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Charles finalmente se fue. Al día siguiente, busqué el departamento al cual él se había referido para corroborar si por lo menos una parte de todo lo que me estuvo contando era cierta. Efectivamente, en la calle 36, estaba esa puerta junto a un letrero cubierto por letras de diversos colores y tamaños. 

No me atreví a entrar. Además del grotesco letrero, había una claridad amarillenta en el interior del departamento que yo lograba percibir a través de la pequeña ventana que daba a la calle y del espacio entre la puerta de entrada, que estaba entornada, y el marco. 

Pensé que dentro de ese departamento simplemente había una mujer que se creía poseedora de habilidades sobrenaturales, y decidí regresar, pero mientras me estaba acercando a la puerta de mi vivienda noté algo extraño. Había plumas, muchas plumas, en la acera, como si ese espacio hubiera servido de escenario para una pelea entre dos palomas. Y precisamente decidí considerar que esa hipotética riña era la razón por la que había tantas plumas esparcidas allí, pero al ingresar a mi casa me dirigí hacia el comedor, abrí la puerta de la alacena para buscar el pote de café instantáneo y descubrí que en el suelo de esa parte de la casa también había plumas. Tres plumas, una muy grande y otras dos de menor tamaño, blancas, con algunas regiones grises o azuladas. 

No pude encontrar una teoría que minimizara la extrañeza de esta situación. Entonces me comuniqué con Charles, el reportero, marcando en mi celular el número telefónico que él mismo me había dejado anotado en un papel. 

No atendió la llamada, pero al día siguiente, por la mañana, volví a marcar ese número y su voz desgastada y triste me preguntó quién era. Le dije mi nombre, y le comenté que me interesaba continuar con la conversación que habíamos postergado. Pero no le dije nada acerca de lo que había visto al regresar aquella tarde del departamento de la vidente. Si él estaba involucrado en el asunto, obviamente ya sabía lo que había ocurrido. No le habría costado nada esparcir un poco de plumas frente a la casa y después abrir de alguna forma la puerta principal, ingresar hasta el comedor, y dejar allí algunas plumas más. Supuse que había ocurrido esto, y que de esta manera quería conducirme hacia ese departamento de la calle 36, hacia esa mujer, aunque no lograba adivinar cuál podría ser su verdadera intención. 

Y también era probable que Charles no haya participado de este incidente, lo cual era aun más preocupante, si bien el incidente tenía algo de grosero, incluso de gracioso. Pero escuchar o leer lo que ocurrió no es lo mismo que vivirlo.

EnanensteinWhere stories live. Discover now