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Cuando llegamos al departamento, la puerta de entrada estaba, como supongo que lo estaba siempre, entornada, pero cuando quisimos salir de allí para dirigirnos al lugar en el que el comisario nos había citado, la puerta se cerró violentamente.

Charles tomó el picaporte, con ambas manos. Intentó empujarla hacia nosotros, pero no pudo moverla. 

Lo que sucedió después se retuerce y se disipa en mi memoria, como una columna de humo negro. Veo a Charles extrayendo su arma, apuntando con ella a la puerta que acababa de cerrarse y diciéndome que me aleje de él. Veo una luz amarillenta y velas, amontonadas sobre una fotografía, y muchas cartas sobre una mesa. Pero no sé si las velas y las cartas estaban en la misma mesa. No sé si estaban en el mismo departamento. De hecho, no sé si estaban allí en el mismo día. 

Siempre que intento recordar esos sucesos con nitidez me duele la cabeza. Más precisamente, la parte cercana a mi sien izquierda. Entonces debo desistir de mi esfuerzo, y pensar en otra cosa. Sin embargo, todo esto ocurrió en la madrugada del 13 de septiembre. Hoy es 19 de septiembre. Pero los acontecimientos parecen más remotos, quizá por la circunstancia de que su recuerdo podría borrarse en cualquier momento. Tiene la misma fragilidad que el recuerdo de un hecho ocurrido hace 20 o 30 años. Hay matices, detalles que ya no puedo recuperar. Es una pintura que se derrite constantemente. 

Charles nunca jaló el gatillo, pero yo escuché dos disparos. Su cuerpo cayó al suelo, y no se volvió a levantar. 

Mejor dicho, creo que escuché dos disparos, porque esos podrían ser los dos disparos que mataron a Colman.

Entonces caminé hasta el arma que su inerte mano ya no podía sostener y la levanté. Pensé inmediatamente que nos habían tendido una trampa. Y entonces me incliné para tomar otra cosa: el móvil, que estaba guardado en uno de los bolsillos de sus pantalones. Intenté comunicarme con el comisario, pero no recordaba de qué manera se podía reanudar una comunicación. Era un acto sencillo, había que oprimir alguna tecla, pero no lograba recordar cuál. Entonces lancé el móvil al suelo, ridículamente, como si el peso de ese pequeño artefacto pudiera impedirme correr con suficiente agilidad.

Tomé la banqueta de madera que estaba junto a la pequeña mesa y la arrojé contra la ventana. El vidrio estalló y salté a través del espacio que éste había estado ocupando. Caí casi de espaldas sobre la acera, sin sentir ningún dolor. O al menos no recuerdo haber sentido dolor. Por lo que me pude poner de pie rápidamente y correr, alejándome para siempre de ese departamento y de esa calle, la calle 36. 

También me he alejado de Europa. Por razones obvias, no revelaré en dónde me encuentro. Y quizá mañana ya no lo recuerde, porque hay algo de lo que no he podido escapar, y de lo cual, tal vez, nunca pueda escapar. 


EnanensteinWhere stories live. Discover now