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-¡Policía!

El grito retumbó en la quietud de la noche. Quizá era la novena o décima noche que yo pasaba en ese lugar. Las pálidas y temblorosas manos de Carl ya me habían dejado, un par de horas atrás, un vaso con agua y mi segunda ración diaria de comida. Y luego del grito escuché una puerta que rechinaba, y los pasos de alguien que parecía estar dirigiéndose hacia donde yo estaba. 

Sentí que alguien venía a rescatarme.

Un haz de luz, que provenía de alguna linterna, se movía histéricamente en la oscuridad y a veces se disolvía en la claridad emitida por el perpetuo farol amarillento, como el agua que se pierde en el agua.

Entonces vi una figura que se desplazaba hacia la izquierda. Era un hombre alto, pero no era ese tal Carl. Le grité, pero se había sumergido nuevamente en la oscuridad, y en esa zona que todavía iluminaba la claridad del farol vi pasar a otra figura, mucho más pequeña, mucho más siniestra, la figura del doctor Hernan, el cual caminaba lentamente y llevaba en sus manos un objeto alargado y negro, bastante grueso, que no logré identificar inmediatamente, hasta que el policía que había ingresado al recinto apareció nuevamente en la zona iluminada, intentó acercarse a mi celda y entonces el doctor Hernan, por detrás, levantó ese objeto alargado y lo hizo descender bruscamente sobre la cabeza del policía, y entonces comprendí que la cabeza del hombre que intentaba salvarme había sido destrozada por el pesado y frío pene de Rudolf Lester, el cual se partió en varias pedazos.

El policía cayó al suelo, sobre el charco formado por su propia sangre, mientras el doctor Hernan corría hacia ese sector del recinto que estaba envuelto por las sombras. No sé qué estaba haciendo. Escuché que discutía con Carl. Quizá le estaba reprochando que alguien haya podido ingresar tan fácilmente a la residencia, o estaban conversando enérgicamente sobre lo que harían con el cadáver.

Después, otra vez el silencio. Los pasos de los pequeños pies de Hernan que apenas repercutían en las sombras, como si una rata estuviera correteando. El rumor de algo que era arrastrado. El chirrido de otras puertas, que se abrían y se cerraban. 

EnanensteinWhere stories live. Discover now