, algo más poderoso que las razones que yo estaba enumerando, más poderoso incluso que la mera obediencia con la que un hombre debe cumplir para mantenerse vivo, o para alcanzar una meta a la que por sí mismo no podría llegar nunca. Un vínculo más resistente que el miedo o la ambición. Lo que yo veía en los ojos de Carl era desesperanza. La desesperanza, el poder invulnerable de la desesperanza, era lo que lo mantenía en ese residencia, sirviendo a ese hombre, cumpliendo puntualmente con cada uno de los requisitos que le imponía la tarea de no considerarse a sí mismo como un ser independiente, íntegro, ni siquiera como un ser vivo.
-Imposible-dijo Carl-. No puedo hacer eso. Si usted quiere escapar, hágalo. Si entró en esta celda, tiene que poder salir de ella. La entrada y la salida tienen que estar en el mismo lugar. Tiene que haber otra abertura además de esta a través de la cual le estoy hablando.
-No la hay-dije, casi con desesperación-. No veo nada aquí. ¿A qué se refiere?
-El doctor es pequeño, pero poderoso-dijo Carl, con un tono de voz casi sardónico-. De otro modo, no le temeríamos. Es así, amigo. El tamaño es sólo un número.
Se rió, y luego continuó diciendo, con una voz menos irritante:
-Ahora debo irme. Quizá falten algunos días más hasta que podamos enmendar el desperfecto en el laboratorio. Tiene tiempo para encontrar lo que ha estado buscando. Créame, eso está aquí, aunque no lo vea.
Se fue. Inmediatamente pensé que Carl estaba muerto, y que por eso no podía escapar de allí. Su palidez, su manera de hablar, parecían confirmar esto, que era un muerto o que no era consciente de que estaba vivo. No sé cómo explicarlo. Si Hernan poseía los conocimientos de aquel legendario doctor, entonces sabía cómo revivir a un muerto. Quizá asesinó a Hernan y lo revivió para imprimirle la personalidad apática y manipulable de un zombi. O quizá lo sometió a un proceso aun más complejo y perverso.
Pero ya no valía la pena preguntarse tantas cosas sobre este lugar. Había una salida, y acaso yo podía encontrarla, aunque había revisado la celda, una y otra vez, desde que me desperté aquel día dentro de ella sin saber quién o qué me había encerrado aquí. Carl dijo que el tamaño no era importante, eso podía equivaler a decir que algo pequeño podía ser la salida. O sea, algo que, aunque sea pequeño, podía servir, por ejemplo, como palanca o botón. Si la casa fue habitada por aquel famoso científico, esta celda debía cumplir una función y si no hay una entrada fácilmente perceptible es porque aquí dentro guardaba algo importante, algo a lo cual sólo era posible acceder a través de un camino secreto.
¿Y si la propia criatura a la que le dio vida en su laboratorio estuvo encerrada aquí? Si la celda hubiera tenido una puerta, algo tan poderoso como esa monstruosidad tal vez la hubiera derribado. Quizá el doctor Frankenstein prefirió encerrarla en una celda que ella no pudiera abrir, porque no podía abrirse a través de la fuerza. No con la violencia, sino con la observación o la reflexión, que es como decir que podía abrirse con la mente más que con el cuerpo, si bien la criatura, a pesar de su aspecto grotesco, no era tan irracional como la gente suele creer.
¿Qué tipo de salida no podía ver o encontrar una criatura como ésa? Porque si tenía que hallar la salida con mi mente, entonces quizá sólo tenía que pensar para salir de allí, y si pensaba que esa cárcel se abriría, entonces quizá se abra o simplemente desaparezca como un sueño. Además, una idea ocupa menos espacio incluso que un botón o una palanca, y entiendo yo que Carl pudo haber querido decir, al señalar que el tamaño era totalmente irrelevante, que la salida no tenía un tamaño, es decir que no ocupaba un lugar en el espacio.
De manera que cerré mis ojos y simplemente pensé que esa celda, e incluso todo el recinto que la rodeaba, simplemente ya no existían, y cuando pensé esto, las paredes que me circundaban comenzaron a desplazarse y de repente me encontré afuera de la celda, a pesar de que en ningún momento me moví ni intenté caminar hacia otro sector de la residencia. Fue como si esa prisión simplemente se hubiera desmantelado por sí misma.
Comencé a correr. Busqué la entrada principal de la residencia, y salí al exterior. Trepé por la barranca en la que estaba asentada la residencia. Subí por el inestable declive. La tierra se desmenuzaba bajo mis pies. Pero pude alcanzar el suelo, esa calzada horizontal en la que concluía la barranca, y por la cual seguí corriendo hasta llegar a la ciudad.
Lo había logrado. Increíblemente, había logrado escapar de la tenebrosa residencia del doctor Hernan.
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Enanenstein
Science FictionUn siniestro científico desatará el horror en una antigua residencia de Londres, a no ser que alguien pueda detenerlo.