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Hoy es 9 de septiembre. Durante mucho tiempo estuve frente a una hoja en blanco y ahora me he animado a trazar algunas palabras sobre ella. Las escribo, y me detengo a contemplarlas. Es un ejercicio agradable porque, más allá del mensaje que pueda transmitir mi texto, el hecho de considerar las figuras que voy armando con algunos elementos del alfabeto me distrae del horror, el horror que todavía reanudarse en algún lugar del mundo. Pero es muy difícil que afuera, en las calles, yo pueda eludirlo como lo hago en este cuarto. De hecho, la semana pasada, mientras yo caminaba por la calle peatonal, observando vidrieras, sobrevalorando trivialidades, se acercó a mí el periodista que tantas veces había visto yo en la televisión, el mismo con el que tantas veces había conversado el detective Colman. Y precisamente me dijo que me había visto en varias ocasiones con este detective y que le interesaba escalecer algunos aspectos de su asesinato. Yo le pregunté a qué aspectos se refería, a lo cual él respondió:

-Bueno, usted estuvo con él en la escena del crimen. Estaban conversando, según creo, estuvieron conversando durante un largo rato. La policía no le tomó declaraciones a usted. No fue nunca citado. Entiendo que había muchas personas allí. Supongo que se habrán puesto en contacto con otros testigos. Muchos ya han olvidado este caso. En su momento, fue tratado con bastante liviandad. Ocurrió, si no me equivoco, un 2 de septiembre. Hoy se cumplen 5 años de aquel incidente. 

-Me parecen más-le dije, casi sin pensar en lo que decía-. Es un hecho tan borroso ahora para mí, es como si hubiera sucedido en una época muy remota.

-Relatividades del tiempo-dijo él, apresuradamente-. A lo largo del ejercicio de mi profesión me he topado con muchas personas que han sentido lo mismo. Cuando un hecho modifica nuestra vida, sentimos que nuestra vida ha comenzado de nuevo a partir de él. 5 años pueden ser muchos, o pueden ser nada. Pueden ser un instante, o toda una vida, una vida nueva, claro, manchada, alterada por la impronta de la tragedia. Dicen que uno no vuelve a ser el mismo. Es como si hubiera nacido de nuevo. De modo que, me pregunto, si usted siente eso, su relación con el detective no debió haber sido tan superficial. ¿Eran amigos?

-No,no-respondí-. Para nada. Pero no puedo decir que su muerte no me conmovió. No sé si tanto como usted presupone, pero sí, me conmovió mucho.

Empecé a sospechar que esa serie de frases hechas y reflexiones banales que el reportero hilvanaba eran meros peldaños para llegar a una pregunta, para justificarla o disimular su verdadero objetivo. Él quería saber si el detective y yo habíamos sido amigos, si teníamos un vínculo más significativo que el que puede unir fortuitamente a dos desconocidos en la misma mesa de una cantina. Y para formular esa simple pregunta hizo desfilar previamente a toda una caterva de sentidas declaraciones, y esta estrategia se repetiría con cada una de sus siguientes preguntas.

Intenté dar por finalizada la conversación, pero él insistió con eso de que tenía datos que podían esclarecer la muerte de Colman y me pidió que nos encontrásemos en otra ocasión. Estipulamos un día y un horario, y ese día, a esa hora, esperé su visita en mi nueva residencia. Yo sentía que no había mucho que aclarar, que Colman simplemente había sido ultimado por esa asociación secreta que pretendía apropiarse de una información crucial para el desarrollo de la ciencia. Nunca dudé de esto. Pero a las 3 y media de la tarde sonó el timbre de mi casa y el hombre al que acompañé hasta la mesa del comedor traía, además de sus evidencias meramente verbales, una maleta. 

Este elemento me intimidó. Pensé que podría contener fotografías, o acaso un tipo de pruebas más incuestionable. 

Se sentó en una de las sillas de madera, y colocó la maleta sobre la mesa. Su mano izquierda no dejaba de temblar.

-No sé si sabe que el señor Colman se veía con una mujer, que trabajaba para ella-dijo de repente-. Una mujer rubia, decrépita. Perdón por llamarla así, pero es la expresión adecuada. Quiero decir que no es una mujer elegante, pero tampoco alguien que se resigne a su decadencia física. Se maquilla en exceso, se notan sus cirugías plásticas. Y también fuma. Su voz es áspera, cavernosa. La típica voz de una fumadora, y su departamento siempre está saturado de humo. Colman, quien nunca fumó, comenzó a mostrarse con un cigarrillo en su boca o entre sus dedos, o con un paquete de cigarrillos asomándose de alguno de sus bolsillos, para justificar el olor a tabaco que impregnaba su ropa y evitar así que alguien sospeche que frecuentaba un lugar que no era su propia casa, ni la oficina en la que trabajaba. Bien, el nombre de la mujer es Adela Schirro, aunque también se la conoce con otros nombres, como Ana Magno o Liriam Paster.

-Sí, algo de eso sabía-dije, interrumpiéndolo-. Pero no entiendo de qué quiere hablarme. ¿Va a contarme una historia romántica? 

-No, no-continuó-. Esto no tiene nada de romántico. Por el contrario, le estoy hablando de una mujer perversa, que pudo haber manipulado a Colman y haber querido también deshacerse de él. Yo creo que estuvo vinculada a las circunstancias del crimen. He hablado con él en varias ocasiones, frente a una cámara y también en privado. Yo solía seguirlo, sin que él se diera cuenta, luego de estas conversaciones, y en varias ocasiones lo vi entrar a uno de los departamentos de la calle 36. Allí vive esta mujer, quien se dedica a adivinar el futuro a través de las cartas del Tarot, según informa el letrero que está junto a la puerta de entrada de su domicilio. De manera que un día me presenté en este lugar, fingiendo estar interesado en el servicio místico que ella ofrecía. Luego de la sesión, me quedé un rato conversando con ella. Me contó que desde niña soñaba con alguien, alguien que le decía que ella estaba destinada a llevar a cabo un acontecimiento extraordinario, y que eso la impulsó a investigar, a buscar la manera de descubrir a qué clase de acontecimiento se refería la mujer de aquellos sueños. Me dijo que esa mujer tenía una cabeza que se asemejaba a la de un pájaro, y la llamaba así, la mujer-pájaro, ya que también tenía alas, dos alas negras, aunque en los sueños no lograba verlas con claridad. Eran como dos largas sombras que emergían desde su espalda.  Obviamente, tomé en serio sus comentarios, pero luego de esta conversación, a la noche, tuve un sueño muy extraño y en ese sueño apareció una mujer con alas negras, con un pico de pájaro, y unos ojos que también se parecían a los de un pájaro, y me dijo que tenía que colaborar con Adela y ayudarla a encontrar su destino. De lo contrario, raptaría  a mi hija, Irene, que en ese entonces tenía sólo 5 años. Eso me aterrorizó. A veces imaginaba que esa inmensa criatura entraba por la ventana de mi vivienda y se llevaba a Irene, tomándola con sus garras y elevándola hacia el cielo, sin que yo pudiera hacer nada. Tanto me atemorizaba esa imagen, y el recuerdo de mi primer encuentro con esa mujer-pájaro en aquel sueño, que empecé a frecuentar a Adela y a entablar con ella una especie de amistad, aunque esta amistad estuviera motivada por el temor. Y con esto quiero aclararle a qué me refiero con manipulación, y por qué creo que esta mujer podía dominar a alguien a través de una artimaña psicológica, utilizando niveles subconscientes de su víctima, chantajeándola emocionalmente. Porque cuando yo sentí que Irene estaba en peligro, no dudé en acatar cualquier cosa que Adela me pidiera, ya sea que lo haga con sus propias palabras o a través de la criatura que había aparecido en mis sueños. Bien, no sé si se lo he dicho, me llamo Charles Lusson. Muchos me ven en el noticiero, pero casi nadie sabe cómo me llamo. Y también he traído algo en esta maleta, que me gustaría que usted viera.

-No lo sé-dije-. Son demasiadas cosas. No entiendo a qué apunta con todo esto. ¿Cómo conoció Colman a esta mujer, por qué se vinculó tan íntimamente con ella?

Sus manos se habían posado sobre la maleta, quizá con la intención de abrirla, pero se apartaron de ella inmediatamente ante mi comentario.

-Eso-respondió-es algo que el detective nunca me supo explicar. Había cosas que no recordaba. Algunos hechos "se escondían", como él mismo me dijo una vez. Por ejemplo, recordaba el living en el que Adela lo atendió por primera vez, pero no el comedor en donde ella llevó a cabo la segunda sesión. Su memoria se fue volviendo, misteriosamente, selectiva, y yo creo que esto tiene que deberse a la influencia de algo que no podría ser considerado normal, y que acaso tenga que ver con las facultades psíquicas de esta mujer. Colman me dijo que desde que empezó a frecuentar a esta vidente, su memoria se volvió errática, caprichosa, y que esto dificultaba el desarrollo de la investigación policial que en ese momento estaba sobrellevando.





EnanensteinWhere stories live. Discover now