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El techo, y la mayoría de las paredes, se habían desmoronado, pero había pasadizos y cámaras secretas. Escaleras de piedra que se entrecruzaban y se confundían debajo de la tierra. Colman me dijo que había explorado estos reductos, incluso ese largo camino que comunicaba la residencia con las calles de la ciudad. Y no muy lejos de la salida de ese pasadizo, en uno de los tantos parques públicos de Londres, un rayo había fulminado a un hombre y entre sus cenizas había una gran cantidad de hojas, casi intactas, encuadernadas de una forma rudimentaria. Yo sospecho que ese hombre era Carl, quien se disponía a destruir los documentos que le habían permitido realizar la compleja operación, de tal manera que nadie más pueda acceder a ese conocimiento extraordinario. Colman también me dijo que estaba analizando esos documentos, y que también realizaría una segunda inspección en aquellos pasadizos, y en las cámaras a las que algunos de ellos conducían. Pero luego no pudo decirme nada más, porque un hombre armado ingresó a la cantina. Los pocos clientes que allí había, y los camareros, se mantuvieron inmóviles mientras el desconocido apuntaba con su arma a Colman.

-¿Quién es usted?-preguntó Colman, con las manos alzadas, como quien está padeciendo un asalto.

-Hemos hallado los papeles-dijo el desconocido-. Varias veces le han dicho que abandone la investigación. Está empecinado en esto, pero su terquedad terminará ahora. Usted lo quiso así. Parece que no tenemos más alternativa que asesinarlo. Ya revisamos su domicilio. No volverá a ver esos documentos. Y ni piense en escapar. Hay más hombres afuera, y en ambas esquinas, armados. No tiene a dónde correr, lo hemos acorralado. ¿Dónde está su dios ahora señor Colman?

-Yo nunca dije que creyera en Dios-dijo Colman.

-Perfecto-dijo el otro-, no me importa. Ya le dije que su investigación terminará aquí. Ha sido un gusto conocerlo.

Fueron dos los disparos. El cuerpo del detective se desmoronó como las paredes de aquella lúgubre residencia, y no volvió a levantarse. Murió, instantáneamente. No hubo nada que yo pudiera hacer para evitarlo.

EnanensteinWhere stories live. Discover now