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Otro detalle que Charles había observado en Colman, y que delataba la relación de éste con aquella misteriosa mujer, era la costumbre de interpretar el mundo desde un punto de vista cada vez más espiritual y maniqueo, que contrastaba con la personalidad realista que desde siempre había caracterizado al detective. Lo cual evidenciaba, según Charles, que aquella tal Adela había comenzado a influir en la mentalidad de Colman. Lo cual era innegable, ya que yo mismo me sorprendía de las opiniones del detective durante nuestra única conversación, tan diferentes a sus declaraciones televisivas y a los principios intelectuales que debieron de haber regido su trayectoria de investigador objetivo y prudente.

Pero no se me ocurrió atribuir estas desavenencias a una intervención sobrenatural, aunque sí notaba que esa progresiva alteración de su modo de ser señalaba una causa que no podía entenderse dentro de los límites de la normalidad. 

Los hechos "se esconden", le había dicho Colman a Charles. Era cierto. Se esconden detrás de otros hechos, pero también adquieren a veces una transparencia en la que se destacan elementos que no les pertenecen, que están en el otro hecho, el que está detrás, el que intentó ocultarse. Cualquier fragmento del pasado puede combinarse con otro. Y así, por ejemplo, mientras yo estaba ayer recordando mi última conversación con Charles, en una de las mesas vacías de ese bar, al que había regresado a través de mi memoria, había una de las macetas que el dueño de la inmobiliaria había llevado a mi departamento, y el hombre que nos atendía no era otro que el asistente del doctor Hernan, aquel hombre delgado y pálido que se había esfumado como un fantasma. 

Los objetos del pasado flotaban, se mezclaban. Pasaban de un escenario a otro, al parecer caprichosamente, al azar, pero yo sabía que existían manos invisibles que los manipulaban, y más que manos, garras, cuyas filosas uñas se hundían en los estratos más profundos de mi subconsciente, penetrando en la raíz misma de cada recuerdo, para arrancarlo y manipularlo a su antojo.

Colman, de igual manera, podría haber estado olvidando aquellas vicisitudes de su vida que  determinaron en él un carácter materialista y discreto, volviéndose así más vulnerable a la influencia de aquella mujer.

16 de septiembre. He retomado hoy la redacción de este informa porque ha sucedido un hecho que merece tomarse en cuenta. Estoy solo, en una casa en la que los recuerdos son como cuadros colgados de todas las paredes y que han sido pintados por artistas desconocidos. Muestran paisajes en los que nunca he estado, rostros que no he visto en la vida real. Así de rebuscadas y perversas pueden llegar a ser las combinaciones. Pero creo que puedo recordar con nitidez el hecho que relataré a continuación. Todavía es reciente, todavía está asentado en ese nivel de mi memoria en el que puede conservar su pureza original. Acaso la semana próxima se transforme en otra cosa, o desaparezca por completo.

Pero aún recuerdo ese hecho. Sucedió el 12 de septiembre y modificó radicalmente la dirección en la cual había comenzado a moverse mi vida, porque si bien yo creía que ya no volvería a entablar una conversación con Charles, sucedió este hecho que demostró lo contrario: la desaparición de Irene, su hija.

Cuando alguien desaparece los extraños se vuelven interesantes. Vamos por las calles tratando de reconocer caras, vestimentas, ademanes. Yo, por ejemplo, nunca le había prestado atención a esos niños que se juntaban todas las tardes a jugar en la plaza, pero, ese día, me detuve a contemplarlos y a buscar entre ellos el rostro de Irene. Ese rostro apareció en todos los noticieros y periódicos de la mañana. El hombre que todos los días daba las noticias se convirtió en una noticia más. Y al anochecer su mano golpeó la puerta de entrada de mi casa. Dijo que debía volver al departamento de la calle 36, que allí tenía que haber alguna pista que explique lo que había ocurrido. Estaba convencido de que Adela era la responsable de lo que le había sucedido a Irene. Me dijo que aquella vez, al regresar de ese departamento, luego de la segunda sesión, descubrió que muchas partes de su casa, y especialmente el dormitorio de Irene, estaban llenas de plumas, y que sospechaba que estos elementos habían formado parte de un ritual mediante el cual la criatura de los sueños accedió a nuestra realidad.

Casi sin evaluar mi decisión, le dije que sí, que lo acompañaría hasta ese lugar. Entonces él me mostró el revolver plateado que guardaba en el bolsillo interno de su sobretodo, y no dijo nada más. 

Cerré con llaves la puerta de mi departamento y comenzamos a caminar juntos hacia la calle 36.

EnanensteinWhere stories live. Discover now